lunes, 27 de marzo de 2017

Si me queréis, irse.

"A poco que vivas, la vida les quita la letra mayúscula a palabras que antes escribías con ella; Honor, Patria, Bandera..."


Falcó, Arturo Pérez-Reverte.


La Lola de España, totalmente enfurecida y fuera de sí, lamentaba, con aquella sonora y chirriante expresión, su impotencia y desesperación por el desfase total en el que trataba de encajar, como una hazaña imposible, la boda de una de sus hijas. Estaba más necesitada de una duchita de agua templada y un buen gazpachito en el Lerele que de una boda. Por Dios, qué angustia!

La caja de surtido Cuétara (otra vez) en que se ha convertido el escenario político español, con la inestimable presencia de tipejos y tipejas de lo más variado, me provoca una severísima pereza intelectual y una abrumadora indolencia. Y claro, me dan ganas, en el mejor de los casos, de salir corriendo, pies en polvorosa y, sin mirar atrás, (Don´t look back, Boston*), poner tierra, y si es necesario océanos, por medio. Y siento como mi querida España, herida de muerte por tanta estupidez, me repite a mí y a un montón de buenos españoles -gente normal- lo mismo que decía la pobre Lola; ...si me queréis, irse!!!!!

Claro, pienso yo, después de lo que hemos pasado juntos, a nuestras respectivas edades, la de España, que es muy considerable, y la mía que empieza a serlo, nos cuesta mucho asumir en lo que se ha convertido aquella expectativa de progreso y modernidad. Es cierto, modernos somos un rato. Mis hijas ya no saben quién es el Oso Yogui y sin embargo saben mucho más de Trump a su edad de lo que yo, con esos mismo años, sabía de Carter. No les suena para nada Carpanta, ni el profesor Franz de Copenague, ni ningún otro personaje del TBO, pero podrían dar conferencias sobre el uso de aplicaciones del móvil y te montan una película musical, coreografía incluída, en un santiamén.

Pero la modernidad y el progreso no es solo eso ni consiste en disfrazarse para presidir un pleno de ayuntamiento o un parlamento autonómico, ni ninguna otra Insitución, ni parir ocurrencias, ni desempolvar rancias diferencias, ni faltar al respeto al pueblo al que supuestamente reperesentan con actitudes inapropiadas, con las manos en los bolsillos, mascando chicle, hablando mal tanto en lo que se refiere a la gramática como al lenguaje, más propio de tabernas, tascas y cantinas que de un hemiciclo o de un salón de plenos

Por eso, como decía Lola sudando y desaforada, "si me queréis, irse" me dice mi querida España a la que casi ya no reconozco cuando enchufo el televisor y trago tanta violencia verbal, tanto gesto desairado  y tan mala educación.

Prohibir, prohibir, prohibir. Prohibir todo aquello que no les gusta, rasgos comunes de muchas generaciones que vertebran nuestra sociedad. Es muy sencillo; si no les gusta....Si no les gustan los toros, que no vayan. Si no les gustan las misas, que no vayan. Si no les gustan las juras de Bandera, que no vayan, que no juren. Si no les gusta la carne, que no la coman.

Si no quieren respirar, que no respiren.....pero que no respiren hasta el final.

Refrenda esa voluntad de abandonarlo todo,  el caudaloso flujo de wpp,s que circulan a alta velocidad a lo largo del día con montones de frases, expresiones, imágenes de tipejos y tipejas  en actitudes difíciles de digerir y entender. Y de creer.

Se empequeñece la fuente y se vuelve irresistible la tentación de apear de sus mayúsculas -con las que siempre las escribí- las palabras Honor, Patria, Bandera, pero no es por la vida, ni por mis años. Es por la calaña de esos tipejos y tipejas que se envuelven interesadamente en los mismos paños que yo pero reniegan de su existencia y muerden la mano que -en sentido figurado, por supuesto- les da de comer.

...y así hasta la última gota de mi sangre. Uff!

* Confieso que he cantado, en su momento, tocando una imaginaria guitarra con mis manos, esta canción. Guardo el viejo vinilo -single 45 r.p.m.- en una caja, en el fondo del trastero.


 
https://www.youtube.com/watch?v=SSR6ZzjDZ94 




lunes, 20 de marzo de 2017

Un paso de cebra

Un paso de cebra, debidamente pintado sobre el asfalto y señalizado convenientemente, ampara un derecho pero en absoluto garantiza la vida. 

Hace unos días casi me arrolla una imprudente conductora que, además, tuvo el arrojo de detener su vehículo unos metros más adelante, bajar su ventanilla y muy altaneramente abroncarme porque, según su apreciación, yo no caminaba sobre las líneas blancas. Si hubiera sido como ella decía, asumiendo yo mi error, me habría callado y habría pedido perdón, pero ¡vaya si estaba cruzando la calle, li-te-ral-men-te, sobre el paso de cebra! Ojito con lo que consumimos, que puede haber vidas humanas en juego.

