La memoria juega muy malas pasadas. A menudo solemos recordar enormes toboganes, inmensas praderas y profundos lagos que en realidad, al reencontrarnos pasadas las décadas, se nos muestran como minúsculos columpios, jardines sencillos y charcas con un metro de profundidad. El Duward Aquastar no era un Rolex y el misal de nácar se desmoronó porque la pasta de plástico de sus tapas sucumbió al paso de los años, de la vida.
Nosotros, de aquella, éramos más de El Santo, Simon Templer, que de un James Bond que allá por los setentas nos estaba vetado porque aparecían exuberantes rubias o morenas con vistosos escotes y canalillos vertiginosos que nada convenían a nuestra tierna inocencia de monaguillos ejercientes. No fuera que esa viva imagen de la provocación pudiera perturbar nuestro descanso.
A última hora de aquellos domingos, cuando rendido el fin de semana tocaba acostarse, nuestro tío Juan nos despedía desde la puerta del dormitorio, apagaba la luz y exhibía orgullosamente la luminiscencia de las agujas e indicadores de las horas de su flamante Tissot. Se hacía pasar por agente especial, por un Santo a la española, del desarrollismo del seat 600 que también poseía y que en nuestra pueril bisoñez y combinada con su alarde fantasioso hacía pasar por el coupé Volvo blanco de aquella serie.
Pasados los años sí que nos tragamos alguna película de 007 aunque si he de ser sincero no ha sido nunca un tipo de cine por el cual haya sentido yo mucha atracción. Me resultan empalagosas y faltas de sustancia y solazarse con las relamidas figuras femeninas en bikinis imposibles tenía una edad. A mí ya me pasó y en todo caso me quedo con la picardía canalla e hipócrita de Pierce Brosnan, mucho más próximo en edad y en gustos femeninos, tal vez.
Siempre nos quedará, no obstante, la figura del matador Bond, Roger Moore, asociado a elegantes modelos, luciendo elegantes trajes, relojes suizos y joyas espectaculares en mansiones de lujo, en Gstaad o en Marbella en aquellos inocentes y felices setenta, reportados en un Hola! que veíamos casi a hurtadillas, más con el ánimo que con la posibilidad de ver aunque fuera un cachito - cuarto y mitad- de Britt Ekland, Bárbara Bach o Carole Bouquet. Pero por entonces la brutalidad de nuestro caos hormonal tiraba más al monte y era más directo el Lib e incluso el Interviu y sus primeras portadas.
Casi no ha llovido ¿verdad? y quedan prendidos de la memoria un montón de gadgets ingeniosos que rellenaban las cartas a los Reyes Magos y lucían entonces en los escaparates de las jugueterías y que hoy carecen de atractivo alguno para los chavales que tienen ahora esa edad frontera entre el pantalón corto y el incipiente bigotillo.
Por contra el escenario de ficción en plena Guerra Fría en la que se desenvolvían las aventuras de James Bond y la presencia del villano de turno también generan cierta nostalgia. Qué felicidad comparado con el entorno violento y atroz del terrorismo islamista, cobrándose cientos de vidas inocentes sin que ni en el más aventurado de los guiones nadie habría ni imaginado, ni mucho menos escrito ni el mismísimo Ian Fleming.
Casi no ha llovido ¿verdad? y quedan prendidos de la memoria un montón de gadgets ingeniosos que rellenaban las cartas a los Reyes Magos y lucían entonces en los escaparates de las jugueterías y que hoy carecen de atractivo alguno para los chavales que tienen ahora esa edad frontera entre el pantalón corto y el incipiente bigotillo.
Por contra el escenario de ficción en plena Guerra Fría en la que se desenvolvían las aventuras de James Bond y la presencia del villano de turno también generan cierta nostalgia. Qué felicidad comparado con el entorno violento y atroz del terrorismo islamista, cobrándose cientos de vidas inocentes sin que ni en el más aventurado de los guiones nadie habría ni imaginado, ni mucho menos escrito ni el mismísimo Ian Fleming.