lunes, 27 de agosto de 2018

Vaya personajes!

Si hay algo que no está suficientemente castigado es la estupidez humana y en el caso de algunos personajes, además, está generosísimamente retribuida tanto económicamente como, en ocasiones, en rédito y éxito electoral. Así las cosas y dando por sobradamente conocido el clima de crispación -el whatsapp resulta diabólico- al que nos vienen sometiendo a buena parte de los ciudadanos de este país quienes rigen nuestros destinos (en el Estado, en la Comunidades Autónomas y en los Ayuntamientos) no nos queda otro consuelo que refugiarnos en nuestros ocios y aficiones y tratar de disfrutarlos aprovechando que el tiempo de verano es propicio para ello. Ya llegará septiembre -en breve- y no nos quedará más remedio que desayunar, comer, cenar y trasnochar escuchando las inacabables cantinelas de los que se han propuesto llevar hasta las últimas consecuencias sus intenciones sin que les importe un bledo lo que opinen los que no están conforme con ellos o muestran su oposición. Así nos va.

Unos huesos de general.

Nada le debo a quien nada nos regaló a mis padres y hermanos. Si hubo un colectivo que jamás se vio beneficiado por los favores del general y su régimen fue el de muchos de los funcionarios y servidores públicos y entre estos, los peor tratados, sin duda, los militares, policías y guardias civiles. Lo digo sin resentimiento pero era así. Testimonios guardaba mi padre y custodia aún y muy prudentemente mi madre de las nóminas y su anotación en los dietarios de los ingresos y de los gastos desde que decidieron compartir vida y familia. Y a pesar de lo raquítico de su importe a base de muchas horas de trabajo, muchos sacrificios y muchos ayunos, abstinencias y abstenciones lograron echar a andar a cinco hijos y proporcionarles sustento, estudios y calor. Sí, para asear sus conciencias, los responsables entonces de lo público diseñaron la red de hospitales, farmacias, colegios, viviendas y economatos para aquel personal. Ojalá hubieran recibido una mejor retribución y haber podido ser atendidos, estudiar y comprar las aspirinas, las galletas y el aceite de oliva donde les hubiera convenido o apetecido.

Salvo que -lo más probable- la intención sea señalar  (con una estrella de David) junto al paredón de fusilamiento a quienes no entienden la necesidad ni urgencia de esa acción, que la gran actuación estelar de unos personajes consista en remover por real decreto la historia y su memoria por un montón de huesos, estando las cosas como están, parecería de ópera bufa si no fuera porque es cierto. Al respecto plantearía dos cuestiones. La primera, hipotética y tragicómica; se imagina alguien que, llegado el momento, al levantar la lápida de la Basílica del Valle de los Caídos, apareciera la tumba vacía o sin restos mortales el ataúd. Las tronchas de carcajadas se iban a escuchar hasta en la cima del Everest.

Segunda, real; en el supuesto de que, efectivamente, se encuentren ahí enterrados los restos del general, donde quiera que decidan llevarlos se convertirá en un parque temático, un lugar de permanente peregrinación de cientos de miles de visitantes, próximos o no al personaje y a su pensamiento y de cuanto simboliza su figura en la reciente historia de España cuando hasta hace unos pocos días tenían escasa relevancia las visitas al Valle y eso contabilizando las excursiones del IMSERSO y la insaciable curiosidad de chinos y japoneses. Esto salvo que en la hipérbole del rizo decidan hacerlo clandestinamente -con nocturnidad y tapando las placas de los camiones- como fueron retirados en su momento bustos y figuras ecuestres de plazas y vías públicas y desaparezcan sin dejar rastro. Ahí, dijo yo, la familia tendría algo que decir, supongo. 

