lunes, 11 de enero de 2016

Fin de año en primavera

Este año la nochevieja ha caído en primavera. Ya el día 27 de diciembre, una excelente mañana soleada, para huir de la rutina navideña y aunque fuera tan solo por dos horas de domingo, me acerqué a mi playa de conveniencia,  esa que enarbola pabellón español durante toda la temporada de baños, pero cuando llegan los primeros temporales de otoño, la temida gota fria mediterránea, pierde su fisonomía y su orilla queda sepultada bajo un siniestro manto de algas muertas y parte de la basura que recibió el mar durante el verano. Me despojé de camiseta y pantalón y me quedé sentado en bañador sobre la toalla permitiendo que el tibio sol acariciara con mimo mi piel. Fue subiendo la temperatura y al llegar el calor  decidí pasear con el agua hasta los tobillos, las rodillas, las caderas y al final...¡zas, chapuzón! Casí me resultó decepcionante comprobar que no se me cortaba la respiración y que apenas debía hacer demasiados aspavientos para tolerar los efectos de la temperatura del agua en mi cuerpo, así es que me alejé, echando unas brazadas, hasta perder pie sobre el fondo. Era un sorprendente reencuentro con el mar -pensé- y no debía ser muy saludable para nuestro entorno -flora y fauna- que a estas alturas del año, rocemos los veinte grados. Lo más sorprendente, en todo caso, es que no era el único bañista y aquella mañana de domingo, ya fuera del agua, se podía resistir sin problema alguno sin la necesidad urgente de secarse y cubrirse con una toalla. Es más, volví a bañarme pasados unos minutos, aunque esta vez la inmersión fue más corta.


Hemos permanecido con esas temeperaturas durante todas las semanas de diciembre y lo que llevamos de enero y la noche de fin de año, ya con las uvas en la mano, rozábamos los quince grados y de no ser por la humedad del ambiente habríamos podido cenar perfectamente en la terraza. Una locura que pasará factura, desgraciadamente, pero que nos ha permitido pasear sin abrigo y poco más que un suéter cualquiera de estas noches por las iluminadas calles palmesanas, abarrotadas del todopalma que vuelve a casa por navidad. Leí el otro día un artículo referido a  un estudio científico por el que se demostraba que nuestros bosques mediterráneos están sincronizando su crecimiento con los grandes bosques siberianos debido, principalmente, al calentamiento global, y las cepas de las seis especies de coníferas objeto del análisis en uno y otro punto han crecido con idénticos parámetros. Reflexionemos: siempre nos quedarán las taigas siberianas para soportar en la distancia la putrefacción programada de nuestro escenario venidero -tic, tac, tic, tac.....rrrrriiinnnnngggggg!!!!


Así las cosas, lo que ha resultado más paradójico para muchos ciudadanos ha sido la ingesta de turrones y polvorones con estas temperaturas casi, casi primaverales. Para mí, no tanto. Recordaba el otro día, en una agradable sobremesa en la que los rayos de sol -ventanas abiertas y suave brisa templada- se reflejaban en las copas de cava que en nuestra misión asiática, el postre estrella lo constituía el infalible surtido de mantecados estepeños y turroncillos variados, después de asaltar los almacenes de la SEA -gracias sea-  y, por supuesto, para completar la dieta de sus jamones y chacinas. Quede claro que navidul, no eran.

Y todo esto ¿a santo de qué? Pues será por no hablar de Artur, paso a un lado, "sacrificio", invasores, CUP, pactos, líneas rojas, cordones sanitarios, transfuguismo politico, reinas magas, asambleas, noes, síes, decencias e indecencias, noos, infantas, urdangarines, pactos con la fiscalía.......puaff!!!


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