lunes, 28 de enero de 2019

Querido cruasán, qué hicieron con vos?

Como cantaba Serrat, de vez en cuando la vida toma contigo café. De vez en cuando la vida te lleva a una parada no prevista, a un paseo a primera hora de la mañana y cuando un viento frío de enero barre con violencia las calles en uno de los barrios de Palma más severamente castigados por la inoperancia habitual de su servicio de limpieza, lo recomendable es comprar un diario y refugiarse en un café, como así hice. 

Sabiendo que la revisión de mi coche garantizaba una prolongada estancia en el local, la mejor opción iba a ser echar un vistazo al pequeño tarjetón que había sobre la mesa, dejarme llevar por las sugerencias y jugármela a un todo o nada, a lo grande, como si estuviera en un casino de Las Vegas o en un bingo de la periferia, como así hice.

"Café con leche y cruasán, 1,90 €."

Venga, va, me la juego! Con un par, como así hice.

Debí suponerlo. Al instante el dinámico, correcto en modales y atento chaval argentino que atiende la cafetería -negocio familiar por lo que luego pude saber- se presenta con un dilatador  negro descomunal en su oreja izquierda y una bandeja: mi café con leche y, digamos … una pasta cuyo color, forma y aspecto podrían confundirse con un cruasán. Nada más lejos de la realidad. Qué manía la de obligar al pobre bollo  a visitar el microondas y al cliente a comerse esa aberrante réplica del afamado producto. Al momento, en el mismo plato, se desvanece y desprende un repugnante aroma de manteca industrial no apta ni para celíacos, ni colesterolinos, ni trigliceridosos, ni público en general. Al intentar cortarlo por su mitad, con los dedos, la masa se estira como un chicle y cuesta desprender una parte del todo. Solo su cubierta exterior, algo más tostada, desprende pequeñas migas de algo parecido al hojaldre. Mis dedos se quedan pegajosos como si hubiera untado una ballena con glicerina. No me arriesgo y queda en el plato como los restos de un naufragio gastronómico, como un Titanic en el fondo arenoso del Océano.



Me entrego con devoción a la prensa. Paso por encima de las informaciones de Tolalán. No había ese día muchas novedades y estaba resultando una noticia envuelta en excesiva carroña informativa y muchos carroñeros en pos de un pulitzer. También parecen buscar su premio o una portada del Times un fotógrafo y ese político caminado sobre la nieve, de espaldas y aparentemente ensimismado en una conversación telefónica con otro hemisferio del globo:

- pero Señor, ahí afuera no hay cobertura y hace un frio de cojones!!! 
- No importa. Que hagas la foto!!! Como así hizo.

No consigo pasar de los titulares. El dinámico, correcto en modales y atento chaval argentino con un descomunal dilatador negro en su oreja izquierda se ha empeñado en hacernos comer insanísimos cruasanes al ritmo frenético de un Coti desatado: toda su discografía....para salir corriendo, como así hice.

Para reponerme del estrés del café musical, del cruasán o como quiera que deba llamarse eso, de los titulares, de la foto de la nieve y de tanto trampantojo decido alejarme del mugriento barrio y hacerme inmortal en mi playa, como así hice

Pero eso, si acaso, para el lunes que viene...como así haré.





lunes, 21 de enero de 2019

Mes de transición

Enero, un año más, es para mi un mes de transición, como una etapa llana del Tour prevista para rodar despacito contemplando el bello paisaje. Cierro año y ejercicio presupuestario con perfiles muy similares. Llega el momento de recapitular y de resetearme, de volver a casa después de una larga marcha, después de unas intensas jornadas de entradas y salidas, de carreras de acá para allá, de tiendas, mercados, supermercados, de largas sobremesas picoteando caprichosamente, de andar tirando pellizcos a todo tipo de dulces, comicheando todo el día como si  temiéramos que nos fueran a cerrar la boca con diez puntos de sutura.

Vuelve la calma y el momento de deleitarse con el ocio de no hacer nada sin que se note. Me explico. Gracias al horario escolar de mis hijas me levanto a la misma hora todos los días de lunes a viernes, antes de que suenen laos pitiditos de las seis y media de la mañana. Todo está muy oscuro. Un café con leche templadico, una tostadica con aceite del güeno, un primer vistazo a los titulares que vomita la pantallita a demanda del índice de mi mano izquierda mientras suena la voz de Herrera o de la Tortajada. Una ducha para alejar la tentación de volver a la cama, reparto escolar y.....todo el tiempo para mí hasta la hora de la comida, de las extraescolares y de la cena.