Con tantísimo que hacer y mejorar en este país, proponerse tropezar con una lápida y con el inerte inquilino de una tumba, convierte en válido el enunciado del principio. Se me ocurren unas cuentas: la primera muy útil y necesaria. Empezar a adelgazar el gasto público donde más duele a los políticos y donde no parecen querer ponerse de acuerdo: menos cargos públicos -senadores, diputados, concejales, asesores, etc.-, menos órganos innecesarios, menos modelos de gestión de servicios públicos -uno por cada comunidad autónoma en materias de sanidad, educación, justicia, medio ambiente, seguridad ciudadana, etc.

También podrían preocuparse un poquito más por lo que está ocurriendo en Ceuta y Melilla y el descontrolado acoso y agresiones físicas graves que sufren las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.

Lo que en cualquier caso no parece muy prudente es volver a hurgar en las cicatrices de la historia, volver a pasar el NO-DO desde sus comienzos y volver a releer y escuchar los partes médicos de la flebitis del general y el parte del equipo médico habitual ni ver las escenas de caza, pesca fluvial o las paseos en el Azor. Pues de momento, el tiro por la culata y así mi hija pequeña, entre pantallita y pantallita, asomando la mirada al televisor me pregunta...."pero quién es ese señor de la foto tan antigua? Eso es un aburrimiento"


Me expongo, lo sé, a que cualquiera de esos personajes expertos en repartir carnets, etiquetas y licencias, me asigne alguno de los que suenan en su lindas bocas y que pronuncian con gran elocuencia a falta de mejores argumentos: facha, racista, xenófobo, insolidario, etc....

Insisto: nada debo, nada nos regalaron. Sin resentimiento, pero no me preocupa dónde acaben ni qué se haga con los huesos del general, no quiero perder por eso ni un minuto de mi vida porque afortunadamente la tengo para otras cosas y si me sobran unos segundos, me inquieta más si Valverde se decanta por un 4-4-2- o un 4-2-3-1 con doble pivote....con lo preocupado que me tiene esto, claro.

A trabajar, que falta hace!






lunes, 20 de agosto de 2018

Tormenta de verano

Leí la novela de ese titulo de Juan García Hortelano en mi adolescencia. En la familiar Barcelona de los setenta, alguna de aquellas tardes de agosto en que la humedad y el bochorno hacían finalmente saltar por los aires el cielo gris y brumoso y se desataba, en escasos minutos, una potente tormenta eléctrica, acababan saltando los plomos y se iba la luz de casa dejándonos resignados a contemplar la estruendosa granizada que llegaba a continuación desde la ventana. Llegado el momento, ante la ausencia de mejor manera de pasar la tarde, me refugiaba a solas en las librerías de mi padre. Tras los Papeles de Son Armadans y de la Revista de Occidente que colapsaban las primeras líneas de las estanterías se escondían, entre miles de libros,  las novelas de los premios Planeta, Nadal, Formentor. Era la lectura más próxima desde el sofá, y alargando ligeramente el brazo se podía alcanzar cualquiera de aquellas joyas de esos años. Una de aquellas tardes en que por determinadas circunstancias quedaría solo en casa, en medio de la tormenta, como si viniera como anillo al dedo me fijé en su título. 

Con el temor reverencial de estar haciendo algo no permitido y con cierta avidez comencé a leer la novela. En la clandestinidad de mi soledad y rodeado por una lluvia y luz muy tenues la redacción de García Hortelano fue atrapándome hasta llegar a perder la noción del tiempo y sorprenderme, casi inadvertidamente, la caída de la noche. Llegado ese momento colocaría el libro en su hueco de la estantería y parapetaría su espacio con el fascículo de los papeles de Cela. En los sucesivos días en que me entregué a la novela, tenía la sensación de que, salvo porque no lograra  entender el trasfondo socio político del relato, por su intriga y desarrollo no había motivo para estar prohibida. No tenía sentido pensar que mi padre pudiera molestarse por haberme atrevido a leer ese libro y seguramente sería así, puesto que de su simple lectura nada nocivo se desprendía ni de su argumento ni de su lenguaje. 

