Esta expresión, que constituye una de las más frecuentes de nuestro hispánico acervo popular, se halla presente en la mayoria de las conversaciones informales fugaces que se dan cuando, en estas fechas, te encuentras con gente conocida, por la calle.
Reflexionando sobre ello, entiendo los motivos que nos hacen sufrir tanto a partir del preciso instante en el que el arbolito de navidad vuelve a su caja y queda encerrado en el trastero de casa, junto con las bolas y las figuritas de nuestro particular "belén", reyes magos incluídos, aunque a algunos parece que les joda.
Empezamos a atacar la cuesta de enero, inconscientemente, en el falso llano del mes de diciembre, justo en el preciso instante en el cual nos ingresan la nómina y su paga extraordinaria incluída y sus cifras embriagan nuestro sentido común y nos elevan el poderío, nos entra una frenética "comprera", como dicen por aquí y deshechamos, por impertinente, la correspondencia bancaria que sigue llegando a su ritmo, al propio tiempo que los comercios y gestores de grandes superficies comienzan a frotar sus manos. Le sacamos brillo a la banda magnética de la visa, que se la pisa y llegamos a casa como si fuéramos mensajeros de amazon.
A mí, la cuestecita de enero me sirve para agotar todo el crédito de vacaciones del año anterior -será que soy muy mal gestor de mis días de ocio- y enero tras enero me veo, después de dejar a mis hijas en el cole, tomando el caminito en dirección opuesta a la del resto de papás encorbatados y mamás sobre sus andamios jimmychoo de las rebajas, que continúan viaje hasta sus puestos de trabajo.
Me espera la bici en el garaje, si no la llevo ya a cuestas junto con la mochila con la toalla y el bañador y la raqueta de tenis en el maletero. Tengo tiempo suficiente para darme un buen paseo a pedales por la bahía de Palma, junto al mar, contemplando, desde las calmas de enero, un panorama digno de ser disfrutado a pleno pulmón y con final feliz, o sea, chapuzón en el agua. Me cruzo en mi ruta con una saludable tercera edad (o cuarta, a veces) que pasea su alterada y vivida bioquímica, por recomendación facultativa. Les llamo, desde hace tanto tiempo que mis hijas eran aún incapaces de repetirlo, las colesterolinas; esas señoronas mayores, de barriada de la periferia, que se han pasado su vida devorando todas las dietas habidas y conocidas y que ahora han descubierto el "nordic walking" y con ello, sin duda, lo que les va a resultar más eficaz: el ejercicio físico y al aire libre. Agrupadas en un pelotón, como si participaran en una de esas emocionantísimas y vibrantísimas competiciones de esquí de fondo, pero en secano, arreando bastonazos contra el suelo y largando, joe si hablan, hablando mucho de sus cosas, de sus cuitas...y pasa uno por su lado y suenan sus voces como si les salieran del mismo ombligo, a través de una tronera de aluminio.
Playa de Palma, 13 de enero, primer baño del año.
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