lunes, 12 de enero de 2015

Ni ratón ni pulgar, eso aquí no funciona.

El brigada Vila seguía destilando su fina ironía y su muy mala leche y vertiéndola impíamente sobre concejales y políticos de una ciudad del levante español con su inigualable maestría (Los cuerpos extraños. Editorial Destino. 2014). Es mi personaje contemporáneo favorito de ficción y es su creador, Lorenzo Silva, uno de mis novelistas policíacos preferidos. Lo es, tal vez, porque me resultan muy familiares los escenarios en los que ubica sus tramas, pero además, porque aprecio su estilo, su prosa y muchas de sus expresiones y opiniones y, por encima de todo ello, sus convicciones sociales de las cuales hace portador y difusor a su principal protagonista, el investigador de la Guardia Civil,  Bevilacqua, Vila.

Dias atrás, traspasada la vorágine de idas y venidas en coche del cole a casa, de casa a la extraescolar de turno o al súper, disfrutando del ciclo vacacional escolar, pude, por fín, sentarme una mañana de sábado sin raqueta, en la zona de picnic del club; yo sólo, al solecito de diciembre, sin móvil, sin cervezas, ni patatillas, ni niños alrededor. Cruzar las piernas, desenfundar el libro y ponerme a leer. ¡Qué maravilla! Me había olvidado de tal manera de la libertad de poder sentarme a solas con un libro, que me puse a mirar a mi alrededor, incrédulo ante la situación de poder entregarme unos minutos a tal placer. Si es muy fácil, mira; se abre por el punto que colocaste en la anterior sesión de lectura y allí por donde te parezca que lo dejaste, sigues leyendo; palabra a palabra, línea a línea, párrafo a párrafo. Pero hazte un favor, al final de la página, no presiones con el pulgar sobre la esquina, ni desplaces suavemente la yema del índice de lado a lado del libro, ni busques una ruedecita de ratón conectado a un puerto usb, ni intentes localizar una flechita "intro", para pasar a la página siguiente. Esto es un libro de papel y tapas de cartón donde aparecen unos personajes en un determinado tiempo y lugar y que, en la ficción o en la realidad, te cuentan una serie de historias que atrapan tu atención y transforman tu cabeza en un órgano pensante que debería ir asimilando esas situaciones y, como un director de escena, colocando a cada cual en su papel, en el entorno para el cual fue creado o en el cual existió.

Recuerdo con cierta nostalgia aquellos tiempos en los que podía casi caerse el mundo y seguir enfrascado en un libro. Amén de las obligaciones personales y familiares, la oferta de ocio fácil, que nos asalta a cada momento a través de cualquiera de las pantallas o monitores que tenga uno a su alcance, es de una estulticia enfermiza y según algunos estudios, supera la centena, las veces que nuestra mirada se dirige y posteriormente nuestro dedo índice, a lo largo del día, a la pantalla del minúsculo dictador telefónico que llevamos encima; una gran y pesadísima cruz de la que cuesta desembarazarse. Ahí está otra vez, con su pitido, con su lucecita. Lo dejas en el coche o te lo olvidas en casa y cuando lo recuperas tienes cuatro o cinco, o muchas más,  llamadas perdidas (cada cual con su "sms" correspondiente) y una batería de whatsapp de varias conversaciones que te preguntan dónde estás, qué haces, que hemos quedado a las tantas horas en no sé donde y que compres pan o suavizante, discos para desmaquillarse,  o así.....

El grado de realización personal (satisfacción) debe ser directamente proporcional al grado en el que cada ser humano pueda disfrutar y atender sus inquietudes propias y no las ajenas que te vienen simplemente con un interesantísimo video de unas estupendas tías en pelotas o un imbécil en gayumbos rojos, deseándote un feliz año.

Y yo, como un imbécil más, me acuso de darle a la teclita y reenviar esos mensajitos, a cuál más absurdo, por lo que reconozco que no estoy en condiciones de  tirar la primera piedra. 

Por favor, no me mandes un whatsapp, a ver si tú sí que eres capaz de tirarme una piedra. Esperaré leyendo un rato, al solecito de enero, disfrutando de mis vacaciones de invierno.

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