lunes, 13 de abril de 2015

Palma, exquisita.

Un periódico británico (tabloide, según si lo que dice, gusta o no) ha declarado Palma de Mallorca como la mejor ciudad del mundo para vivir, encabezando una larga lista de otras cincuenta capitales del mundo.

Entre las características valoradas por los "especialistas" en turismo urbanita que han confeccionado el informe, destacan la calidad de vida, sus infraestructuras, el  clima, su  entorno, su gastronomía, (y muy especialmente, supongo, su facilidad de asimilación por los británicos, que merece consideración aparte)

Orgulloso de vivir en tan privilegiado lugar y tomando la información a bote pronto, reparo en que, efectivamente, para mí y sin duda, es la mejor ciudad del mundo para vivir. Pasados unos días, desperezado del confortable ejercicio de ombliguismo practicado tuve la oportunidad de pasear  a solas por las calles estrechas de su amplio centro, una tarde de viernes. La luz del sol se filtra casi milagrosamente entre las inverosímiles esquinas que dibujan, en ocasiones, Iglesias, palacetes y edificios de viviendas. Algunos de esos palacetes son centenarios y se hallan en perfectas condiciones de habitabilidad; lustrosos, con sus fachadas recién restauradas, dotados de luminosos patios que transmiten paz y quietud. Otros acusan mucho más el paso del tiempo, pese a lo cual mantienen esa pátina de elegante decadencia que los hace igualmente bellos y atractivos. 

Por momentos, e insisto,  son las seis de la tarde de un viernes laborable, uno no oye mucho más que sus propios pasos y rara vez el leve rumor del incesante tráfico que se mueve alrededor. 

El centro de Palma es muy extenso y  a pesar de ser una zona habitada y suficientemente dotada de locales comerciales, bares, restaurantes y cafés, hay cientos de rincones donde perderse y poder pasear sin apenas cruzarse con seres humanos. Algún gato, si acaso, que parece el dueño de la calle.



La temperatura ya en este momento del año invita a un prolongado paseo y las condiciones del entorno lo transforman en reflexivo e introspectivo. A la mente brotan muchos más motivos que los expuestos en el concienzudo informe de expertos en grandes ciudades del mundo. Con un poco de sensibilidad hacia la arquitectura urbana y con la ayuda de la cámara del móvil, pueden captarse mil imágenes con las que transmitir el afecto a estas calles. Fotos que mando por wpp en el vertiginoso afán colectivo que parece  haber abducido a todo bicho viviente por compartir nuestros grandes momentos con amigos y conocidos y que nos ha convertido a todos en prestigiosos gourmands, exploradores de riesgo, expedicionarios en aventurados viajes, deportistas extremos, etc.


Me estaba bebiendo un buen trago de esta Palma serena y gozosa y no podía apartarme de la firme creencia de lo satisfactoria que resulta para el visitante extranjero que llega a esos mismos rincones y los retrata en sus cámaras y móviles pero desgraciadamente para ellos, no disfrutan de la inmensa fortuna de vivirla.




Pasando de puntillas sobre su notable arquitectura y los ricos e emblemáticos edificios (Catedral, Palacio de Almudaina y muchas de sus Iglesias, entre otros) al no considerarme más que un simple espectador de su belleza, nos quedan más capítulos. El más sabroso, el gastronómico, merece diversas consideraciones. Todavía sobreviven extraños locales donde la calidad y precio de su oferta deja mucho que desear ya que normalmente este tipo de negocios está orientado a muchos de los visitantes que rara vez estiran su presencia en la isla más allá de la estancia en alguno de los conocidos resorts  turísticos famosos por su poca excelencia y excesivo barullo (reservas temáticas para majaderos e irresponsables salvajes, algunos de ellos). Frente a aquellos y especialmente los últimos años, ha germinado un esfuerzo serio por proporcionar a esta ciudad una oferta gastronómica responsable y profesional y en el centro abundan los locales singulares donde disfrutar de una buena mesa sin necesidad de gastar más de lo razonable y, por supuesto, también los hay más inasequibles a bolsillos modestos, orientados a un turismo de calidad que sabe apreciar el buen gusto y la elegancia (y puede permitirse el lujo de pagarlo)

Como residente habitual considero penalizada mi ciudadanía palmesana; todo el año -eso si que está desestacionalizado- pagamos los servicios de hostelería y alimentación a precio de turista porque padecemos el efecto de una insularidad que obliga a traer de ultramar demasiados productos (o eso nos cuentan, con la anciana excusa del barco de septiembre).

Otro factor valorado es la proximidad inmediata de esta ciudad con un prolongado litoral costero muy variado, con paradisíacas playas y altísimos acantilados, desde los cuales las vistas resultan realmente espectaculares. En poco más de diez minutos del centro puede accederse a un mar de turquesas imposibles.



Me quedo -gratis total- con el callejeo solitario y silencioso, reflexivo y emotivo en mi deseo de compartirlo a través de un wpp, importándome un bledo que a otros les parezca que hay cientos de miles de ciudades en España o en el resto del mundo donde seguramente se vive muchísimo mejor, que sé que es cierto, pero esta es mi ciudad, donde quiero vivir y pasearla poquito a poco, oyendo mis propios pasos y cruzándome, de vez en cuando, con algún don gato.






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