Era algo que se
veía venir. Y solo es el principio.
El Govern de
Illes Balears, tan mono en su conjunto, desde su, digamos, milagrosa
constitución -en cualquier caso no sustentada por la voluntad de la mayoría del
electorado, al fin y al cabo, sino por la perversa suma aritmética de los
resultados obtenidos individualmente por los partidos que lo integran- se había
propuesto cargarse la enseñanza concertada. Será que la consideran cosa de
ricos y privilegiados y cuánto más los centros de enseñanza religiosa, donde
ellos deben creer que llevan los pijos fachas a sus hijos; nietos todos ellos, claro
está, del franquismo y de la vieja derechona ultramundana.
Y actúan en
consecuencia, inicialmente y como un primer paso, modificando el funcionamiento
del Programa de Mejora del Aprendizaje y Rendimiento (PMAR) en esos centros
concertados y constituido por equipos de refuerzo para los alumnos con ciertas
dificultades, alegando que en todos los casos existen centros públicos muy próximos
donde pueden ser atendidos y de paso, ya que están, puedan recibir la doctrina
y valores propios, mucho mejores que los de la escuela concertada.
Pues ea! vivan los
derechos y libertades públicas de los ciudadanos y viva la Constitución! ¿Es o
no una clara vulneración del derecho de los padres a elegir el centro escolar
de sus hijos? Traguémonosla!
No sorprende que
esta clase política siga empatizando con lo que ya hace tiempo viene ocurriendo
en otras Comunidades y esto no ha hecho nada más que empezar. Veremos cosas
peores, desgraciadamente.
Eso sí, serviremos
a cómicos y titiriteros la sopa boba para que puedan proclamar a grito pelado
que ahora sí que hay libertad (y birras en litrona)
Y pregunto ¿yo
para qué pago mis impuestos? ¿Qué recibo yo a cambio? Y conste que no me
opongo a pagar impuestos, pese a que, como dice Leopoldo Abadía, no me llene de
alegría hacerlo.
Mi cobertura
sanitaria se encuentra cada vez mas degradada por un sistema de conciertos por los cuales me
atienden en un solo centro hospitalario y en cuanto desenfundo mi tarjeta de
asistencia, se echan para atrás y me miran como si tuviera la peste, el ébola o
algo parecido. Y eso a pesar de que muchas personas -entre ellos mi buen amigo Juan A.- se baten en dura batalla con las entidades aseguradoras.
La educación, en
otro sistema de conciertos donde si alguna de mis hijas requiriera refuerzos
por padecer determinadas dificultades, me suprimen los equipos que hasta ahora
lo proporcionaban.
Si me voy a pasar
un fin de semana a la otra punta de la isla, sin salir por tanto de mi propia
Comunidad de residencia, y me alojo en un establecimiento hotelero debo abonar
una tasa turística como si viniera de Wolfsburgo -con perdón- o de Burundi.
Pago casi todos
los productos alimentarios básicos y no básicos y determinados servicios
-muchos de ellos- a precio de supermercado de zona residencial veraniega y de
urbanización de lujo, respectivamente.
Si me siento en
una terracita del centro -peligrosa actividad de riesgo en Palma que acabará siendo proscrita- y se me ocurre pedirme una caña, me cuesta
el doble que en la península y sin tapa.
Pese a estos políticos la
vida aquí es maravillosa y ya estoy esperando las próximas elecciones
autonómicas y municipales.
¡Qué jardazo se
van a dar! Y no reirán tanto. Seguro. Espero.
El
gato del mes
Cada vez que
juegan con el pijama de Bob Esponja, sea en el Nou Camp o sea en Anoeta, también se
pegan el jardazo. Es que no aprenden. Que se lo hagan mirar, por favor.
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