lunes, 29 de mayo de 2017

Roger Bond

La memoria juega muy malas pasadas. A menudo solemos recordar enormes toboganes, inmensas praderas y profundos lagos que en realidad, al reencontrarnos pasadas las décadas, se nos muestran como minúsculos columpios, jardines sencillos y charcas con un metro de profundidad. El Duward Aquastar no era un Rolex y el misal de nácar se desmoronó porque la pasta de plástico de sus tapas sucumbió al paso de los años, de la vida.

Nosotros, de aquella, éramos más de El Santo, Simon Templer, que de un James Bond que allá por los setentas nos estaba vetado porque aparecían exuberantes rubias o morenas con vistosos escotes y canalillos vertiginosos que nada convenían a nuestra tierna inocencia de monaguillos ejercientes. No fuera que esa viva imagen de la provocación pudiera perturbar nuestro descanso. 

A última hora de aquellos domingos, cuando rendido el fin de semana tocaba acostarse, nuestro tío Juan nos despedía desde la puerta del dormitorio, apagaba la luz y exhibía orgullosamente la luminiscencia de las agujas e indicadores de las horas de su flamante Tissot. Se hacía pasar por agente especial, por un Santo a la española, del desarrollismo del seat 600 que también poseía y que en nuestra pueril bisoñez y combinada con su alarde fantasioso hacía pasar por el coupé Volvo blanco de aquella serie.

Pasados los años sí que nos tragamos alguna película de 007 aunque si he de ser sincero no ha sido nunca un tipo de cine por el cual haya sentido yo mucha atracción. Me resultan empalagosas y faltas de sustancia y solazarse con las relamidas figuras femeninas en bikinis imposibles tenía una edad. A mí ya me pasó y en todo caso me quedo con la picardía canalla e hipócrita de Pierce Brosnan, mucho más próximo en edad y en gustos femeninos, tal vez. 

Siempre nos quedará, no obstante, la figura del matador Bond, Roger Moore, asociado a elegantes modelos, luciendo elegantes trajes, relojes suizos y joyas espectaculares en mansiones de lujo, en Gstaad o en Marbella en aquellos inocentes y felices setenta, reportados en un Hola! que veíamos casi a hurtadillas, más con el ánimo que con la posibilidad de ver aunque fuera un cachito - cuarto y mitad- de Britt Ekland,  Bárbara Bach o Carole Bouquet. Pero por entonces la brutalidad de nuestro caos hormonal tiraba más al monte y era más directo el Lib e incluso el Interviu y sus primeras portadas.

Casi no ha llovido ¿verdad? y quedan prendidos de la memoria un montón de gadgets ingeniosos que rellenaban las cartas a los Reyes Magos y lucían entonces en los escaparates de las jugueterías y que hoy carecen de atractivo alguno para los chavales que tienen ahora esa edad frontera entre el pantalón corto y el incipiente bigotillo.

Por contra el escenario de ficción en plena Guerra Fría en la que se desenvolvían las aventuras de James Bond y la presencia del villano de turno también generan cierta nostalgia. Qué felicidad comparado con el entorno violento y atroz del terrorismo islamista, cobrándose cientos de vidas inocentes sin que ni en el más aventurado de los guiones nadie habría ni imaginado, ni mucho menos escrito ni el mismísimo Ian Fleming.

lunes, 22 de mayo de 2017

Razones tengo

Razones tengo (por lo menos diez) para pensar, para estar seguro, de que hay que aprovechar al máximo la vida, todos sus días, todas su horas. Desde muy tempranito.

Parecerá un tanto moña pero es delicioso despertar por la mañana por los  trinos y gorjeos frenéticos de golondrinas y vencejos. El sonido y el placer de poder escucharlo. Especialmente si es sábado. Poder darse la vuelta en la cama, colgarse el pinganillo abandonado de madrugada sobre la almohada, descuidadamente, donde caiga. Acaban las noticias de las ocho en radionacional, el parte que antaño dirigía Victoriano Fernández Asís que remataba su ronda de corresponsales internacionales con su "Berlín, Londres, Nueva York, París, Roma, Viena....hasta mañana". Y a coro, aquellos: "Hasta mañana Madrid". Entra ya Pepa y la primera pista de las palabras anagramadas. Qué difícil, a veces....

