Estamos a punto de tomar nuestros asientos para
presenciar una nueva final. Eso, en el hipotético caso de que tengamos -y
mostremos- el más mínimo interés en volver a tragarnos el pesaroso espectáculo
que ya nos ofrecieron todos los contendientes hace medio año. Esto me obliga a
reflexionar que entre unas cosas y otras y, en el mejor de los casos, no
conoceremos el alcance de esta nueva contienda hasta bien entrado el otoño, con
lo que, prácticamente, habremos perdido todo un año natural soportando una permanente
campaña electoral. Esto es insufrible, insoportable.
La ventaja que nos aporta esta nueva intentona es
que los candidatos -todos ellos, sin excepción- ya se han mostrado tal y como
son y tal y como van a ser en el supuesto de que los recuentos de votos les resulten
beneficiosos, en cada caso. Han desaparecido las caretas y las pieles de
cordero y asoma el pelo de la dehesa por encima de la gris alpaca, el blazer casual
wear, el cuello abierto y desencorbatado, el esmoquin de camarero de casino
de Entrevías, los vaqueros, las bermudas, el suéter a pelo, los
meñiques-retrovisor, etc...
Y esa información visual va acompañada por la
memoria que conservamos cada uno de nosotros respecto de los argumentos
post-electorales y su contraste respecto de las promesas pre-electorales. Así
que la campaña electoral que está por comenzar deviene inútil e innecesaria. Yo
propondría colocar a los candidatos sentados en una silla, encerrados en una
habitación y en absoluto silencio por el tiempo que estuvieran dispuestos a
resistir la visualización de todos los videos del antes y después de todos los
partidos y de todos los acontecimientos acaecidos en este país en los últimos
seis meses. En silencio, sin réplicas. Que fueran ellos los que tuvieran que
aguantar lo dicho y hecho por el resto y lo dicho y hecho por sí mismos hasta
que, el que fuera capaz de resistir más que ningún otro, estuviera capacitado
para asumir el compromiso de tratar de gobernarnos con ideas claras y
responsabilidad. Será mucho pedir, me temo.
En el desarrollo de las últimas escaramuzas
pre-electorales se ha producido un deshonroso empate. Los que marcaban líneas
rojas y escupían violentamente sus acusaciones de corrupción a su rival, tienen
mucho más que callar que antes. Ahora ya hay evidencia judicial. ¿Volverá a hablarse de decencia entre ellos? Y eso
que ese nuevo episodio de actualidad judicial no sorprende a nadie. A estas
alturas nadie se escandaliza cuando los principales telediarios de las cadenas
de televisión se abren desde las puertas de los juzgados, como lo más habitual.
Desde el plató se introduce la noticia mientras que en monitor se aprecia a
otro reportero, pinganillo en oreja y alcachofa en boca, asintiendo
repetidamente con la cabeza, esperando su turno de intervención. Coches de
Policías, Guardia Civil y Policías Locales trayendo y llevando presuntos
delincuentes de los calabozos a los juzgados un día sí y otro también. Nada
nuevo bajo el sol.
Esta semana pasada, unos amigos compartíamos mesa
con una persona (no importa nombre ni género) con recién estrenada candidatura
al Congreso. Le deseábamos suerte, por supuesto, pero le exigíamos esfuerzo y
trabajo. Va a tener que emplearse a fondo pero ya emprenderá el viaje desde casa con suficiente advertencia y con la lección aprendida. El primer día,
función: el Gran Hemicirco de Madrid abrirá de nuevo sus puertas. A ver
hasta dónde llegamos esta vez. Suerte.
Mientras, en Barcelona, los clicks okupas de
famobil siguen jugando a la guerrilla urbana. Es lamentable la imagen de
una pobre abuela de Gracia regañando a esta chusma ante un policía local o mosso
d'esquadra de brazos cruzados. Que se arreglen entre ellos, propone Ada.
¡Qué país! ¿Quién quiere vivir en un Estado en el que la Policía no puede
defender con, digamos suficientes argumentos, la propiedad privada y la
seguridad ciudadana? Ante todo eso, la gran burguesía catalana, ¿qué opina?
La Colometa de la Plaza del Diamante, tan débil y
tan frágil se ha hecho muy mayor y ahora tiene que aguantar como su amado
barrio de Gracia se convierte en el epicentro del movimiento antisistema urbano
de media Europa. Para este viaje a la modernidad (progresista y reformista)
no necesitábamos alforjas, que diría mi padre.
El ideario en la samarreta
No hay comentarios:
Publicar un comentario