lunes, 20 de noviembre de 2017

El trampantojo

Lejana mirada de un niño de la  Barcelona de finales de los sesenta. La nariz empañando, con el vaho de su respiración, el vidrio de la puerta trasera del vetusto Seat 1500, caminito de Gavá. A la izquierda de la antigua carretera, escoltada por exuberantes álamos y en un terreno ligeramente hundido sobre el plano de esta, sumido en el silencio y la quietud, un polvoriento poblado del Oeste americano; Esplugas City, el escenario donde se grababan los exteriores de los espagueti western de aquella época de despegue y desarrollo. El niño recrea en su mente las películas de aquel género, desenfundando y disparando sin piedad su colt de cachas nacaradas, sin más munición que seis petardos de la inocente polvorina de los cartuchos que se vendían en bolsas de papel. Uno de "Los dos mosqueteros del Oeste", Kid Curry y Hannibal Hayes pero de otra latitud, no holliwoodiense; más de estar por casa, en zapatillas de paño -suela Pirelli- y un ancho tejano -Lois-ligeramente acampanado. 

El complejo de madera estaba compuesto por algunos edificios completos, casi reales, pero la mayoría se sujetaban milagrosamente sobre unas escuadras metálicas y eran simples fachadas planas, sin más volumen que la anchura de los tablones: un trampantojo que solo servía para representar historias de buenos y malos, de forajidos que huían con el botín del banco y rara vez con la rubia del salón.

En esa edad de la inocencia jugábamos unos días a ser forajidos "buenos" mientras que otras tardes había riña por ser o el "sheriff" o el apuesto Teniente que llegaba con el Séptimo de Caballería y ese día, sí, él era quien se llevaba a la rubia después de besarla en medio de la calle, con fruición, mientras se sobreponía sobre la pareja y en trazos adecuados el plano con la imagen del famoso "The end".

El género del western nunca se fue del todo de nuestras vidas. Va y viene y cuando regresa, lo hace a lo grande. El año pasado disfruté con  Los odiosos ocho, de Quentin Tarantino. Un peliculón salvaje y sangriento, de violencia explícita e inmisericorde con el espectador que deja las peliculas de Sam Peckinpah a la altura de un episodio de los teletubbies.

En Ib3, canal autonómico balear, a la hora en que la 2 invita al bostezo con sus leones del Serengueti, peligrosos forajidos, indios y vaqueros se miden en los desfiladeros del Gran Cañón del Colorado para delicia de los amantes del western. Mi admirado amigo Jaime B. es un apasionado de este cine y me lo imagino en el papel de  Juez del Condado impartiendo justicia y mandando al patíbulo a los malhechores.

Nuestros forajidos de moda, fugitivos de la justicia, que se mofan de los españoles y siguen una estricta dieta de coles de Bruselas y bombones de Godiva han resucitado el trampantojo, la farsa. Bajo su aparentemente sólida arcadia republicana, a la que han arrastrado a algunos brillantes, educados e intelecualtemente bien dotados ciudadanos (entre estos, algunos estimados amigos personales), a unos cuantos ingenuos y a muchos fanáticos y que ha resultado ser mera fachada; tablones de madera y cola de carpintero; no había ni estructura ni capacidad de crear un Estado propio. Vamos ni ellos mismos se lo creían. Y en cuanto la carretera de Esplugas es ya una rápida y segura autopista y el poblado del western ha desaparecido porque un estado sólido y una sociedad madura, con su recia Constitución y con su soberanía depositada con transparencia y legitimidad en sus Instituciones, ha restablecido el orden, la arcadia se ha diluido como un terrón de azúcar en el café matarratas caliente del viejo saloon. 

La rubia se fue con los buenos y la cárcel de verdad, no la jailhouse del decorado, mantiene sus puertas abiertas para que el Juez del Condado comience a firmar sus autos de prisión.

La ingesta abusiva de coles de Bruselas puede provocar molestas e incómodas flatulencias que no solo perjudican a quien las come, sino más, si cabe, a quienes tiene a su alrededor. Yo soy más de los Godiva pero con moderación que son muy caros y no están las cosas para derroches. 

Puigdecol de Bruselas, contrólese esa dieta.

The End.




  

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