Brinco con ambos pies hasta la alfombra. Es sábado y hay mucha vida por delante; toda la vida. Reina un rotundo silencio en buena parte de la casa y un sol tibio y amable entra ya en el salón. Desayuno frugal, ducha rápida  y a la calle. 

Los sábados,  en esta época del año, son artículos de lujo. Ojito que no empiecen a cobrarnos por vivirlos. Compra rápida en el súper, vuelta a casa, jugar dos horas de buen tenis sobre una pista de tierra batida que agoniza (¿hasta cúando?). Al mediodía, un par de vermús de Izaguirre, un arrocito meloso de sepia y marisco en casa y de postre tenis en la  televisión; ATP Roma para ver en el salón. Lástima que Rafa Nadal cayó ante Thiem. Nos quedaba Muguruza pero en veinte minutos una dolencia inexplicable le hace abandonar. Bueno, ya vendrá otra. Estiro las piernas sobre mi alfombra afgana y me sumerjo en la tableta: prensa y blog.

La tarde va cayendo y la indolencia secuestra lo que resta de mi voluntad de permanecer más activo. La semana ha sido muy exigente y a última hora de este sábado, con la escasa luz mortecina que entra en el salón vuelven las golondrinas a pintarrajear el cielo con su histérica coreografía. Idílico hasta el babeo. Antes de las once de la noche ya cuento borreguitos.

El domingo, más motivos, más razones para vivir,...abrir la ventana y ver el mar del sur de España...

Queda por delante toda una jornada que puede traer importantes acontecimientos. El Fenerbahce hizo cuanto pudo para evitar que la jornada del domingo no fuera tan devastadora. Así y todo y sin esperanza de que ocurriera lo contrario, el Madrid se lleva finalmente la liga. Enhorabuena a mis amigos merengonetes, pero solamente a los que son mis amigos, no a todos los merengonetes, que hay algunos muy odiosos, tipo ronceros, alcalás y manusancheces y alguno más -muy próximo- que solo dicen sandeces y estupideces.

Y luego, para rematar un domingo cualquiera, para echarme definitivamente a la cama, lo otro, lo de "salvar al psoeldado sánchez...." buff, ¡qué pereza!

Pese a todo, razones tengo, por lo menos diez. 

https://www.youtube.com/watch?v=pG5ENS0PjT4 

https://www.youtube.com/watch?v=_g-dyXWUov8

lunes, 15 de mayo de 2017

La litera

Los muebles son a la vida de las personas lo que las arrugas a su piel. Van apareciendo con el paso de los años y van formando parte de su existencia. La diferencia es que, mientras los muebles van y vienen y en algunas ocasiones desaparecen, por contra, las arrugas se van pronunciando y se perpetúan. Esto es así.

Cuando hace casi veinte años decidimos emprender una nueva vida, nos pilló una hipoteca y mudamos nuestros huesos a un piso de nueva construcción y por tanto, absolutamente hueco, mis primeros enseres que traspasaron el umbral de la puerta, además de la lógica y vibrante ilusión, fueron unas pocas prendas de vestir, algún cacharro de cocina y una botella de Vichy Catalán. Poco a poco y a golpe de repetidos viajes, el piso se fue llenando de más bártulos; más ropa y más cacharros.

El ya desaparecido televisor Sony Trinitron y la caja de embalaje en la que llegó a casa formaron un aislado tándem durante meses. También se incorporó  mi vieja torre musical Grundig y antes de comprar un buen equipo de música que con los años ha quedado obsoleto, adquirí un gran radiocassette con soundsorround y los ahora ya ancianos éxitos de Gloria Estefan (sí, con aquella sección de metal y percusión latina de Cuba Libre de  su cd Gloria!) empezaron a sonar entre las paredes desnudas de la casa y el reluciente y rojizo mar de jatoba recién instalado y barnizado que se extendía bajo nuestros pies. Nos gustaba sentarnos, relajadamente, en el suelo del salón, hombro con hombro apoyando la espalda contra una pared y ver reflejado el fondo verde del parque de enfrente.