Muchos de los días, soleados y de temperaturas templadas, cumplidas las primeras obligaciones del día (atendida la exigencia gastronómica de la jornada), tomo mochila, bañador, toalla y libro y salgo echando chispas para mi playa. Por supuesto que el agua está fría -no lo negaré- pero la mera contemplación del mar desde la orilla es ya una invitación formal a tomar el baño como una especie de ritual sanador y purificador y no puedo resistirme. Y ver el litoral que me rodea con el agua a la altura de la barbilla es ciertamente reconfortante y satisfactorio. Como acertadamente bautizó Rafa A. el water challenge 2019 cumplido un día más. No hay apenas olas y al tiempo que voy introduciéndome, sin prisas pero sin pausa, se aprecia la transparencia del agua y se muestra el fondo con todo su detalle. A veces no pasa de un fugaz chapuzón.

De esta manera, sentado plácidamente en ese entorno logro zafarme del hastío que me producen los titulares. La degradación de la política en general y algunos casos particulares de todos los días están empezando a hacer mella y estoy perdiendo el poco interés y confianza que me queda en esa clase política que nos ha tocado soportar.

Por otra parte las luctuosas y trágicas noticias de Paris y de Totalán, obligan a necesarias reflexiones sobre la caprichosa atracción de la fatalidad sobre gentes sencillas, inocentes y discretas. No parece justo pero siempre es así. Al conocer los perfiles de esas víctimas no puedo evitar buscar razones y motivos para seguir intentando hacer la vida agradable a los demás, hacer el bien, ayudar y servir...y seguramente valdrá la pena seguir siendo como es uno y no permitir que esa sensación de injusticia e infortunio espante las buenas intenciones.

Me quedo así, en mi orilla, observando como las pequeñas olas que está trayendo el embat mediterráneo bailan al son de la música que suena en el pequeño altavoz....hay que vivir minuto a minuto


Hey, don't you worry, I've been lied to
I've been here many times before
Girl, don't you worry, I know where I stand
I don't need this love, I don't need your hand
I know I could turn, blink, and you'd be gone
Then I must be prepared any time to carry on 


https://youtu.be/xFemhYJ5rrY




lunes, 14 de enero de 2019

La caducidad programada


Mi iPod ha muerto y estoy muy cabreado. Si, ya, soy muy viejuno y eso ya no se lleva, pero mis momentos zen  me los gestionaba muy bien con muy poquitas exigencias: lo sincronizaba, lo recargaba y  programaba el  reproductor aleatorio y toda la música de mi vida iba desfilando canción a canción. Vamos encaminados a la tontuna espacio-temporal y nuestros electrodomésticos y enseres van directos a un limbo electrónico y digital (o una caja de cartón donde yacen exhaustos, inertes, sin pulso, decenas de móviles, mp3, discman,s, cassettes, etc); todos parecen estar  programados para caer en fallo, error o caducidad en meses, a lo sumo en años pero yo quiero seguir leyendo en papel, pasar las páginas sujetando su esquina inferior y reteniéndola, si es necesario, para que el viento no se las lleve una a una, quiero cables, quiero pilas alcalinas, quiero bombillas incandescentes. Quiero tocar y que las yemas de mis dedos rocen la suave piel, que mis ojos -a pesar de la presbicia también programada- alcancen los objetivos que busco durante el día y durante la noche, quiero que mis labios alcancen su mejilla, sus labios, su cuello, que mis pies rocen los suyos y que caminen descalzos sobre la arena; que los dedos de esos pies se retraigan cuando sientan emociones, frio o calor; la aspereza de la arena húmeda de la orilla y el suave pelo de la manta que tengo sobre la cama, que el bello de todo mi cuerpo se estremezca cuando el agua de la ducha sale todavía demasiado fría. Quiero sentir el dulce tacto del rizo de algodón cuando me da por un chapuzón de enero en mi azul mediterráneo. Quiero que mi paladar capte la sal, el azúcar, el tomillo y el romero. Quiero sentir una voz directa, un susurro personal y no un frío mensaje de voz del guasap, quiero sentir el aroma de la tierra mojada por la lluvia y aterirme de frio con esa corriente de viento polar que nos azota de vez en cuando. Quiero tocar la nieve y sentir el hielo acerado bajo mis esquíes cuando la pista no ha sido todavía muy transitada a primera hora del día. Quiero ver como el tibio sol de invierno intenta rasgar el horizonte tímidamente y envuelve el alba en una sutil aureola de optimismo y de entusiasmo. Quiero ver el vapor de la cocina que empapa el ambiente de aroma de finas esencias. Quiero escuchar grillos de madrugada y canciones que sonaron hace ya unos años. Quiero ver como rompen,  violentas, las olas del mar contra las rocas y como cubre el rocío de la noche la hierba del parque.

Quiero sentir el calor del verano y el frío del invierno. Quiero sufrir para llegar a esa pelota envenenada que rozó la línea de fondo y que intento devolver al lado contrario un poco más letal, más envenenada. Quiero subir esa cuesta que se me resiste y que me obliga a apearme, con la dosis debida de orgullo y dignidad, de la bicicleta. Quiero sentarme en ese banquito y contemplar cómo la corriente de mar avanza por la bahía de Palma como una lengua de lava azul y admirar el pequeño velero que navega de ceñida hasta que al llegar al horizonte se me hace imperceptible. Quiero saborear esa taza de café expreso que no viene encapsulado, que abro en un paquete compacto que desprende el aroma profundo que lo hace atractivo y apetecible. Quiero usar el sacacorchos para abrir una botella de vino y olfatearlo posteriormente para obtener la información que preciso. Quiero abrazar a unas hijas que crecen a toda prisa, huyendo de sus propias infancias y apartándose de los hábitos que ya van quedando atrás y que se pierden aunque yo recogí, afortunadamente eso sí, en una disco duro que he ido alimentando los últimos veinte años.