En frente de mi trabajo hay un parque urbano. Concebido a partir de los usos y gustos municipales contemporáneos, luce más el hormigón y el hierro forjado que el verde de árboles, arbustos, plantas y césped. No obstante podría definirse como un espacio de ocio para niños y tercera edad y no necesariamente por este mismo orden. Es algo así como una zona de uso compartido. Por la mañana, los mayores. Por las tardes, los niños, supongo. 

Un nutrido grupo de provectas chinas bailan una danza oriental. Separadas unos metros entre sí, ejecutan una coreografía armoniosa, sin apenas salirse de una baldosa; agitan levemente brazos, caderas y piernas al tiempo que van girando sobre sí mismas de manera simultánea. Algo así como un taichí musiquero. Un equipo de música reproduce una melodía y una de ellas, cual monitora, ordena la ejecución de los movimientos. Hace unos meses eran sólo tres de ellas las que efectuaban esta rutina junto a uno de los bancos y entonces el sonido lo reproducía un teléfono móvil. Llegarán a ser multitud.

Otro grupo de pensionistas, desde muy temprano, juegan a la petanca. Discuten y cacarean ruidosamente. Alardean de su habilidad y el tono de las discusiones llega, en ocasiones, a aparentar la gravedad de una afrenta. Entre ellos mismos aplacan la subida de tensión y al cabo de un rato, apaciguados los ánimos,  sigue sonando el tintineo de las bolas al golpearse entre sí o al colisionar contra el tablón que delimita la zona de juego.

Voy camino del banco y coincide con la hora de salida de sus casas de muchos escolares camino de la escuela. Grandes y pesadas mochilas colgadas de la espaldas y variado colorido en sus vestimentas. Las madres apuran en la despedida -traspaso de besos y bocatas-  y aceleran el paso para llegar a tiempo a la parada del autobús.

Un vehículo ha detenido su marcha y a pie del mismo una mujer de avanzada edad aguarda el momento de hacerse cargo del depósito; un rollizo nieto envuelto delicadamente con la ropa de ese día que su madre deja al cuidado de la abuela antes de irse a trabajar. Bebé, mochila y cochecito quedan en las mejores manos. No tengo duda, a juzgar por la expresión con la que la abuela contempla al pequeño. Como hoy no llueve y aunque el nieto no sepa todavía donde está, la buena abuela lo bajará al parque para que le dé el aire y un poquito de sol. Se sentará en el banco y mecerá el cochecito orgullosamente ante sus compañeras y vecinas, a sabiendas de que en un par de años se subirá a lo más alto del tobogán y jugará con otros niños, con otros nietos.

Llego al banco, voy de paisano. Nada ni nadie me ha perturbado por el camino. Nadie me ha hecho fotografías ni se ha burlado de mí. Soy -me considero- un ciudadano normal, un ciudadano más que en un momento determinado necesita realizar una gestión bancaria en mi horario de trabajo, eso sí. Por el camino no molesto a nadie ni voy provocando a otros ciudadanos a los que contemplo con naturalidad y normalidad, ya ves.

Qué suerte tengo. La Constitución ampara mi derecho, pero desgraciadamente, como un paso de cebra, tampoco puede garantizar mi integridad física, ni puede impedir que un par de imbéciles descerebrados y colocados con todo tipo de substancias se crean en el derecho de arremeter contra mi libertad de no insultar ni ofender a nadie con mis actos personales. Ni aún vistiendo uniforme militar.

Me duele el puntapié recibido por mi compañero al que no tengo el placer de conocer, pero me duele infinitamente más el silencio de quienes, desde la responsabilidad de gobernarnos, deberían, qué menos, condenar este tipo de actos violentos y agresiones gratuitas pero han decidido mirar hacia otro lado. Aún estoy esperando, ingenuo de mí. Claro, no era más que un militar.

Escribo esto en Palma de Mallorca en el mes de marzo de 2017. 

lunes, 13 de marzo de 2017

En el último minuto

Confieso mi escepticismo de esa noche. Era consustancial a mi condición culé, pese a la exitosa trayectoria reciente del club. Si, ya sé, me dirán que hace un tiempo y habida cuenta de los derroteros adoptados por el Barça, por buena parte de su afición -no toda-, por su directiva y también por parte de su masa social, respecto del proclamado y cacareado proceso independentista, abjuré de mi perfil más radical, si alguna vez lo atesoré. Que el éxito deportivo no sirva jamás para enfatizar otro tipo de adhesiones y convicciones. Que lo que pasa en un rectángulo de juego delimitado por líneas de cal no se lleve ni a la calle, ni a un Parlamento, ni muchísimo menos a sede judicial. Algunos eligieron esa fórmula de reivindicación y muchos, cual borregos adormilados sobre pastos de estulticia, parecen seguir su ruta. No es mi caso, confieso, por razón y por propia convicción.

