lunes, 13 de agosto de 2018

Amistad y gastronomía

Una reunión de antiguos compañeros de profesión, como si se tratara de antiguos alumnos escolapios, ha sido la excusa perfecta para huir unos pocos días del infierno climatológico mallorquín y refugiarnos en ese limbo de naturaleza y gastronomía salvaje y de temperaturas más templadas: es una gozosa experiencia tras embarcar  en Palma a 40 grados descender la escalerilla del avión, en Lavacolla, a 18. Es la primera vez en mi vida que viajo en avión en bermudas (de lino, eh) pero que no cunda el pánico; ni camiseta imperio ni croks.

El viaje ha sido un armonioso compendio de amistad, gastronomía y excelente clima. Todo empezó con un reto, una comida de interventores gallegos con los cuales, de alguna manera, he compartido destino o experiencias profesionales en los ultimos treinta y pico años. Un homenaje a la amistad especialmente valiosa cuando esta brota del compañerismo. Como si no hubiera pasado el tiempo, la camaradería brilló muy por encima de las expectativas y los productos que nos sirvieron en el Náutico de Sada estuvieron a la altura. (gracias Juan Luis Z.)



Esa noche, la frugal cena consistió en una modesta centolla de la Cetárea de San Felipe y dos Estrellas: 25€. Poco que añadir. Inigualable relación calidad/precio. 



Como de lo que se trataba era de comer bien y en buena compañia, para la segunda jornada la fortuna nos permitió reencontrarnos con Quique y Elo que se cuajó en una visita turística por el viejo y elegantemente  decadente Ferrol y su espectacular Museo Naval y una cita en el Restaurante Vila Vella de Cedeira. A sugerencia de mi entrañable compañero Pepe MR, monaguillo antes que fraile, acertamos en la elección-entre otras cosas- de una finísima palometa roja al horno para tres comensales cuyo punto de coccion y guarnicion de patatas panaderas nos hizo llorar lágrimas como puños. Nada que envidiar a nuestros puntos de referencia de las Rias Baixas. Ya estoy buscando fecha para una nueva y fugaz escapada a ese local.


La manera más saludable de apearse de la mesa, de las exquisiteces y vapores de los buenos vinos (Crego e Monaguillo,  godello) y, obligados a continuar el viaje otra vez en pareja, era revivir mi experiencia de Santa Comba del año anterior: cementerio con visita a la tumba anónima cubierta de conchas (Inma Chacón, Tierrra sin hombres) ascenso en rapel hasta la hermita y baño en la bajamar en la playa de mismo nombre. 


En cada cambio de aguja y reposo la amable, pausada y fina tertulia con Paco M. y Blanca V. Han pasado los años, nos hemos hecho mayores, seguimos en la brecha y sigo llamando al timbre de esa puerta de Fontela que se abre con una sincera y generosa sonrisa. Las buenas personas no alteran la impresión que de ellos vamos cargando en nuestro equipaje. Es igual que hable de perros, de caballos, de árboles o de la sanidad. De cualquier tema exhibe Paco un convincente y rotundo dominio adornado, además, en la claridad y templanza de sus exposiciones. Nos emocionamos, eso sí, cuando abordamos como tema de conversación la gastronomía: pescados y vinos, que de eso también entiende un rato.


El clima, decía, ha sido el mejor aliado para dejarse llevar por las carreteras de esta comarca con el brioso y coqueto Opel Adam de "Drivalia Rent a car" . Bosques y campos inabordables con la vista y kilómetros de frondosas rutas que dejan respirar un aire fresco y saludable. Alrededor de cada curva, solo los matorrales de hortensias salvajes impiden, a veces, asomarse a escarpados acantilados o lejanos prados.

Como una visita rutinaria acudimos solícitos a otro clásico de Ferrol, concretamente de Doniños: el Cholas y sus imprescindibles pulpo, parrochitas y salpicón de marisco. No defrauda y cobra valor tras el baño y presenciando una mágica puesta de sol. Aviso a los incondicionales, Alejandro el "Cholas" se jubila y el local se traspasa, desgraciadamente.



Vamos llegando al final del viaje. Dudamos entre intentar llegar temprano a Santiago y visitar el Pórtico de la Gloria (queda pendiente para el próximo viaje) o dejarnos llevar por la melancolía de este domingo cubierto de nubes y vapor de lluvia, despedirnos relajadamente de Paco, de sus perros, de sus camelios y degustar, como último bocado, la afamada tortilla de Betanzos del Restaurante La Casilla. La elección es fácil y el resultado inigualable. Precedida de las mejores zamburiñas que he probado últimamente, dejamos que el caldo de huevo campero bañe las excelentes patatas medio fritas medio confitadas. La tortilla (para dos personas) acaba de cuajarse en mesa con la temperatura que trae desde la cocina.  



Lloraré la distancia que ya me separa de estos aromas y de estos efluvios degustados estos últimos cinco días empapados en amistad.

Nos merecíamos esta escapada -huida- y volver a viajar por placer para cambiar el motivo de los últimos desplazamientos aéreos.


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