Al cabo de unos cuantos años, ya con pantalón largo, en uno de mis regresos al piso de Barcelona, me reencontré frente a aquellas librerías y me topé nuevamente con la novela. La tomé con delicadeza porque los años y la manipulación por su lectura habían deteriorado la parte superior y lateral del lomo. Con cinta adhesiva y cariño trate de restaurarlo y volví a leerlo. Esta vez con mayor comprensión de su fondo crítico por la época en la que se desarrollaba la acción, volví a sucumbir al relato fácil y elegante del autor, a su prosa ágil pero no exenta de un punto de acidez que acreditaba su estilo y pensamiento reconocible en otros cuentos y relatos que leí posteriormente.



Al margen de ese fondo más o menos conveniente y más o menos apropiado para que yo lo leyera en tan pronta edad, cada mes de agosto -suele ser a mediados- cuando una primera entrega de la gota fría mediterránea hace que de forma brusca el cielo se desplome sobre nuestras cabezas entre truenos, rayos y trombas de agua lo identificamos como una tormenta de verano y yo no puedo dejar de acordarme de la novela, de aquel cadáver desnudo de una joven que aparecía en una playa. 

La rapidez con la que se ennegrece el cielo y con la que el viento comienza a rachear  con violencia y a rolar como si tratara de buscar acomodo urgente  en todos los rincones hace que huyamos de los espacios abiertos y alcancemos refugio seguro. Eso pasa en Illetas todos los veranos. Y este no ha sido una excepción. La más divertida manera de vivir la sensación de la tormenta es bañándose en el mar. Al final, puestos a empaparse, correr para apretujarse en una baldosa con semejantes y alocados vecinos no es mejor que observar el espectáculo desde la orilla y ver como el cielo empieza a desgranarse en forma de lluvia y deja sobre el horizonte vistosas virgas, como si las nubes fueran diluyéndose armoniosamente.




Al final, la resistencia tiene su premio y con idéntica rapidez, pasada la tormenta, el cielo vuelve a mostrarse intensamente azul, el sol vuelve a brillar con fuerza y el viento cae en intensidad. Como regalo queda una tarde esplendorosa, la playa casi vacía y el mar plano como la superficie de un lago. Navegar con una sencilla tabla, alejándose de la orilla permite contemplar el fondo con la claridad que proporcionaría un cristal transparente.




Hemos superado el famoso ferragosto italiano y, aunque queda todavía mucho verano por disfrutar, las temperaturas, especialmente las nocturnas, nos dan un ligero respiro. No me sobra esa sábana por encima de los rescoldos todavía humeantes de nuestros cuerpos tras haber superado la fatídica semana de noches tropicales y días con temperaturas superiores a los los treinta y cinco grados.

Todo gracias a una tormenta de verano.



lunes, 13 de agosto de 2018

Amistad y gastronomía

Una reunión de antiguos compañeros de profesión, como si se tratara de antiguos alumnos escolapios, ha sido la excusa perfecta para huir unos pocos días del infierno climatológico mallorquín y refugiarnos en ese limbo de naturaleza y gastronomía salvaje y de temperaturas más templadas: es una gozosa experiencia tras embarcar  en Palma a 40 grados descender la escalerilla del avión, en Lavacolla, a 18. Es la primera vez en mi vida que viajo en avión en bermudas (de lino, eh) pero que no cunda el pánico; ni camiseta imperio ni croks.

El viaje ha sido un armonioso compendio de amistad, gastronomía y excelente clima. Todo empezó con un reto, una comida de interventores gallegos con los cuales, de alguna manera, he compartido destino o experiencias profesionales en los ultimos treinta y pico años. Un homenaje a la amistad especialmente valiosa cuando esta brota del compañerismo. Como si no hubiera pasado el tiempo, la camaradería brilló muy por encima de las expectativas y los productos que nos sirvieron en el Náutico de Sada estuvieron a la altura. (gracias Juan Luis Z.)



Esa noche, la frugal cena consistió en una modesta centolla de la Cetárea de San Felipe y dos Estrellas: 25€. Poco que añadir. Inigualable relación calidad/precio. 



