lunes, 18 de abril de 2016

Por la concordia


Vuelvo a repetir. Hace muchos años, más de los que tienen la mayor parte de los jóvenes políticos que  a diario cosen a coces y escupitajos la actualidad española, los ciudadanos de este país decidieron enterrar viejos rencores y proyectar un futuro que nos ha traído hasta aquí. Para que eso fuera posible, además, refrendaron una Constitución que alberga, desde entonces, un marco jurídico que, entre otras cosas, garantiza el uso y disfrute de una amplia serie de derechos y libertades para los españoles.

Nadie la discutió entonces y desde diciembre de 1978, todos los años, llegados a la fecha de su aniversario, muchos ciudadanos y las principales Instituciones del Estado nos vestimos con nuestras mejores galas para felicitarnos por tal efeméride. Yo he asistido -ojo, día festivo para disfrutar de mis derechos particulares y familiares- a no pocas celebraciones en las cuales este acontecimiento ha reunido a personas de diversas procedencias, creencias, ideologías y gustos a veces muy dispares, pero con el orgullo se sentirse habitantes de un espacio común. 

Eso es lo que teníamos más allá de las peculiaridades de las específicas tradiciones y rasgos diferenciadores de determinadas Comunidades Autónomas. Cada cual siente, además, el orgullo de ser gallego, asturiano, cántabro, vasco, castellano, aragonés, riojano, navarro, catalán, extremeño, madrileño, valenciano, balear, andaluz, murciano, canario,  ceutí y melillense. Y no pasa nada. O no debería pasar. 

Pero ocurre que hay determinadas personas de baja talla moral, pobres de vocaciones útiles a los demás y poco respetuosos con el interés común, que pretenden imponer -a cualquier precio- esos hechos diferenciadores como fronteras infranqueables para el resto de españoles y no contentos con manifestarse superiores (ellos se lo creen) insultan y ofenden a quienes por encima de ese sentimiento regional, manifiestan el orgullo de ser españoles. Unos estamos por la concordia y otros no se cansan de sembrar la discordia.

Es básicamente eso, una falta de respeto y una zafiedad, quemar un ejemplar de esa Constitución que, entre otras cosas, consagra el derecho a la libertad de expresión. Otra cosa es el uso y consumo que hagan de ello determinadas personas. Como si se lo beben y hacen una ficha de la cata, que de ello ese personajillo creo que sabe un rato. Qué lástima. No me imagino a ningún norteamericano capaz de una gesta similar con un ejemplar de la Constitución de los Estados Unidos de América. 

En el espacio común de esos indeseables que confunden ofensa con su libertad de expresión suele dominar el “caca, culo, pedo y pis”. A ver quién lo dice más alto y a más gente. Lo peor: siempre hay un montón de tontos que les ríen las gracias.  Y carece de mérito burlarse del ausente en tu propia casa, con un público ya ganado de antemano, tan fácil, simple y previsible como el supuesto éxito de tu chiste fácil y sonoro y tu exabrupto. Tan pueril como las disculpas posteriores. No, la Constitución no es un texto "sagrado", como manifestó la presunta graciosa,  pero culminó en su momento un compromiso de concordia y le garantiza, qué paradójico, poder  disfrutar de su libertad de expresión. Para eso sí vale.

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