lunes, 27 de abril de 2015

Ese cielo amarillo, esa nula esperanza.

Dentro de unos días se cumplirá el segundo aniversario del inicio de nuestra misión en Afganistán (mía y en gran medida de todos cuantos me acompañaron, al otro lado del correo electrónico).

Me entero, a través de mis hermanos del árido pixelado, que ya nada es como entonces. La Base ha cambiado mucho y también su vida. La nuestra, allí, la tejíamos todos los días recorriendo el camino que separaba nuestros alojamientos, de las dependencias oficiales y la zona de trabajo que compartía yo con muchos de mis compañeros de misión y, exclusivamente por mera proximidad de despachos, de forma más intensa con los intendentes -Carlos, Rafa y Cañete-,  con el legad advisor -Juan- y con Mario, Fran.....

Recuerdo el denso aire y el tono amarillento del cielo afgano, su luz cegadora al bajarnos del avión en la pista de Herat, aquel 3 de mayo y pasado el tiempo, desde el confort de occidente y sobre el color de las cosas y de los objetos de lujo que disfrutamos, advierto que se estrecha el camino de Afganistán hacia su próximo futuro, dejándolo muy incierto. Ignoro cuántos de los  afganos, muy queridos algunos de ellos y recordados todos, que trabajaban en el interior de la Base, seguirán limpiando corimecs, arreglando  calles, limpiando aparatos de climatización, barriendo las calles o vendiendo baratijas e imitaciones de los más variados gadgets de moda. Sabíamos allí de sus dificultades y de sus temores. Quisiera creer que todos están bien y que mantienen su pequeño bienestar, mínimo, en el mejor de los casos.

Días atrás, una tremenda fotografía impresa en el periódico que cayó en la mesa de mi despacho, después de un confortable café con leche -duros contrastes, sí,- retrataba a un adulto (podría ser el padre) arrastrando, cogiéndolo por los brazos, el diminuto cuerpo inerte, ensangrentado, de un niño, en una calle de Jalalabad, sembrada de otros cuerpos, igualmente ensangrentados, sentados unos, yacentes otros. Al fondo un afgano, con ambas manos en las caderas, contempla, inmóvil, como alguno de los heridos intenta incorporarse.

Es fácilmente entendible que la visión de esa imagen me sumiera en una profunda reflexión. No sé muy bien como digerirla y no sé muy bien que cabe esperar de nosotros, enferma humanidad. ¿Debemos resignarnos a la fria contemplación, cada día más y con mayor virulencia, de cómo el ser humano disemina, a puñados, las semillas del odio y la barbarie. Y no pasa nada. ¿Está lejos? No,no tanto.

Los ojos y las conciencias occidentales son cada vez más selectivas. La actualidad, desgraciadamente,  es muy tozuda, y nos proporciona a diario un extenso muestrario de siniestralidad. Nos mostramos especialmente sensibles con arreglo a un hipócrita baremo de proximidad geográfica. Nos mostramos especialmente sensibles si sospechamos que algo terrible puede pasarnos a nosotros (Germanwings), pero menos si la posibilidad es menor (cayucos, pateras o barcazas de emigrantes, hundidas). Y no recordamos. O no todos lo hacemos con la misma intensidad y en el mismo sentido. Veo esa foto de Afganistán y parece que esté viendo la portada de  un periódico español de no hace muchos años, referida a nuestra particular historia de salvaje barbarie terrorista. No, no está tan lejos.

Una segunda foto, igualmente trágica y emocionalmente muy grave. Los restos de un naufragio y muchas víctimas. (casi mil ahogados y desaparecidos en un mar que es muerte para unos y recreo para muchos de nosotros; el mismo mar, las mismas aguas). Duele la expresión de horror de una mujer, zarandeada por el oleaje, sobre la misma orilla, agarrada a los restos de la embarcación, hecha añicos. Cierro los ojos y la estoy viendo sobre la orilla de Illetas o de Es Trenc, con los ojos reflejando el mismo dolor, arrollada por las mismas olas que diluyen infantiles e inocentes castillos de arena. No, no está tan lejos.

En síntesis, un gran contraste entre nuestras insignificantes insatisfacciones personales (reparo finalmente en que las mías, ni siquiera lo son, al fin y al cabo y gracias a Dios)  y el inmenso agujero negro en la esperanza de miles de seres humanos. 