Como de lo que se trataba era de comer bien y en buena compañia, para la segunda jornada la fortuna nos permitió reencontrarnos con Quique y Elo que se cuajó en una visita turística por el viejo y elegantemente  decadente Ferrol y su espectacular Museo Naval y una cita en el Restaurante Vila Vella de Cedeira. A sugerencia de mi entrañable compañero Pepe MR, monaguillo antes que fraile, acertamos en la elección-entre otras cosas- de una finísima palometa roja al horno para tres comensales cuyo punto de coccion y guarnicion de patatas panaderas nos hizo llorar lágrimas como puños. Nada que envidiar a nuestros puntos de referencia de las Rias Baixas. Ya estoy buscando fecha para una nueva y fugaz escapada a ese local.


La manera más saludable de apearse de la mesa, de las exquisiteces y vapores de los buenos vinos (Crego e Monaguillo,  godello) y, obligados a continuar el viaje otra vez en pareja, era revivir mi experiencia de Santa Comba del año anterior: cementerio con visita a la tumba anónima cubierta de conchas (Inma Chacón, Tierrra sin hombres) ascenso en rapel hasta la hermita y baño en la bajamar en la playa de mismo nombre. 


En cada cambio de aguja y reposo la amable, pausada y fina tertulia con Paco M. y Blanca V. Han pasado los años, nos hemos hecho mayores, seguimos en la brecha y sigo llamando al timbre de esa puerta de Fontela que se abre con una sincera y generosa sonrisa. Las buenas personas no alteran la impresión que de ellos vamos cargando en nuestro equipaje. Es igual que hable de perros, de caballos, de árboles o de la sanidad. De cualquier tema exhibe Paco un convincente y rotundo dominio adornado, además, en la claridad y templanza de sus exposiciones. Nos emocionamos, eso sí, cuando abordamos como tema de conversación la gastronomía: pescados y vinos, que de eso también entiende un rato.


El clima, decía, ha sido el mejor aliado para dejarse llevar por las carreteras de esta comarca con el brioso y coqueto Opel Adam de "Drivalia Rent a car" . Bosques y campos inabordables con la vista y kilómetros de frondosas rutas que dejan respirar un aire fresco y saludable. Alrededor de cada curva, solo los matorrales de hortensias salvajes impiden, a veces, asomarse a escarpados acantilados o lejanos prados.

Como una visita rutinaria acudimos solícitos a otro clásico de Ferrol, concretamente de Doniños: el Cholas y sus imprescindibles pulpo, parrochitas y salpicón de marisco. No defrauda y cobra valor tras el baño y presenciando una mágica puesta de sol. Aviso a los incondicionales, Alejandro el "Cholas" se jubila y el local se traspasa, desgraciadamente.



Vamos llegando al final del viaje. Dudamos entre intentar llegar temprano a Santiago y visitar el Pórtico de la Gloria (queda pendiente para el próximo viaje) o dejarnos llevar por la melancolía de este domingo cubierto de nubes y vapor de lluvia, despedirnos relajadamente de Paco, de sus perros, de sus camelios y degustar, como último bocado, la afamada tortilla de Betanzos del Restaurante La Casilla. La elección es fácil y el resultado inigualable. Precedida de las mejores zamburiñas que he probado últimamente, dejamos que el caldo de huevo campero bañe las excelentes patatas medio fritas medio confitadas. La tortilla (para dos personas) acaba de cuajarse en mesa con la temperatura que trae desde la cocina.  



Lloraré la distancia que ya me separa de estos aromas y de estos efluvios degustados estos últimos cinco días empapados en amistad.