Dicho esto he de reconocer que no logro abstraerme ni una pizca de mi devoción (meramente futbolística) por sus colores, por algunos de sus jugadores y por el indudable mérito de sus éxitos deportivos de las dos últimas décadas. Y no tiene sentido hacerlo, visto lo ocurrido el pasado 8 de marzo.

Me senté, sin tensión, frente al plasmón con la idea de presenciar un partido de fútbol del que estaba convencido, eso sí, de un resultado favorable. En pocos minutos advertí que tal vez no sería tan improbable la remontada y tenía el convencimiento de que si se llegara al descanso con dos goles a cero, cabría un razonable optimismo. Y así fue aunque posteriormente nos pusieramos a temblar y a sufrir cuando llegó el tercero. Entre bomberos  no nos íbamos a pisar la manguera y no recibí ni un solo wpp de ningún amigo culé. En todo caso, sí me entraron muchos de ellos,  demoledores, sarcásticos y funestos mensajes de tipos de acreditada solvencia para ser incluidos en una sección de la caverna mediática que reside en la agenda de contactos de mi teléfono. Chistes y chanzas que se multiplicaron a partir del gol de Cavani. Emoticonos groseros y memes burlonas.  Desahuciado y abandonado por toda esperanza dejé el móvil sobre el sofá, silenciado, y adopté una postura más adecuada a  un mayor grado de desafectación. Estiré mis largas piernas hasta el centro del salón y reposé mi cabeza en el punto más bajo del almohadón del respaldo. Así mantuve mis mínimas constantes vitales hasta el gol de falta de Neymar. Hasta ese momento deduje que el  Barça no había acertado con la gestión del tiempo del partido, el timing. En cuanto marcó el tercero quiso enseguida ir a por el cuarto y todavía  quedaba media hora. Era el momento de tomarse un respiro, asegurar su mejor táctica, la que ha hecho brillar a su estilo de juego, manejar el balón y retrasar un poco la presión del centro del campo y dejar que, en su miedo y arrebato, el PSG estirase sus líneas con la intención de culminar, en jugada aislada, su poco arriesgada estrategia. Con el excelente gol de lanzamiento de una falta por parte de  Neymar y por la reacción de los jugadores y pese a que faltaban seis o siete minutos, más el descuento, llegó el momento de volver a creer, de hacer renacer el espíritu de la remontada, sin necesidad de evocar fantasmas de eterno descanso, manoseadas y manipuladas por otras aficiones y que sacan en procesión cuando no existe mejor argumento:  épica o güija. 

Es cierto que dos errores arbitrales de apreciación, que algunas veces te dan pero que otras muchas te quitan, contribuyeron a hacer posible el resultado final. En cualquier caso al PSG no lo mató el error del árbitro. Pudieron marcar Cavani y Di María y erraron, como erró tambien el planteamiento de su técnico. Lo que ya no entiendo es que el cazo, tan blanco y tan digno él, tema tiznarse con el negro de la sartén. Anda ya! Con lo que se ha llevado ese cazo, tan blanco y tan digno él, toda su vida, toda su existencia. ¿Cuántos penaltis se han inventado jugadores del otro club a lo largo de su gloriosa historia? ¿Cuántos pocos dejaron de pitar muchos árbitros? ¿Suena a alguien el nombre de Guruceta? Cuando éramos niños ese apellido se colgaba como epíteto a cualquier mal árbitro cuando no tomaba una correcta decisión y pitaba lo que no era o dejaba de pitar lo que era. Solo falta que a esa protesta masiva de los merengones se sume Maradona y nos venga a hablar de honestidad y futbol. Tendría guasa.

Simplemente era el tiempo de creer en ese equipo, en esos jugadores, tan vivos, tan imperfectos, a veces, que han volteado por completo la historia de este club en estas dos últimas decadas. No es una cuestión de supervivencia, es algo más; es algo tan humano, pero al tiempo tan inusual, como el orgullo. La épica del guerrero, que es, o su vida, la gloria, o la muerte. Una cuestión de honor. Valores estos que cuesta asociar a unos deportistas magníficamente remunerados y que gozan de una saludable y gozosa vida, paradójicamente aupados a ese olimpo por cientos de miles de aficionados, muchos de los cuales acreditan, por sus ingresos, su condición de mileuristas. 

Era el último minuto y ni siquiera los más optimistas esperaban el acertado remate de Sergi Roberto. Todo el campo y cientos de millones de espectadores acudimos al centro del área del PSG a intentar rematar ese balón colgado por Neymar. El PSG, toda su afición y la mayor parte de la afición del Real Madrid y sobre todo, la recalcitrante caverna mediática de los Ronceros, Pedreroles, Alcalás, ManuSancheces, Gutis, etc, a tratar de impedir lo que culminaba una noche mágica. Otra vez será, muchachos.