Esa nube de polvo amarillo que parece querer cegar nuestras conciencias occidentales. Realmente lo creemos, pero no está tan lejos, desgraciadamente.

 

lunes, 20 de abril de 2015

Tierra roja, arcilla.

En casa, desde siempre,  hemos sido sufridos seguidores de deportistas individuales que, contra viento y marea, sorprendían por su garra, esfuerzo y sacrificio. Todavía recuerdo las rondas eliminatorias de la Copa Davis de tenis, cuando se jugaba muy cerquita de nuestro domicilio, en el Real Club de Tenis de Barcelona y que narraba con su peculiar estilo Juan José Castillo, en aquellas míticas retransmisiones en blanco y negro y que seguíamos atentamente, con gran tensión junto a mi padre.  Allí se batían en desigual duelo Orantes, Gisbert, Higueras, Arilla y Gimeno contra raquetas míticas como Stan Smith, Illie Nastase, Codes, Adriano Panatta y Bjorn BorjMientras que estos americanos, rumanos, italianos y suecos, tenían y desplegaban un tenis técnico y elegante, los españoles oponían su furia, poco ortodoxa en este deporte, con estilos más espartanos, pero luchadores empedernidos hasta la extenuación. Lo que sé de tenis, lo he aprendido casi más por verlo en televisión a todas horas, que por jugarlo (que también....)

Además, también me he pasado horas y horas delante de la televisión viendo todas las carreras de motos en las que corría un español. Empecé, cómo no, con Ángel Nieto y  Victor Palomo y más tarde siguieron Ricardo Tormo, Aspar, Garriga, Cardús, Sito Pons, Alberto Pons, Crivillé, Gibernau y más recientemente, Lorenzo, Pedrosa y Márquez. En Herat solíamos ver las carreras en un cafetito italiano, junto con Fran y otros "piraos" de las motos y como aquel año no había quien nos tosiera, no asomaba la gaita ni un solo tifosi.

Sorprendió el ascenso de Fernando Alonso a la élite de la Formula 1 (cuando corría mucho y bien), después de testimoniales presencias como las de Emilio de Villota, Pérez Sala, Adrián Campos, Alguersuari y Marc Gené. Lamentablemente parece que esa estrella se va apagando debido, creo, a la mala elección de escudería y a su carácter un tanto soberbio. Ilusiona la irrupción de Carlos Sainz jr. Ojalá revivamos el interés por las carreras, los domingos al mediodía.

Por momentos hemos asistido, con mucha emoción, al izado de nuestra bandera española al son de nuestro himno viendo en lo alto del podio a un español. Esa imagen, cuando me ha sorprendido lejos, muy lejos de casa, me ha causado un satisfactorio nudo en la garganta.

En los últimos años y por encima de estos grandísimos deportistas ha destacado uno y que además es mallorquín; Rafa Nadal, quien ha aportado a un montón de españoles el orgullo de nuestro himno y nuestra bandera. La imagen mosaico de diversas imágenes sobreimpresionadas de la bandera sobre la pista de Roland Garros, de la Torre Eiffel, primero con Arancha Sánchez Vicario, Sergi Bruguera, Juan Carlos Ferrero y  estos últimos con el gesto victorioso de Rafa nos ha proporcionado grandes momentos.

Ha empezado la temporada de tierra batida, donde Nadal ha exhibido su aplastante y en ocasiones humillante hegemonía derrotando, aburriendo  y agotando a otros tenistas con tal vez más talento y técnica más depurada. De hecho, las pistas de arcilla han contemplado como las raquetas más prestigiosas del circuito se adaptaban cada vez mejor a las especiales condiciones del juego en esta sperficie. Al final el dominio absoluto durante tantos años de los españoles ha logrado que el resto de tenistas  empiecen a jugar y disfrutar sobre la tierra. Muy lejos de su mejor momento, no ha pasado de semifinales en el ATP Masters 1000 de Montecarlo con el azul mediterráneo de fondo. A partir de ahora, tal vez, empezaremos a valorar sus gestas. Este torneo solo lo ha ganado ¡ocho veces! Lleva un año alejado de su mejores condiciones pero ha declarado que volverá a luchar por estar otra vez arriba. Yo le creo y se que luchará para conseguirlo y en la medida de lo posible estaré pegado a la tele, viéndole y animándole. Desde el salón de  casa le seguiremos hasta donde llegue. 