Quiero acudir a una floristería de las Ramblas - especialmente el día de Sant Jordi- y llevar a mis damas sus rosas rojas para que vayan pereciendo día a día en un jarrón sobre la mesa del comedor. Quiero abrir la ventana del salón cada mañana y dejar que el fresco de la madrugada evacúe la memoria de la noche anterior y escuchar los trinos de las golondrinas cuando regresen la próxima primavera.

Quiero, quiero, quiero.....quisiera que la humanidad aprovechase la oportunidad que nos queda de sentir las cosas por nosotros mismos, con todos nuestros sentidos, aunque poco a poco vayan perdiendo frescura y capacidad de percepción y que no nos lo cuente ni nos lo transmita un simulador digital que nos haga creer, desde el sofá de casa, con una extravagante mascarilla ante los ojos, que estamos ante las pirámides de Egipto o en la cara oscura de la Luna. Quiero cocinar un boeuf bourgignon a fuego lento, con llama, no programado en un robot electrónico con sabor a nuevas tecnologías y compartirlo contigo, casi en silencio,  sin que nadie me haga creer que estoy en un bullicioso restaurante de Paris, o una caldeirada de rape, merluza, langostinos y almejas y un traguito de albariño sin desplazarme virtualmente a una playa de Villagarcía de Arousa.

Quiero, en fin, que la caducidad programada de mi organismo, no impida que mis ojos, mis oídos, mi nariz, mi lengua y mis dedos sigan encontrando refugio en las personas que amo y en las cosas que me gustan.

Mira que quedarme sin mi iPod.

lunes, 7 de enero de 2019

Epílogo de la Navidad

Una vez más, un año más, el grinch que habita en mí, celebra con cierto regocijo la llegada de esta fecha. En tiempos de mayor virulencia manifestaba, sin rebozo alguno, que el mejor día de estas fiestas era el 7 de enero. Y resumía la paz interior que le causaba esta fecha con una imagen incontestable: un cubo de basura en un oscuro callejón  por cuyo borde sobresalían cientos de serpentinas y guirnaldas de todos los colores, cucuruchos de papel metalizado, cientos de pelotas de papel de envolver y mucho confeti a su alrededor. Junto al cubo, un abeto tumbado desprovisto ya de todos sus adornos, vencido y derrotado.

Así y todo mi parásito grinch se está haciendo mayor y sin disimular su preferencia por otras épocas del año va perdiendo contundencia a la hora de mostrar su inquina por la celebración de la Navidad. Lo que ocurre es que en mi entorno íntimo y en el que no lo es tanto, cada vez más personas se suben al carro grinchero y se colocan cuanto menos la máscara agria y sarcástica y muestran más pesar que indiferencia por la llegada de estas fechas. 

En cierto modo lo entiendo en muchas personas que por la edad, por las ausencias o por su particular visión de los hábitos consumistas que acompañan, pero me sorprende en personas más jóvenes, con un óptimo concepto de la vida y vulnerables, aún, a las apetencias materialistas propias de su edad. Hasta ahí puedo decir.

Produce cierta desazón el descreimiento generalizado por el misterio de la navidad porque no dejamos de perder terreno en nuestras propias tradiciones al tiempo que dejamos invadirnos por todo tipo de costumbres, rituales y modas que vienen de fuera y en lengua ajena. Son los signos de los nuevos tiempos que nos los empaquetan en formato digital y los digerimos mucho mejor que las uvas de la noche de fin de año. Eso por no hablar ya, por supuesto, del aspecto espiritual y del matiz religioso.

Pero si por algo no dejo de sentir un rebrote de ancianos sentimientos es por la mágica ilusión de los Reyes de Oriente a pesar de que nuestra colaboración como padres resulta ahora mucho menos exigente, se mantiene la sorpresa y el brillo de los ojos al descubrir el interior de alguno de los paquetes que reposan a los pies del árbol. Ya lo decía el otro día, no hay muñecas parlanchinas ni baterías de cocinitas y donde había que encajar pilas eléctricas, ahora se buscan calzadores y un espejo donde verse reflejado con ese abrigo, esa bufanda o ese pantalón....la ilusión perdura a pesar de que S.S.M.M se hayan quedado este año sin polvorones. (tampoco nos han marcado la ruta hasta el árbol con el senderito multicolor de sugus).

Pedro GS me dio la pista y en lugar de los payasos de la tele....(Con tu permiso mi Pedro)


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Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...