lunes, 3 de abril de 2017

BCN

Hubo que madrugar, pero mereció la pena. Aunque la razón del viaje no era  exclusivamente de placer, mal habría hecho si no hubiera tratado de disfrutar, siquiera por unas horas, de tu  paisaje urbano,  querida Barcelona.

Sí, ya sé. Un rato contigo y cientos en el olvido, pensarás. Y no es cierto. La vida, las circunstancias me han alejado de ti. Pero un solo elemento nos distancia, que no nos separa; el agua de esta mar azul, tan azul, tan mediterránea. Porque esa mar nos une. Tempestuosa y airada en ocasiones, dulce y acaramelada en otras. Mar que mece culturas y hermana lenguas. Mar que baña espectaculares monumentos  naturales. Me despide, desde la altura de mi vuelo, la imponente Sierra de Tramontana y al rato ya diviso los Pirineos, coronados con un leve manto blanco. Y entre ambos, tu mar, nuestra mar, como la buena madre de todos nosotros, con su reflejo cobrizo al mirarlo al contraluz del primer rayo solar, suspirando en su ligero aliento por el bien de todos. Madre, mar.....gracias.

Se me hincha el pecho y respiro profundamente al salir, por fin,  del metro en la Plaça dels Països Catalans (la corriente de aquellos nuevos tiempos municipales cambiaron placas y removieron la historia sin contemplaciones) y tomo la calle Entença, pegado a los muros de La Modelo, silenciosa y agonizante, testigo mudo de su propia historia. Llego al Clínico. Hoy, sopa de pasta para los internados. El aroma de caldo de gallina inunda el barrio. Pobres! que les aproveche y que no repitan mañana, aunque habrá otros...Y que el gasto de la urna de cartón no obligue a echar agua al caldo. Ya me entiendes.

Caminando, caminando llego a mi primer destino. Tu avenida Diagonal. Exultante y elegante en su arquitectura económica, bancaria y de negocios. De estos, unos florecientes y de frenética actividad. Otros, vestigios de un pasado mejor. Muchos desgraciadamente desaparecieron: Tic-Tac, Áncora y Delfín y un trágico y extenso sinfín que alegraron la vida  de unos niños que crecieron con la nariz pegada a sus escaparates y el tiempo los hizo mayores y  ahora anidan sus recuerdos solo en su memoria y revolotean esporádicamente al tratar de ubicarlos en sus antiguos locales y hacen sentir la profunda punzada de una pérdida irreparable que les coloca en un calendario real, el de hoy, el de esta fecha.

Cumplida con éxito la razón del viaje me dejo llevar por el aroma de esta gozosa primavera de final de marzo, bajando por tu Rambla Cataluña que a esta hora del mediodía ya es un bullicioso torrente de peatones; turistas, muchos, y barceloneses de variada etiqueta. Es como una pasarela de todas las modas y modos de vestirse y en su conjunto extraordinariamente atractivo. 

Circulamos todos automáticamente colgados del móvil; hablando unos, tecleando otros. Cada cual en su mundo y en el de su dispositivo, ajenos a este clavel reventón brotado por este sol radiante y amable que tolero con placer.

Cambio de acera y de calle. Cruzo hasta el Paseo de Gracia. Qué espectáculo. Más color y más bullicio. Más monumentos. Japonenes en manadas, con guías y móviles y palos selfie, fotografiándolo todo, fotografiándose entre ellos,  cada portal, cada baldosa, cada fachada. 



Vivo con intensidad y piso con firmeza esta moqueta de adoquines gaudinianos y paso junto a la Pedrera, pálida y reluciente y sigo descendiendo por la ribera derecha; libros, ropas, terrazas...y turistas, muchos turistas con más guías, con mas móviles pixelándolo todo. 



Llego a la Casa Batlló y cientos de visitantes guardando fila para entrar . Los de abajo fotografían todo lo que está por encima de sus cabezas; sus enormes ventanales y sus balcones como máscaras venecianas. Los de arriba fotografían lo que ocurre abajo, en ese paseo por el que galopan motos, autobuses colorados y taxis.



No me paro mucho pero yo también lo guardo todo en mi móvil. Sigue el color, el aroma de ciudad viva y las muchedumbres subiendo unas, bajando otras, colisionando entre sí y llego a la Plaza de Catalunya y echo la vista hacia atrás y me reencuentro con la imagen en blanco y negro del niño en su cochecito echando alpiste a las palomas.

Me aprieta el estómago y busco un local donde comer algo distinto a lo que se anuncia durante mi recorrido, cientos de fast food con cierta etiqueta. Quiero algo que sea gastronómicamente más barcelonés y, por casualidad, en la Calle de Santa Ana, entre la Puerta del Angel y las Ramblas encuentro lo más parecido. Un correcto menú con notables muestras de esa cocina tradicional y guiños a la cocina fusión y me inclino, sí, por una riquísima ensalada tibia de lentejas al afgano -eso no es catalán pero sí resultó determinante que fuera afgano- y un cap i pota con garbanzos, sencillamente sublime. 

Se va acercando el momento de tomar la ruta de regreso al aeropuerto pero a toda pastilla bajo por las Ramblas; Liceo, Casa de los Paraguas... hasta la calle San Fernando. Apurado por las prisas, todavía me asomo a la Plaza Real, muy transformada y abarrotadas todas sus terrazas. Sigo esquivando miles de turistas, sus móviles, sus trolleys pisando pies propios y ajenos. 





Huyo del trajín en cuanto llego a la Plaza de San Jaime y me dirijo a La Colmena; pastelería centenaria de escaparate art decó.  Cocas de llardons para viajar y los viejos  caramelos de naranja, tomillo, miel y limon....Subo por la vieja Via Layetana y me postro ante la Catedral y recuerdo, especialmente hoy, una de sus capillas, la de Santa Eulalia (Sor Eulalia Anzizu). En breve volverá a flotar sobre el chorro de una de las fuentes l'ou com balla e imagino que será una hazaña lograr fotografiarlo entre una marea de japonenes y curiosos.



Tomo el aerobus con el tiempo muy justo. Tan justo que llego a la puerta de embarque por los pelos, después de haber reeditado mi record mundial de carrera con obstáculos en terminal aeroportuaria,  con muchos obstáculos. Uff.....

Misión cumplida.

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