lunes, 12 de marzo de 2018

Baqueira al 100%

Durante nuestra ruta marítima, a mitad de travesía, embarcaba una mar cruzada por la amura de estribor. El intenso oleaje reventaba violentamente una y otra vez contra el casco y en cada sacudida una blanca explosión espumosa se alzaba por encima de las primeras cubiertas y rociaba a los pasajeros que contemplábamos el bello espectáculo desde esa banda.


Al fondo, Iñaki, la Serra de Tramuntana había lucido durante las primeras horas de navegación colosal y majestuosa, iluminada por la luz directa del sol de mediodía. 



Tras la popa, quedaba el surco en la superficie del mar como una herida abierta,  una raja profunda y atornasolada que se perdía en el horizonte. A pesar de ese sol, la temperatura empezaba a descender y los dedos, agarrados fuertemente al pasamanos, comenzaban a entumecerse. Música y baile de rock&roll para los cuerpos sensibles al vaivén de las olas. Los macarrones de la comida repetían su nombre a cada bandazo; no encontraban acomodo en el interior de algunos estómagos y amenazaban con salir por donde habían entrado. No parecía una broma.

Ya en ruta terrestre la lluvia nos acompañó desde el desembarco en el puerto de Barcelona hasta las estribaciones del túnel de Viella, donde nos sorprendieron también los primeros copos de nieve, tras algo más de cuatro horas de carretera nocturna sin apenas tráfico. El permanente lazo amarillo escoltó nuestro viaje desde Torrefarrera hasta más alla de Pont de Suert. El fricandó herreriano, siempre presente en ese tramo de la N-230, se ha convertido en una bola, en un bocado indigerible, seco y astilloso y díficil de tragar. Y a pesar de la oscuridad de la media noche, esa ruta se nos iluminó al iniciar el descenso hasta la propia Viella, al atravesarla y al llegar a la rotonda del Parc de Pompiers de Bossost. Ya habíamos llegado. 01:00 de la madrugada; primer día de esquí.

La previsión climatológica, desde unas semanas antes de iniciar el viaje, nos reportaba cuatro días de temporal de viento y nieve, de baja visibilidad y las dificultades que vienen por añadidura cuando son muchos los esquiadores y escasos los remontes y las pistas abiertas. No fue así, afortunadamente: Baqueira al 100%. A pesar de no haber dormido más de cinco horas, la ansiedad por vernos sobre los esquíes más pronto que tarde, hizo fácil y ligera la tarea de embutirse en la ropa de esquí, echarse un desayuno ligero para adentro, comenzar el ascenso fugaz hasta la cota 1.800 y poner rumbo al sector de Bonaigua. A la altura de Salardú un pellizco en el estómago, ese latigazo de la memoria que me lleva a mis primeras jornadas de esquí, muchos años atrás; cierta inseguridad y temor a las primeras bajadas con aquella pandilla de locos de veinte años que nos lanzábamos a tumba abierta con más temeridad que control y más bien disfrazados de esquiadores. Cualquier prenda valía.

Sol radiante y menos esquiadores de los esperados. Los primeros descensos hasta el primer remonte reactivan la técnica que ha ido adquiriendo cada cual para sacarle partido a estos días de intensa satisfacción y máximo rendimiento. Encuentro familiar de cuñados, sobrinos y primitos con una pequeña debutante que ha demostrado la capacidad que tienen los menores para agarrarse a la nieve y no perder ni equilibrio ni ánimo. Afluencia masiva  de muchos conocidos mallorquines que aprovechamos la festividad del día 1 de marzo en Baleares. Vistas espectaculares y nieve de excelente calidad.


El primer día después de un año sirve para apreciar las bondades de esta actividad que posibilita  disfrutar de la montaña en condiciones muy adversas a veces y al aire libre por más de siete horas interrumpidas levemente para un ligero avituallamiento. La tarde cae enseguida y es muy recomendable no dejarse el resto de jornada en el café. Tiempo habrá de gozar de unas cañas y unas tapas en ese otro paraíso gastronómico que puede disfruarse en el Valle. 