Enhorabuena a todos.



P.D. No se ha ganado nada. En todo caso, seguimos de pie. Nada ni nadie garantiza que no haya que volver a tirar de orgullo y de épica. Todo se andará. Queda mucho todavía para llegar a Cardiff, si se llega.

lunes, 6 de marzo de 2017

Un buen plan

Después de una semana de esquí,  imagino (propondría) un buen proyecto de ocio para la eternidad: un continuo,  suave y  placentero descenso desde Cap de Baqueira a cualquiera de las cotas más bajas de la estación, acompañado por mi familia y amigos,  y al final de cada jornada una buena pizza, unas cervezas y un plasmón 3D que retransmitiera jugadones de Messi marcando, marcando y marcando goles y más goles.....

La realidad no es exactamente así, pero por momentos llega a parecerse bastante. Veamos.


Partimos en barco al mediodía de un viernes y el sábado a primera hora, - bueno, es un eufemismo, porque a esa primera hora me hubiera gustado estar ya esquiando- ya estamos con los esquíes puestos y calándonos las gafas. Y así cinco días, como cinco soles. Mientras el resto de mortales se dirigen al cole o a sus puestos de trabajo -lo que proporciona mayor satisfacción-  se le pone a uno aspecto de bon vivant y empieza a deslizarse por el níveo elemento, sol radiante y nieve -un tanto dura-, ahora a la izquierda y ahora a la derecha.....bris, bras.....

La vida son etapas. En una de las ascensiones en el telesilla, me sumerjo en inusual conversación con mi hija pequeña. Es una semana de absoluta convivencia en ámbito familiar y hay momentos para conversar, más de lo humano que de lo divino. En los escasos minutos que se invierten en llegar desde los 1.800 metros a los 2.500 de altitud hay tiempo suficiente para hablar de muchas cosas. 

Para llegar el momento de poder disfrutar de la nieve y de toda la estación todos juntos ha sido necesario haber pasado momentos de gran fatiga, nervios y situaciones críticas, no crean. Tratar de embutir a una niña de tres años toda la ropa interior de esquí, encima de un pañal, un mono térmico y guantes, las botas y el casco sin que proteste y sobrevivir al intento es ya todo un triunfo. Cuando esté lista, intentar llegar a tiempo a su clase o de la guardería es un nuevo reto. A medio camino, llevando todo el resto del equipo a cuestas, que no tenga que hacer pipí o cacá, que no le duela la barriguita y que no se entretenga haciendo bolas de nieve; es que no llegas! Todo eso multiplicado por dos. Lo más probable es que jamás lleguen a tiempo, que pierdan su clase y que haya que ir preguntando a todo los  tipos con mono de profesor de escuela de esquí que se crucen en tu camino sin obtener respuesta satisfactoria. Luego ya, si eso, tratar de sacarle partido a la jornada; una vez recuperado el aliento. Eso, si por el camino no se ha extraviado ninguna prenda, ningún palo, ningunas gafas recién compradas....

Pasa esa etapa y con menos trapo pero con igual tensión, hay que seguir proyectando el viaje de manera que, al menos, nos queden tres horitas cada día para poder esquiar libremente, sin ataduras ni paradas innecesarias.

Finalmente -tercera etapa-, por fin, podemos disfrutar todos juntos de la nieve. Esto sí que mola. No hay prisa. Puede tolerarse la lentitud del tráfico retenido desde la primera rotonda de Viella con la certeza  de que, con el equipo esperando en el guardaesquí y con los bocadillos en la mochila, queda todo un día por delante. Sigue apretándonos el gusanillo del estómago cuando, ya en el primer telesilla de la mañana, contactamos visualmente con los primeros esquiadores. 





El resto es coser y cantar. Me temo que quedan unos pocos años de esta modalidad. Llegará el día en que las niñas no lo serán tanto y decidan que, para este viaje, ya no hacen falta lo padres porque ya saben hacerlo solas muy bien y se lo pasarán mejor con sus respectivas pandillas. Van por el camino adecuado y eso ya lo he visto en otras familias.

Olvidaremos que un día se quedó el meñique de la mano izquierda  fuera del hueco correspondiente de su guante,  que la bota del pie derecho, insospechadamente, fue a parar al izquierdo; que no llegamos a tiempo de la clase del último día, que sudábamos a pesar de estar a varios grados bajo cero, que el último bocadito del desayuno no acababa de acomodarse en el estómago....

Ahora toca disfrutar y todos juntos, todo el día, con toda la nieve....es un buen plan.


Llegamos al final del viaje y Messi siguen marcando goles.


Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...