Nos merecíamos esta escapada -huida- y volver a viajar por placer para cambiar el motivo de los últimos desplazamientos aéreos.


lunes, 6 de agosto de 2018

Palma 80,s (I)

No me creen cuando digo que yo veraneo a tiempo parcial, a media jornada en este tupido litoral donde se vienen sucediendo las compañías y las galas de tarde y de noche, de tantos ocasos ardientes sin que el termómetro se apee de los treinta grados. Estoy por quedarme tirado en mi orilla balbuceando dos viejas canciones, dos clásicos del pop español, que empecé a degustar en las calas baleares y en algunos bares de la bahía de Palma en las lejanas madrugadas de los felices e inconscientes ochenta: Treinta y siete grados (los corporales de cada cual) y Escuela de calor.

Eran esas, entre otras, las que sonaban cuando llegaba la hora de maquearse con un leve vapor, un rocío de Fahrenheit o de Eau Sauvage y encender las noches en el Corb Marí, seguirlas en Luna y verlas desvanecerse en Babels, donde, desde su enorme ventanal con arco de medio punto -al fondo, a la izquierda- nos sorprendía el amanecer con un vaso de tubo en las manos y dos tristes piezas de hielo diluyéndose en el penúltimo cubata de ron de relleno, con las wayfarer caladas en la turbia mirada de ojos hidrópicos de jóvenes amazonas del alba que nunca encontrábamos o que ya se habían marchado...En la fachada de enfrente, la puerta del infierno y el mismísimo Lucifer administrando el acceso al local más cosmopolita, ultramoderno y postpunk de Mallorca: Abraxas. Allí nos reuníamos lo mejor de cada casa, apostados sobre la barra o en la terraza, con un sol implacable que dolía en nuestras conciencias. Abandonábamos por fin ese callejón de la Plaza del Vapor una jornada más, derrotados por la inconcreción de nuestras negociaciones y huérfanos de ánimo para regresar a casa. La última paradita más de un día era en una panadería de  la calle San Magín para bebernos los chupitos de lo que fuera que nos ofreciera el maestro hornero en su trastienda. Con sus manos y delantal cubiertos de la harina con la que confeccionaba excelentes ensaimadas, se nos venía arriba con sus vinilos de María Calas. Parecerá muy surrealista pero era así -hay testigos-. Pasaba el dorso de su mano sobre el disco y lo colocaba con mimo bajo la aguja del tocata. Entonces, se apartaba de la mesa y gesticulaba con gran afección al sonar las primeras notas.

Con las ensaimadas y el Última Hora (que se vendía en algunos semáforos) bajo el brazo llegábamos a casa y atracábamos la nevera. Un par de lingotazos de gazpacho fresquito y dejábamos caer nuestros cuerpos sobre el colchón. Misión cumplida. Ya serían las ocho....unos minutos antes de que mi padre se sentara a desayunar las ensaimadas y el periódico. A esas horas, con la fresca,  mi madre ya planchaba. En un par de horas, estaríamos camino de la playa; Cala Mondragó, Cala Figuera, Cala Llombards, la Colonia de San Jordi….o Illetas y con el cuerpo bien apañadito buscábamos una parcelita desierta y sombreada donde reanudar nuestros sueños quebrados. El baño nos rescataba de las intempestivas sacudidas de la noche anterior y brotaban con fuerza las ganas de volver a la batalla y a la gresca; pactar con unos y con otras la estrategia de una nueva noche. Esta vez en Tito´s el verano en que sonó Lessons in Love  de Level 42 y la trotaban en la sala unos tipos pakistaníes o hindúes con una estética  locomía que por entonces ya nos chirriaba y ahora simplemente nos horroriza. Sin embargo a las chicas les entusiasmaba aquella forma tan sincronizada de bailar pegando botes y cruzando pies y brazos de forma muy ordenada, hasta el punto de pretender participar del aquelarre.

Bastante más ingenuos de lo que creíamos ser, ignorábamos que ya por entonces, con nuestras consumiciones en la mayoría de estos locales, se estaba fraguando su propia leyenda e industria un controvertido empresario del que recientemente hemos conocido sus presuntas fechorías. ¿Quién será?

De aquellos polvos, estos lodos.

Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...