Con los años fueron llegando más muebles, muchos libros y algunos cuadros y cuando creíamos que ya teníamos de todo (thermomix incluída) empezaron a llegar bebés de niñas y nuevas necesidades mobiliarias; cunas, cambiadores y demás fruslerías de Prenatal. Me pasé todo un domingo empapelando con ositos y cenefas las paredes de uno de los dormitorios y al final, un buen día llegó una litera que pensábamos iba a quedarse con nosotros muchos, muchísimos años.

No ha sido así. Nuevas edades, nuevas necesidades. La litera ya no aporta utilidad, se ha convertido en un estorbo y hace unos días emprendió el viaje de salida de casa. Con su marcha desaparecen las huellas mágicas de los paseos del tal Pérez que se llevó un saco de dientes y se aleja el escenario principal de los primeros sueños de mis hijas y de sus primitas y amigas que, como invitadas, reposaron y durmieron unas cuantas noches sobre su estructura. Últimamente ya crujían todas sus articulaciones  y el sencillo proceso de cambiar sábanas y edredones era una tortura para todos. 

El black&decker fue aflojando cada uno de los tornillos que aseguraban las patas, el cabecero y el somier y en cada vuelta se escapaba un eco; el murmullo de las risas y de los cuentos que sonaron  durante los años que prestó su servicio .

Ahora espera, desmontada, en el garaje de casa hasta que algún friki del wallapop quiera pujar para darle una segunda vida, pero me temo que acabará llevándosela Emaya, un día de estos en que yo decida tirarle los trastos.

lunes, 8 de mayo de 2017

Siempre nos quedará.....el balonmano

Está a punto de caer el telón de fin de temporada futbolística. Hubo años en que, por estas fechas,  la fiesta se prolongaba, de madrugada, más allá de  los aledaños del Nou Camp. Caminaban ufanas las familias con sus bufandas y el aire todavía espeso de los fuegos artificiales. Apagábamos los televisores pasadas las doce de la noche con la sensación de que había merecido la pena. Se nos pegaba el estribillo de las canciones de Coldplay y de The Killers y  cerrando los ojos con ilusion, veíamos a todos los integrantes de la plantilla, entrenadores, fisioterapeutas, utilleros, amigos, familiares, hijos,hijas, bellas esposas dando la vuelta de honor como cierre victorioso de una gran campaña.

El alcohol había hecho mella en las gargantes de algunos jugadores y sus voces sonaban como instrumentos viejos y desafinados. ¿Que sería de las aficiones -y con mayor motivo de una afición como la del Barça- sin momentos así? Vamos, que no me lo quiero imaginar porque no quiero volver a vivir en aquellos desiertos de antaño. Ya dije que en los viejos y duros tiempos de la prehistoria de este Club nos llevábamos muy pocas copas y muchos berrinches. Y no me lo han contado.

Ha sido un año gris y doloroso porque el Barça no ha podido estar a la altura de las circunstancias en los momentos donde se deciden los títulos. El Madrid que ha configurado una gran plantilla, casi diría que excelente, se prepara para levantar, con todo merecimiento, su duodécima "orejona". Si me apuran -no me duele reconocerlo- tiene la mejor plantilla que se ha visto en mucho tiempo. Y ha sabido jugar su competición. Este año, sí. Al final, lo que realmente puede  medir la calidad de un equipo, de una plantilla, es la Champions y no siempre es así. No lo es cuando los sorteos favorecen de manera misteriosa y casual a un equipo (no me refiero a los de esta temporada) y se planta un equipo en semifinales sin apenas haber tenido que apretar los dientes contra formaciones duras y en desplazamientos difíciles.

El Barça no ha estado a la altura en esta competición continental y tendrá que someterse a un riguroso ejercicio de autocrítica. No olvidemos que ha sido vapuleado por el PSG, a pesar de la remontada, y por la Juventus. Por su bien y por el de buena parte de su afición, no alineada en el pensamiento único que marca la ruta de los principales dirigentes políticos catalanes, debería olvidarse de su actual posicionamiento político y volver a ser una entidad exclusivamente deportiva, donde lo que marque y señale el camino a seguir sea el recorrido de un balón y un patrón de juego que vuelva a ser reconocible e identificable con los valores que atesoró hace unas temporadas.