¡Vamos, Rafa!

jueves, 16 de abril de 2015

Tartazos en la cara

Muchas de las veces en que me asomo a ese boletín recibo un tartazo en la cara y mientras trato de apartar la pegajosa nata de mis ojos, me parece escuchar alguna risotada fantasma. Es cruel e innecesario, pero a esa situación me han llevado los acontecimientos. Una sola persona*, por sí sola, no debería haber tenido tanto poder como para aislar idefinidamente a un individuo respecto de su grupo, por lo que algo y alguien debió acompañarle en ese deseo de llevarme a este fin tan perverso como injustificado, supongo. ¿Falló el sistema o es que es así? Lo cierto es que en ese tenebroso páramo me siento como un lobo solitario. Abocado a una lucha estéril, los colores de mi perfil profesional se han ido desliendo como los del disfraz del payaso de Micolor  y no encuentro ni lógica ni motivos para hacerme pasar por este deshonroso castigo.

Recibo, sí, la palabra amiga - y en contadas ocasiones, compañera- que, en  su deseo de consolar mi prolongada desazón (camino ya de los diecisiete años), trata de llamar mi atención sobre el goce de mis circunstancias personales y familiares que me aportan la suficiente dicha y felicidad como para compensar, sobradísimamente, aquellos males (elegí familia, era su momento y no me arrepiento, porque me ha permitido disfrutarla todos estos años). Y si bien es cierto que eso no tiene precio, también lo considero compatible con una mejor expectativa en mi carrera, que creo merecer. No he violado, ni robado, ni hurtado, ni alterado, ni engañado, ni faltado al obligado cumplimiento de mi deber profesional. Aún así, tengo que tragarme un montón de rumores y chismorreos acerca de otros "méritos" que sí trufan otros curriculums y medio callo; no callo del todo porque me revuelven las tripas la cobardía y la falta de gallardía. Y siendo yo, por el momento,  el único "sacrificado"; ¿tiene acaso sentido?¿Ha aportado mucha utilidad? ¿Merecía la pena?¿Satisface eso a alguien?¿Estará contento y orgulloso?

Asi que, trabajando en lo mío (entrega ciega, no lo dude nadie), espero no se muy bien qué,  sentado en mi particular Muelle de San Blas, solo, solo con el mismo vestido, solo en el olvido.....solo se quedó, solo con el sol y el mar.

¿Resentido? No; lo siguiente. Pero no me prejugues, por favor. No te imaginas como me siento cada vez que alguien, con la mejor de sus intenciones, tras escudriñar con su mirada mis hombreras, me formula la fatídica pregunta. Y son muchas veces, casi cada día. Pues bien, he aquí mi respuesta.


Afortunadamente, la familia, bien, gracias. La vida es bella, a pesar de todo.




Foto desde mi SONY Xperia Z1.
Una jornada de playa en abril, las migajas del fondo de una bolsa de patatas fritas, unos gorriones y un móvil.

 * Tal vez una mala digestión. Se le atragantarían una serie de observaciones que no fueron de su agrado y que él mismo se encargó de difundir, pese a que era una comunicación exclsivamente personal. Muy elegante. Todo un caballero.

lunes, 13 de abril de 2015

Palma, exquisita.

Un periódico británico (tabloide, según si lo que dice, gusta o no) ha declarado Palma de Mallorca como la mejor ciudad del mundo para vivir, encabezando una larga lista de otras cincuenta capitales del mundo.

Entre las características valoradas por los "especialistas" en turismo urbanita que han confeccionado el informe, destacan la calidad de vida, sus infraestructuras, el  clima, su  entorno, su gastronomía, (y muy especialmente, supongo, su facilidad de asimilación por los británicos, que merece consideración aparte)

Orgulloso de vivir en tan privilegiado lugar y tomando la información a bote pronto, reparo en que, efectivamente, para mí y sin duda, es la mejor ciudad del mundo para vivir. Pasados unos días, desperezado del confortable ejercicio de ombliguismo practicado tuve la oportunidad de pasear  a solas por las calles estrechas de su amplio centro, una tarde de viernes. La luz del sol se filtra casi milagrosamente entre las inverosímiles esquinas que dibujan, en ocasiones, Iglesias, palacetes y edificios de viviendas. Algunos de esos palacetes son centenarios y se hallan en perfectas condiciones de habitabilidad; lustrosos, con sus fachadas recién restauradas, dotados de luminosos patios que transmiten paz y quietud. Otros acusan mucho más el paso del tiempo, pese a lo cual mantienen esa pátina de elegante decadencia que los hace igualmente bellos y atractivos. 

