El azul de la EMT va cargando y descargando pasajeros desde mucho antes de que Herrera se asome, siempre al ritmo de los trinos matutinos de Earth, Wind & Fire, en el programa del Salas, minutos antes de las seis de la madrugada. Días pasados, un poco más tarde, no tomé el 7 desde mi domicilio, sino desde el centro de Palma. Cuando lo hago desde casa - pocas veces, es cierto- para ir hasta el lugar de mi trabajo y por ser la mía, una de las primeras paradas, el autobús todavía baja vacío y puedo elegir donde sentarme. Tengo mis preferencias y ese asiento en el segundo cuerpo de filas, junto al ventanal izquierdo, me permite observar cómo se va desperezando la ciudad y como va subiendo y apeándose todo el pasaje. Todos con casquitos insertados, como yo; unos tal vez en la cope, otros en la ser, otros en ondacero y a juzgar por las risas, los más jóvenes con uno de esos insoportables programas de presentadores graciosillos gastando bromas a un cumpleañero. Otros, llevan su música y se nota por el indisimulado movimiento rítmico de sus pies, hombros o cabeza. El otro día se sentó a mi lado Ernie Loquasto, un tipo que no paraba de agitarse. Escuchaba su música (él y buena parte de los que le rodeábamos) al tiempo que desde la pantalla de su móvil, jugaba con ambos pulgares con una app de DJ. Iba tan enchufado -los lunes, el día más flojo, le dejan pinchar su música en el Savoy- que parecía el David Ghetta de la EMT. (¡Maestro de la metáfora, Jose Luis Alvite!*)
Siguen subiendo y apeándose rostros anónimos (más femeninos que masculinos) de todas las razas y lenguas y al llegar a la Plaza de España es como si llegara al edificio de la ONU (espero que Nacho Lens siga haciendo su trabajo de forma excelente y que no haya dejado de colocarse toda clase de objetos circulares o semiesféricos sobre sus ojos, sacándonos la lengua a todos, durante el coffee break en el Midtown de Manhattan - Abrígate, Nacho, creo que viene nieve). Aquí, junto a nuestra más modesta Avenidas, pasan y tienen parada un altísimo porcentaje de los autobuses de Palma y todos ellos se llenan o vacían en cuestión de segundos. Me fijo especialmente en ciudadanos cuyas pieles y ropajes delatan su procedencia y variado origen y me estremece pensar que el ser humano sea capaz de generar tantos y tan absurdos odios y amenacen, algunos de ellos, con violencias salvajes, a seres inocentes y me vienen a la mente imágenes que todos tenemos presentes, de la vida real o de la ficción y pienso que nada de eso tiene sentido. No me consuela, siquiera, refugiarme en la lógica ni en la cordura y ratifica mi pesimismo el famoso homo hominis lupus de Hobbes (y mucho siglos antes de él, de Plauto) y que llega por la falta de aprendizaje en una adecuada convivencia. Creo que España aceptó, hace muchos años, que sus calles, sus escuelas, sus transportes públicos, sus ambulatorios y el resto de sus servicios sociales acogieran, como ciudadanos propios, a quienes, viniendo de todos los rincones del planeta, decidieron buscar trabajo y oportunidades en los tiempos en que sí se daban. No sería justo que ahora nos viéramos amenazados por el mero hecho de no creer en lo que muchos de ellos creen y por no practicar sus ritos y protocolos de fe.
No justifico la barbarie ni el salvaje ajuste de cuentas de París porque el crimen no tiene justificación ninguna pero también entiendo que nadie tiene derecho a difamar las creencias de ningún ser humano, por muy absurdas o anacrónicas que puedan parecerle a los más excepticos, ateos o agnósticos. Es muy fácil, además, burlarse de los fieles de religiones o creencias no violentas, jamás rencorosas (especialmente esa que nos sugiere poner la otra mejilla), mancillando sus símbolos o los dogmas que los representan y en los cuales se sustentan. No obstante, insisto, no es justificable y resulta brutalmente desproporcionado, responder a esa burla innecesaria mediante el fuego indiscriminado de un kalashnikov. Perdemos mucho todos.
* Solía cerrar Jose Luis Alvite, con sus crónicas desde el Savoy, la semana de Herrera en la Onda. En algunas ocasiones era necesario escuchar dos y tres veces su colaboración semanal para conseguir entender el sentido de sus palabras. Era un retrato metafórico de lo absurdo. Voz y ánimos derrotados pero inimitable e ingenioso sentido del humor. Queda, gracias a internet, mucho de su repertorio; frases lapidarias que a cualquiera le habría gustado escribir.
No justifico la barbarie ni el salvaje ajuste de cuentas de París porque el crimen no tiene justificación ninguna pero también entiendo que nadie tiene derecho a difamar las creencias de ningún ser humano, por muy absurdas o anacrónicas que puedan parecerle a los más excepticos, ateos o agnósticos. Es muy fácil, además, burlarse de los fieles de religiones o creencias no violentas, jamás rencorosas (especialmente esa que nos sugiere poner la otra mejilla), mancillando sus símbolos o los dogmas que los representan y en los cuales se sustentan. No obstante, insisto, no es justificable y resulta brutalmente desproporcionado, responder a esa burla innecesaria mediante el fuego indiscriminado de un kalashnikov. Perdemos mucho todos.
* Solía cerrar Jose Luis Alvite, con sus crónicas desde el Savoy, la semana de Herrera en la Onda. En algunas ocasiones era necesario escuchar dos y tres veces su colaboración semanal para conseguir entender el sentido de sus palabras. Era un retrato metafórico de lo absurdo. Voz y ánimos derrotados pero inimitable e ingenioso sentido del humor. Queda, gracias a internet, mucho de su repertorio; frases lapidarias que a cualquiera le habría gustado escribir.