No es solamente el fútbol. Tambien en baloncesto hace años que están lejos de los títulos y del prestigio que aportan los éxitos internacionales. Mala gestión y nula consideración hacia una afición que empieza a añorar, también, tiempos pasados.

¿Qué nos queda? Pues lo de siempre: el reintegro. ¿El balonmano y, tal vez, el hockey sobre patines? No es eso. No debe serlo.

Cuesta cada vez más en los entornos personales de muchos aficionados del Barça, no ya defender, sino justificar, ese absurdo empecinamiento en hacer del Club una plataforma de reivindicación política y nacionalista. Lo único que provoca es un natural desapego.



 


martes, 2 de mayo de 2017

El viejo Café

A menudo salta a las páginas de información local la noticia del cierre de un local clásico, de los de toda la vida. Una mercería, una librería, un cíne, un café. A muchos ciudadanos, especialmente a los que tenemos una edad, estas noticias suenan a esquela, a obituario. Quien más y quien menos echa mano de su propia copia de seguridad y dedica unos segundos a reflexionar lo mucho, lo habitual o lo escaso que une a su propia biografía la historia de aquel negocio.

Hoy, primer día laborable después de su cierre definitivo el pasado sábado,  ya no abrirá sus puertas el Lírico, viejo Café en el que todas las mañanas, durante un montón de años, nos tomábamos un tellat los jóvenes Interventores de la calle del Mar. Allí conocí a los que habían sido, primero, subordinados de mi padre, luego compañeros y amigos. Huíamos de la oscura tabernita del viejo cuartel de Intendencia y entrábamos en el Lírico por su puerta de atrás. Si el clima lo permitía nos sentábamos en su terraza del paseo de Antonio Maura o bien, en invierno o cuando llovía,  ocupábamos los pequeños veladores de su interior. Tras la barra, muy alta, l'amo despachaba uno a uno cada uno de los cafés en sus múltiples variantes de cada comanda. Al rato, servía diligentemente el camarero cada una de las consumiciones sin margen de error y  acabado lo cual, introducía muy poco sutilmente su mano en uno de los bolsillos de su pantalón negro y hacía sonar ostensiblemente la calderilla que ahí guardaba para, captado el mensaje, poder proporcionar las vueltas.

No podía decirse del personal que fuera ni simpático ni gracioso. No se dio jamás compadreo alguno con aquellos camareros de blanca guayabera. No había chistes ni ocurrencias ni se abría debate alguno sobre los resultados de la jornada futbolística pero aquel local formaba parte de la rutina de cada día laborable. Era rápido, próximo y económico. Todo eso mucho antes de la llegada del euro y por tanto, una ronda de cafés, no pasaba de las trescientas o cuatrocientas pesetas. Entonces un dinerete, pero hoy -tres euros- apenas cubriría el precio de un desayuno individual. Así estamos.

Entre las mesas abarrotadas, tanto en la terrraza como en el interior, se colaba un anciano vendedor de lotería, eterno en la memoria, con su traje gris y exhibiendo una ristra de décimos procedentes de la Administración próxima. Un año, para el sorteo del Niño, cayó allí el gordo y regó aquellas aceras de millones de pesetas. Muchos comerciantes de la zona resultaron agraciados y otros habituales nos quedamos ajenos al reparto. Jamás volví a ver al viejo vendedor. Dicen que le tocó un buen pellizco y que desapareció. Creo que el Lírico repartió un premio en participaciones. Igual que la propietaria del Chalet Suizo, que pasados unos meses también cerró. Hacía ella misma la pasta, preparaba unas exquisitas raclettes y foundies y regalaba a los clientes habituales, a los postres, una excelente copita de grappa casera, de origen familiar, y como ella defendía, absolutamente suiza. 

Pero eso es otra historia....


Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...