lunes, 6 de noviembre de 2017

Piolines y el fugitivo

Podría llamarse Jaime, Carlos, Manuel, Pepe, María, Natalia, Carmen, Pilar...

A él, en concreto me lo he encontrado esta pasada semana en uno de los pasillos de la Comandancia. Después de más de cuarenta días sin uno solo de descanso, le han permitido  cruzar el charco -en barco, manda narices- para regresar casa y pasar un pequeño permiso con su mujer y con sus hijas. Nada; cuatro días para tratar de recuperar espacios y tiempos perdidos. Lo manda el deber...y obedecen.

La vida en el piolín no parece muy confortable. Estamos hartos de ver imágenes sobrecogedoras de caos y desorden, de escasez de espacio y de intimidad, de la evidencia del descuido en las comidas y en las malas condiciones de vida a bordo. Pero no todos se quejan. Hay varios piolines en los distintos puertos de Cataluña y el guardia del que hablo comparte con un compañero un camarote para cuatro personas. Y no se queja. Desde el barco hasta el exterior del puerto tienen que recorrer casi cinco kilómetros caminando; entre una hora y hora y media. Y no se queja. Un paseo que le lleva, de paisano, a poder confundirse con el resto de los ciudadanos y poder desayunar, por ejemplo,  unos churros junto a la playa o tomarse unas mirindas y mandar unas pocas fotos por wpp a su mujer y a las niñas. Y no se queja.

Me resulta muy familiar la entereza y naturalidad con la que habla del servicio que han encomendado a su unidad. Todos los días la misma rutina y a horas intempestivas. No hay mucho tiempo para pensar y tal vez eso sea lo mejor. Este hábito sí hace al monje y el sacrificio pesa menos cuando se viste con su uniforme. Y no se queja. Todo lo contrario, se siente orgulloso. Miro a su mujer, también del Cuerpo que baja la mirada y sonríe, cómplice en el sacrificio. Se retira pacientemente y con mucho respeto uno o dos metros mientras hablamos, mientras le pregunto por él, por sus compañeros, por la vida, por el servicio, por el recibimiento, por el entorno, por nuestro barça .... Él contesta con serenidad asumiendo el deber encomendado mientras ella, con resignación, sigue sonriendo y me mira de reojo, de aquella manera, sí, cómplice en el sacrificio. Finalmente les pregunto qué es lo que hacen a esas horas y en esas circunstancias, con este sol Mediterráneo que se resiste a abandonarnos, en la Comandancia. Le sugiero que aprovechen esas horas, que peguen un salto a una recóndita cala a comerse a besos y restañarse las heridas de la ausencia y al final se lo reconozco a ella; la épica se quedó en casa, la auténtica heroína es la madre que se queda guardando el nido. Así es, así lo veo yo. ¿A qué te suena?

En breve habrá pasado el tiempo de descanso. La lluvia, la oscuridad de las tardes, la soledad del camarote volverán a marcar el ritmo de la rutina del servicio. No bajes la guardia, no te relajes. Quisiera equivocarme pero creo que vendrán momentos duros y difíciles y, como decimos por aquí, hay que estar bien alerta.

Y mientras unos luchan contra el desánimo y la separación, a muchos kilómetros de distancia, quien irresponsablemente se ha encargado de tensar la cuerda hasta romper las últimas fibras de la coherencia goza de los deshonrosos privilegios del fugitivo de la ley, haciéndose rodear de palmeros a sueldo, publico fácil y desinformado que canta las excelencias de su falso valor.  

Los fugitivos de la justicia española, que con tanto desdén la menosprecian por considerarla exenta de garantías, se aprovechan de los resquicios que permiten esas mismas garantías para seguir burlándose del resto de los españoles que, en su mayoría, respetamos y hacemos guardar la LEY porque en ello juramos nuestro empeño hace ya casi cuarenta años.

Seguirá paseando por Bruselas, con las manos dentro del gabán –como Pedro Navaja- con ese aire de viejo actor de reparto disfrazado de Harry Potter, comiendo bombones belgas, escupiendo sandeces y mofándose de quienes, salvo que vivan de rentas o de sus ahorros, seguimos pagando sus payasadas (y que me perdonen los payasos). Puestos a pagar hoteles y restaurantes, se me ocurre otro tipo de alojamiento más cercano y otro rancho, sin bombones de Godiva.




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