Por momentos, e insisto,  son las seis de la tarde de un viernes laborable, uno no oye mucho más que sus propios pasos y rara vez el leve rumor del incesante tráfico que se mueve alrededor. 

El centro de Palma es muy extenso y  a pesar de ser una zona habitada y suficientemente dotada de locales comerciales, bares, restaurantes y cafés, hay cientos de rincones donde perderse y poder pasear sin apenas cruzarse con seres humanos. Algún gato, si acaso, que parece el dueño de la calle.



La temperatura ya en este momento del año invita a un prolongado paseo y las condiciones del entorno lo transforman en reflexivo e introspectivo. A la mente brotan muchos más motivos que los expuestos en el concienzudo informe de expertos en grandes ciudades del mundo. Con un poco de sensibilidad hacia la arquitectura urbana y con la ayuda de la cámara del móvil, pueden captarse mil imágenes con las que transmitir el afecto a estas calles. Fotos que mando por wpp en el vertiginoso afán colectivo que parece  haber abducido a todo bicho viviente por compartir nuestros grandes momentos con amigos y conocidos y que nos ha convertido a todos en prestigiosos gourmands, exploradores de riesgo, expedicionarios en aventurados viajes, deportistas extremos, etc.


Me estaba bebiendo un buen trago de esta Palma serena y gozosa y no podía apartarme de la firme creencia de lo satisfactoria que resulta para el visitante extranjero que llega a esos mismos rincones y los retrata en sus cámaras y móviles pero desgraciadamente para ellos, no disfrutan de la inmensa fortuna de vivirla.




Pasando de puntillas sobre su notable arquitectura y los ricos e emblemáticos edificios (Catedral, Palacio de Almudaina y muchas de sus Iglesias, entre otros) al no considerarme más que un simple espectador de su belleza, nos quedan más capítulos. El más sabroso, el gastronómico, merece diversas consideraciones. Todavía sobreviven extraños locales donde la calidad y precio de su oferta deja mucho que desear ya que normalmente este tipo de negocios está orientado a muchos de los visitantes que rara vez estiran su presencia en la isla más allá de la estancia en alguno de los conocidos resorts  turísticos famosos por su poca excelencia y excesivo barullo (reservas temáticas para majaderos e irresponsables salvajes, algunos de ellos). Frente a aquellos y especialmente los últimos años, ha germinado un esfuerzo serio por proporcionar a esta ciudad una oferta gastronómica responsable y profesional y en el centro abundan los locales singulares donde disfrutar de una buena mesa sin necesidad de gastar más de lo razonable y, por supuesto, también los hay más inasequibles a bolsillos modestos, orientados a un turismo de calidad que sabe apreciar el buen gusto y la elegancia (y puede permitirse el lujo de pagarlo)

Como residente habitual considero penalizada mi ciudadanía palmesana; todo el año -eso si que está desestacionalizado- pagamos los servicios de hostelería y alimentación a precio de turista porque padecemos el efecto de una insularidad que obliga a traer de ultramar demasiados productos (o eso nos cuentan, con la anciana excusa del barco de septiembre).

Otro factor valorado es la proximidad inmediata de esta ciudad con un prolongado litoral costero muy variado, con paradisíacas playas y altísimos acantilados, desde los cuales las vistas resultan realmente espectaculares. En poco más de diez minutos del centro puede accederse a un mar de turquesas imposibles.



Me quedo -gratis total- con el callejeo solitario y silencioso, reflexivo y emotivo en mi deseo de compartirlo a través de un wpp, importándome un bledo que a otros les parezca que hay cientos de miles de ciudades en España o en el resto del mundo donde seguramente se vive muchísimo mejor, que sé que es cierto, pero esta es mi ciudad, donde quiero vivir y pasearla poquito a poco, oyendo mis propios pasos y cruzándome, de vez en cuando, con algún don gato.






Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...