Vuelvo a repetir. Hace muchos años, más de los
que tienen la mayor parte de los jóvenes políticos que a diario cosen a coces y escupitajos la actualidad
española, los ciudadanos de este país decidieron enterrar viejos rencores y
proyectar un futuro que nos ha traído hasta aquí. Para que eso fuera posible,
además, refrendaron una Constitución que alberga, desde entonces, un marco
jurídico que, entre otras cosas, garantiza el uso y disfrute de una amplia serie de derechos y libertades para los españoles.
Nadie la discutió entonces y desde diciembre de
1978, todos los años, llegados a la fecha de su aniversario, muchos ciudadanos
y las principales Instituciones del Estado nos vestimos con nuestras mejores
galas para felicitarnos por tal efeméride. Yo he asistido -ojo, día festivo
para disfrutar de mis derechos particulares y familiares- a no pocas
celebraciones en las cuales este acontecimiento ha reunido a personas de
diversas procedencias, creencias, ideologías y gustos a veces muy dispares,
pero con el orgullo se sentirse habitantes de un espacio común.
Eso es lo que teníamos más allá de las
peculiaridades de las específicas tradiciones y rasgos diferenciadores de
determinadas Comunidades Autónomas. Cada cual siente, además, el orgullo de ser
gallego, asturiano, cántabro, vasco, castellano, aragonés, riojano, navarro,
catalán, extremeño, madrileño, valenciano, balear, andaluz, murciano,
canario, ceutí y melillense. Y no pasa nada. O no debería pasar.
Pero ocurre que hay determinadas personas de baja
talla moral, pobres de vocaciones útiles a los demás y poco respetuosos con el
interés común, que pretenden imponer -a cualquier precio- esos hechos
diferenciadores como fronteras infranqueables para el resto de españoles y no
contentos con manifestarse superiores (ellos se lo creen) insultan y ofenden a
quienes por encima de ese sentimiento regional, manifiestan el orgullo de ser
españoles. Unos estamos por la concordia y otros no se cansan de sembrar la
discordia.
Es básicamente eso, una falta de respeto y una zafiedad,
quemar un ejemplar de esa Constitución que, entre otras cosas, consagra el
derecho a la libertad de expresión. Otra cosa es el uso y consumo que hagan de
ello determinadas personas. Como si se lo beben y hacen una ficha de la cata,
que de ello ese personajillo creo que sabe un rato. Qué lástima. No me
imagino a ningún norteamericano capaz de una gesta similar con un
ejemplar de la Constitución de los Estados Unidos de América.
En el espacio común de esos indeseables que confunden
ofensa con su libertad de expresión suele dominar el “caca, culo, pedo y pis”.
A ver quién lo dice más alto y a más gente. Lo peor: siempre hay un montón de
tontos que les ríen las gracias. Y carece de mérito burlarse del ausente
en tu propia casa, con un público ya ganado de antemano, tan fácil, simple y
previsible como el supuesto éxito de tu chiste fácil y sonoro y tu exabrupto.
Tan pueril como las disculpas posteriores. No, la Constitución no es un texto
"sagrado", como manifestó la presunta graciosa, pero culminó en su momento un compromiso de
concordia y le garantiza, qué paradójico, poder disfrutar de su libertad de expresión. Para
eso sí vale.
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