Hemos descubierto  la nueva ubicación de un viejo conocido, La Trastienda de Bossost. Se trata de un pequeño establecimiento que cuenta ahora con una modesta pero coqueta pensión en fase de remodelación y que propone, además, una apreciable oferta gastronómica. Sin más pretensión que agradar al cliente resulta especialmente recomendable para familias con niños pequeños. Como muestra, un botón; su olla aranesa, servida en cazuela individual que justifica el nombre de la receta. Completa y suculenta, con todos sus sacramentos perfectamente identificables y contundente después de una intensa jornada de esquí. Y suficiente.




También pudimos dar cuenta, al cabo de dos días, de un sorprendente menú de degustación con productos locales, muy correctamente presentados y aderezados con singular maestría, una merluza de pincho sobre verduras de una huerta particular y bañada por una ligera ajada gallega; filetes de gallo de San Pedro con crujiente de sésamo y escalibada y un consejo;  dejar n huequito para alguno de sus postres caseros (el yogur es sublime) y su variada tabla de quesos. Buenos vinos -excelente y generosa oferta- y un trato amable y cálido. Toda una sorpresa después de una dura jornada de esquí. Todo, no más de veinte euros por persona, bebida incluida; unas cañas, refrescos y un Luis Cañas de crianza, 2014. Cuesta levantarse de la mesa por la conversación y el placer de la sobremesa y el único aliciente para dejar el local es la necesidad de descanso y  recuperación para volver con buen ánimo y repuesto a la pista al día siguiente.

La suerte sigue acompañándonos durante la segunda jornada y el sol brilla en un cielo mucho más limpio que la jornada anterior. Solo por la tarde comienza a enturbiarse y acaba cubriéndose con una ligera capa de nubes, que amenza el cambio previsto. Recorremos durante todo el día el sector de Beret y seguimos apreciando la calidad de la Estación, la simpatía del personal de pistas, el mantenimiento de todas las instalaciones y la excelente nieve caída días atrás. Comida rápida y frugal en uno de los garitos más atractivos, el rincón de Anna Codorniu excesiva y ruidosamente ambientado con un escandaloso DJ. Cuánto daño ha hecho el chill out .


Cumpliendo las previsiones meteorológicas, los dos siguientes días hemos visto mucho menos el sol. Ni la espesa niebla nos arruga. Nuestras perseverancia e insistencia, remontando tras cada descenso y de forma inmediata hasta la cumbre en cualquiera de los telesillas disponibles, tiene su recompensa y al final de cada jornada el cielo ha desnudado su intenso azul y ha permitido que el tibio sol dibuje el perfil de la superficie bajo nuestros esquíes. A mejor visibilidad, mayor disfrute.



Se nos escapan los días y nos queda la certeza de haber disfrutado de unas excelentes instalaciones aptas para todos los públicos. Baqueira Beret, en su esfuerzo por mantenerse en lo más alto, además de contar con unas pistas y remontes excelentes y variados este año y con motivo de  su 50 aniversario ha  renovado su local principal, cota 1.800, El Bosque; un autoservicio con una oferta atractiva y variada y un comedor muy confortable y silencioso gracias a sus muros y techo y con un diseño interior digno del siglo XXI. 

Entre la calidad de la nieve, el sol y El Bosque nos quedamos tan satisfechos que es  como si nos hubieran devuelto el importe de los remontes. Al final, no son tan caros.

La excursión familiar la rematamos en un paseo vespertino por el centro de Barcelona. Sus ramblas, la Plaza de Cataluña -una permanente acampada disipa mi ánimo de mostrar a mis hijas el lugar donde, desde su cochecito, su padre echaba alpiste a las palomas- la Puerta del Angel y la Calle de Santa Anna, donde al final de la misma disfrutamos de una excelente merienda-cena-biodramina  antes de embarcar de vuelta a casa.

Hasta el año que viene. ¿Te apuntas?


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