Los muebles son a la vida de las personas lo que las arrugas a su piel. Van apareciendo con el paso de los años y van formando parte de su existencia. La diferencia es que, mientras los muebles van y vienen y en algunas ocasiones desaparecen, por contra, las arrugas se van pronunciando y se perpetúan. Esto es así.
Cuando hace casi veinte años decidimos emprender una nueva vida, nos pilló una hipoteca y mudamos nuestros huesos a un piso de nueva construcción y por tanto, absolutamente hueco, mis primeros enseres que traspasaron el umbral de la puerta, además de la lógica y vibrante ilusión, fueron unas pocas prendas de vestir, algún cacharro de cocina y una botella de Vichy Catalán. Poco a poco y a golpe de repetidos viajes, el piso se fue llenando de más bártulos; más ropa y más cacharros.
El ya desaparecido televisor Sony Trinitron y la caja de embalaje en la que llegó a casa formaron un aislado tándem durante meses. También se incorporó mi vieja torre musical Grundig y antes de comprar un buen equipo de música que con los años ha quedado obsoleto, adquirí un gran radiocassette con soundsorround y los ahora ya ancianos éxitos de Gloria Estefan (sí, con aquella sección de metal y percusión latina de Cuba Libre de su cd Gloria!) empezaron a sonar entre las paredes desnudas de la casa y el reluciente y rojizo mar de jatoba recién instalado y barnizado que se extendía bajo nuestros pies. Nos gustaba sentarnos, relajadamente, en el suelo del salón, hombro con hombro apoyando la espalda contra una pared y ver reflejado el fondo verde del parque de enfrente.
Con los años fueron llegando más muebles, muchos libros y algunos cuadros y cuando creíamos que ya teníamos de todo (thermomix incluída) empezaron a llegar bebés de niñas y nuevas necesidades mobiliarias; cunas, cambiadores y demás fruslerías de Prenatal. Me pasé todo un domingo empapelando con ositos y cenefas las paredes de uno de los dormitorios y al final, un buen día llegó una litera que pensábamos iba a quedarse con nosotros muchos, muchísimos años.
No ha sido así. Nuevas edades, nuevas necesidades. La litera ya no aporta utilidad, se ha convertido en un estorbo y hace unos días emprendió el viaje de salida de casa. Con su marcha desaparecen las huellas mágicas de los paseos del tal Pérez que se llevó un saco de dientes y se aleja el escenario principal de los primeros sueños de mis hijas y de sus primitas y amigas que, como invitadas, reposaron y durmieron unas cuantas noches sobre su estructura. Últimamente ya crujían todas sus articulaciones y el sencillo proceso de cambiar sábanas y edredones era una tortura para todos.
El black&decker fue aflojando cada uno de los tornillos que aseguraban las patas, el cabecero y el somier y en cada vuelta se escapaba un eco; el murmullo de las risas y de los cuentos que sonaron durante los años que prestó su servicio .
Ahora espera, desmontada, en el garaje de casa hasta que algún friki del wallapop quiera pujar para darle una segunda vida, pero me temo que acabará llevándosela Emaya, un día de estos en que yo decida tirarle los trastos.
Cuando hace casi veinte años decidimos emprender una nueva vida, nos pilló una hipoteca y mudamos nuestros huesos a un piso de nueva construcción y por tanto, absolutamente hueco, mis primeros enseres que traspasaron el umbral de la puerta, además de la lógica y vibrante ilusión, fueron unas pocas prendas de vestir, algún cacharro de cocina y una botella de Vichy Catalán. Poco a poco y a golpe de repetidos viajes, el piso se fue llenando de más bártulos; más ropa y más cacharros.
El ya desaparecido televisor Sony Trinitron y la caja de embalaje en la que llegó a casa formaron un aislado tándem durante meses. También se incorporó mi vieja torre musical Grundig y antes de comprar un buen equipo de música que con los años ha quedado obsoleto, adquirí un gran radiocassette con soundsorround y los ahora ya ancianos éxitos de Gloria Estefan (sí, con aquella sección de metal y percusión latina de Cuba Libre de su cd Gloria!) empezaron a sonar entre las paredes desnudas de la casa y el reluciente y rojizo mar de jatoba recién instalado y barnizado que se extendía bajo nuestros pies. Nos gustaba sentarnos, relajadamente, en el suelo del salón, hombro con hombro apoyando la espalda contra una pared y ver reflejado el fondo verde del parque de enfrente.
Con los años fueron llegando más muebles, muchos libros y algunos cuadros y cuando creíamos que ya teníamos de todo (thermomix incluída) empezaron a llegar bebés de niñas y nuevas necesidades mobiliarias; cunas, cambiadores y demás fruslerías de Prenatal. Me pasé todo un domingo empapelando con ositos y cenefas las paredes de uno de los dormitorios y al final, un buen día llegó una litera que pensábamos iba a quedarse con nosotros muchos, muchísimos años.
No ha sido así. Nuevas edades, nuevas necesidades. La litera ya no aporta utilidad, se ha convertido en un estorbo y hace unos días emprendió el viaje de salida de casa. Con su marcha desaparecen las huellas mágicas de los paseos del tal Pérez que se llevó un saco de dientes y se aleja el escenario principal de los primeros sueños de mis hijas y de sus primitas y amigas que, como invitadas, reposaron y durmieron unas cuantas noches sobre su estructura. Últimamente ya crujían todas sus articulaciones y el sencillo proceso de cambiar sábanas y edredones era una tortura para todos.
El black&decker fue aflojando cada uno de los tornillos que aseguraban las patas, el cabecero y el somier y en cada vuelta se escapaba un eco; el murmullo de las risas y de los cuentos que sonaron durante los años que prestó su servicio .
Ahora espera, desmontada, en el garaje de casa hasta que algún friki del wallapop quiera pujar para darle una segunda vida, pero me temo que acabará llevándosela Emaya, un día de estos en que yo decida tirarle los trastos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario