lunes, 11 de abril de 2016

No cabía esperar otra cosa.


 


Era algo que se veía venir. Y solo es el principio.



El Govern de Illes Balears, tan mono en su conjunto, desde su, digamos,  milagrosa constitución -en cualquier caso no sustentada por la voluntad de la mayoría del electorado, al fin y al cabo, sino por la perversa suma aritmética de los resultados obtenidos individualmente por los partidos que lo integran- se había propuesto cargarse la enseñanza concertada. Será que la consideran cosa de ricos y privilegiados y cuánto más los centros de enseñanza religiosa, donde ellos deben creer que llevan los pijos fachas a sus hijos; nietos todos ellos, claro está, del franquismo y de la vieja derechona ultramundana.



Y actúan en consecuencia, inicialmente y como un primer paso, modificando el funcionamiento del Programa de Mejora del Aprendizaje y Rendimiento (PMAR) en esos centros concertados y constituido por equipos de refuerzo para los alumnos con ciertas dificultades, alegando que en todos los casos existen centros públicos muy próximos donde pueden ser atendidos y de paso, ya que están, puedan recibir la doctrina  y valores propios, mucho mejores que los de la escuela concertada.



Pues ea! vivan los derechos y libertades públicas de los ciudadanos y viva la Constitución! ¿Es o no una clara vulneración del derecho de los padres a elegir el centro escolar de sus hijos? Traguémonosla!



No sorprende que esta clase política siga empatizando con lo que ya hace tiempo viene ocurriendo en otras Comunidades y esto no ha hecho nada más que empezar. Veremos cosas peores, desgraciadamente.



Eso sí, serviremos a cómicos y titiriteros la sopa boba para que puedan proclamar a grito pelado que ahora sí que hay libertad (y birras en litrona)



Y pregunto ¿yo para qué pago mis impuestos?  ¿Qué recibo yo a cambio? Y conste que no me opongo a pagar impuestos, pese a que, como dice Leopoldo Abadía, no me llene de alegría hacerlo.



Mi cobertura sanitaria se encuentra cada vez mas degradada por un sistema de conciertos por los cuales me atienden en un solo centro hospitalario y en cuanto desenfundo mi tarjeta de asistencia, se echan para atrás y me miran como si tuviera la peste, el ébola o algo parecido. Y eso a pesar de que muchas personas -entre ellos mi buen amigo Juan A.- se baten en dura batalla con las entidades aseguradoras.



La educación, en otro sistema de conciertos donde si alguna de mis hijas requiriera refuerzos por padecer determinadas dificultades, me suprimen los equipos que hasta ahora lo proporcionaban.



Si me voy a pasar un fin de semana a la otra punta de la isla, sin salir por tanto de mi propia Comunidad de residencia, y me alojo en un establecimiento hotelero debo abonar una tasa turística como si viniera de Wolfsburgo -con perdón- o de Burundi.



Pago casi todos los productos alimentarios básicos y no básicos y determinados servicios -muchos de ellos- a precio de supermercado de zona residencial veraniega y de urbanización de lujo, respectivamente.



Si me siento en una terracita del centro -peligrosa actividad de riesgo en Palma que acabará siendo proscrita- y se me ocurre pedirme una caña, me cuesta el doble que en la península y sin tapa.



Pese a estos políticos la vida aquí es maravillosa y ya estoy esperando las próximas elecciones autonómicas y municipales.



¡Qué jardazo se van a dar! Y no reirán tanto. Seguro. Espero.



El gato del mes



Cada vez que juegan con el pijama de Bob Esponja, sea en el Nou Camp o sea en Anoeta, también se pegan el jardazo. Es que no aprenden. Que se lo hagan mirar, por favor.

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