lunes, 6 de agosto de 2018

Palma 80,s (I)

No me creen cuando digo que yo veraneo a tiempo parcial, a media jornada en este tupido litoral donde se vienen sucediendo las compañías y las galas de tarde y de noche, de tantos ocasos ardientes sin que el termómetro se apee de los treinta grados. Estoy por quedarme tirado en mi orilla balbuceando dos viejas canciones, dos clásicos del pop español, que empecé a degustar en las calas baleares y en algunos bares de la bahía de Palma en las lejanas madrugadas de los felices e inconscientes ochenta: Treinta y siete grados (los corporales de cada cual) y Escuela de calor.

Eran esas, entre otras, las que sonaban cuando llegaba la hora de maquearse con un leve vapor, un rocío de Fahrenheit o de Eau Sauvage y encender las noches en el Corb Marí, seguirlas en Luna y verlas desvanecerse en Babels, donde, desde su enorme ventanal con arco de medio punto -al fondo, a la izquierda- nos sorprendía el amanecer con un vaso de tubo en las manos y dos tristes piezas de hielo diluyéndose en el penúltimo cubata de ron de relleno, con las wayfarer caladas en la turbia mirada de ojos hidrópicos de jóvenes amazonas del alba que nunca encontrábamos o que ya se habían marchado...En la fachada de enfrente, la puerta del infierno y el mismísimo Lucifer administrando el acceso al local más cosmopolita, ultramoderno y postpunk de Mallorca: Abraxas. Allí nos reuníamos lo mejor de cada casa, apostados sobre la barra o en la terraza, con un sol implacable que dolía en nuestras conciencias. Abandonábamos por fin ese callejón de la Plaza del Vapor una jornada más, derrotados por la inconcreción de nuestras negociaciones y huérfanos de ánimo para regresar a casa. La última paradita más de un día era en una panadería de  la calle San Magín para bebernos los chupitos de lo que fuera que nos ofreciera el maestro hornero en su trastienda. Con sus manos y delantal cubiertos de la harina con la que confeccionaba excelentes ensaimadas, se nos venía arriba con sus vinilos de María Calas. Parecerá muy surrealista pero era así -hay testigos-. Pasaba el dorso de su mano sobre el disco y lo colocaba con mimo bajo la aguja del tocata. Entonces, se apartaba de la mesa y gesticulaba con gran afección al sonar las primeras notas.

Con las ensaimadas y el Última Hora (que se vendía en algunos semáforos) bajo el brazo llegábamos a casa y atracábamos la nevera. Un par de lingotazos de gazpacho fresquito y dejábamos caer nuestros cuerpos sobre el colchón. Misión cumplida. Ya serían las ocho....unos minutos antes de que mi padre se sentara a desayunar las ensaimadas y el periódico. A esas horas, con la fresca,  mi madre ya planchaba. En un par de horas, estaríamos camino de la playa; Cala Mondragó, Cala Figuera, Cala Llombards, la Colonia de San Jordi….o Illetas y con el cuerpo bien apañadito buscábamos una parcelita desierta y sombreada donde reanudar nuestros sueños quebrados. El baño nos rescataba de las intempestivas sacudidas de la noche anterior y brotaban con fuerza las ganas de volver a la batalla y a la gresca; pactar con unos y con otras la estrategia de una nueva noche. Esta vez en Tito´s el verano en que sonó Lessons in Love  de Level 42 y la trotaban en la sala unos tipos pakistaníes o hindúes con una estética  locomía que por entonces ya nos chirriaba y ahora simplemente nos horroriza. Sin embargo a las chicas les entusiasmaba aquella forma tan sincronizada de bailar pegando botes y cruzando pies y brazos de forma muy ordenada, hasta el punto de pretender participar del aquelarre.

Bastante más ingenuos de lo que creíamos ser, ignorábamos que ya por entonces, con nuestras consumiciones en la mayoría de estos locales, se estaba fraguando su propia leyenda e industria un controvertido empresario del que recientemente hemos conocido sus presuntas fechorías. ¿Quién será?

De aquellos polvos, estos lodos.

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