lunes, 27 de enero de 2014

Por fin, nieve

Llegó el momento. El domingo 19 de enero, cargados de maletas, mochilas y muchas ganas, a última hora de la tarde, llegábamos a Viella. Ha sido una dura semana de nieve. Exceptuando el magnífico martes, soleado y luminoso, el resto de los días han sido muy exigentes. No ha dejado de nevar desde la madrugada del miércoles, con bajísimas temperaturas y muy pobre visibilidad. Esto ha provocado que la calidad del esquí no haya resultado muy satisfactoria. Paradójicamente, la permanente presencia de nieve recién caída,  con espesores cercanos a los sesenta centímetros diarios, unido a la niebla y a la ventisca han dejado unas pistas muy complicadas, donde no se veían los relieves. Muchas de las balizas estaban prácticamente enterradas en blanco y se hacía muy difícil orientarse y poder descender con naturalidad. Nos hemos entregado sin tregua a una batalla voluntariosa y sufrida. La recompensa, muy pobre; salir indemnes de la lucha y satisfacer mínimamente las ganas que traíamos. Para conformarnos, les decía a mis hijas, que hay que pensar que sin salir de casa no habríamos pasado ni la mitad de los momentos que, pese a la adversidad del clima, hemos disfrutado. Otro año será.



El magnífico martes, soleado y luminoso


Lo peor, sin duda, los desplazamientos desde el apartamento en Bossost hasta Baqueira. Treinta kilómetros de agua, nieve y hielo en la carretera, tanto para ir, como para volver. Muy estresante si tenemos en cuenta que no nos sobra experiencia en conducciones extremas y que el vehículo alquilado no era el que suelen llevar los especialistas. Un sencillo Zafira y con el limpialunas medio averiado. (ojito, "doyouspain.com/firefly rent a car" que jugáis con fuego)



Un día cualquiera de esta pasada semana


Todavía me siento agarrotado y atenazado por la tensión de llegar cada día a pistas y a casa sin que el coche quedara atravesado en medio de la carretera o volcado en la cuneta, como otros que vimos.

La recompensa final le encontramos en la gastronomía. El hallazgo de un paraíso para los sentidos; Restaurante "Er Occitan"(www.eroccitan.com), en Bossost. Un compendio de virtudes, sabiduría, calidad y elegancia. Sobre nuestra mesa redonda desfilaron productos y presentaciones aptos para los paladares más exigentes y a un precio satisfactoriamente razonable. El menú de degustación; entrante, plato principal y postre a 29 €, impuestos y bebida no incluidos. Fuera de carta, que cambian cada cuatro meses y que consta de una propuesta en la cual es difícil decidirse y adaptándose a la presencia de menores, la oferta de un plato combinado de excelente ejecución y no peor presencia, permite que toda la familia pueda disfrutar de una placentera jornada. 


Sashimi de salmón con ceps confitados, piñones, sésamo, sorbete de soja, falso ajoblanco de piñones y abeto


En el exterior sigue lloviendo copiosamente y el Garona amenaza con desbordarse. En este templo, los relojes se han parado y tan sólo el leve tintineo de los tenedores de las mesas próximas suenan en la sala. La clave del éxito; Santa Nintendo. Ah, un placentero gintonic exquisitamente preparado en mesa, pone el colofón a la fiesta. Volveremos.


El colofón

lunes, 13 de enero de 2014

El pajarito de colores

Tenía ya la bandeja entre mis manos,  con todas las viandas que había tomado del autoservicio, cuando en mi pecho sonó el timbre de una llamada telefónica. Con cierta calma y mucha curiosidad,  deposité la bandeja en la primera mesa que encontré, muy cercana a la puerta y me dispuse a contestar. Mi expresión de incredulidad debió sorprender también a los comensales más cercanos, testigos de la situación.

Tras unos momentos de incertidumbre,  decidí que no era momento para titubear (no es que me faltaran motivos). Ya cenaría mas tarde, en cualquier momento del resto de la noche.

Bajo la única estrella que brillaba en todo el firmamento, tomé el camino que me llevaba de vuelta a mi despacho. Apenas media hora antes, lo había abandonado con la intención y necesidad de cenar. 

Desde el teléfono de mi despacho debía hacer una importante llamada. Aunque era yo muy reticente y no me hacía ni pizca de gracia, no tenía más remedio; el buen fin de la misión lo requería.

La conversación se desarrolló por unos cauces inverosímiles y a cada minuto que pasaba,  mayor perplejidad me causaba su tono y su timbre, amén de una ira incontenible que iba creciendo a medida que seguía escuchando toda la serie de majaderías que iba escupiendo mi interlocutor telefónico.

Desgraciadamente, sólo en lo personal, el viejo pajarito de colorido plumaje (algunas de sus plumas, cursimente teñidas), se salió con la suya. La ventaja no se lo proporcionaban, creo yo,  ni la razón ni  el entendimiento, sino su dorado y entorchado status. Vete a saber si....

Al final, su afición a las piruletas de whisky o de coñac, o de anís del mono, convirtieron al pajarito de colores en un auténtico "friqui",  como esos que se cuelan en comidas a las que no están invitados y donde se despliegan prolongadas sobremesas junto al botellerío y, muy problablemente, se despachan chistes gruesos y mal contados. Ni una sola reprimenda le costó ni esa ni  otras bochornosas aficiones y hábitos y logró llegar a su casa  sin nada más colorado en su cara que su naríz (es decir, su pico).

Finalizada la conversación y satisfecho por mi trabajo a  pesar del mal sabor de boca que me dejó aquel contacto, regresé a por mi cena.

La única estrella del firmamento seguía brillando, tal vez con más fuerza, puesto que por sí sola, iluminó mi camino y me seguirá acompañando, espero, para siempre, hasta que yo también llegue a mi propia casa.

Misión cumplida, pajarito. ¿Y tú?


lunes, 6 de enero de 2014

Vaya regalo!

Decía hace un par de semanas que tras la navidad  llega la segunda tanda de fiestas, correspondiente a la nochevieja, por un lado y a Reyes, por otro. Pagana y mundana la primera, excelentemente celebrada en ambiente familiar y festivo y emotiva la segunda, por la ilusión con la que,  año tras año y  a pesar del avance en la edad de las menores de casa, colocamos los zapatos a los pies del árbol navideño.

Omití la que,  en mi caso, forma parte de las tradiciones de estas fechas: el  "Concierto de Año Nuevo". Por una mañana, la primera de enero, independientemente de la hora (y el estado) en que me haya acostado la noche anterior, acudo fiel a la Sala Dorada de la Musicverein de Viena. Desgraciadamente es un viaje virtual, pero por el momento me basta. Después de un desayuno familiar muy especial conecto la televisión al equipo de música, doy volumen y si la temperatura y el sol lo permiten, abro la ventana al nuevo año y sentado cómodamente en el sofá nos disponemos a deleitarnos con cada minuto de su retransmisión.

Llevo practicando este ritual desde hace quince años, los que llevo residiendo en mi casa. Han ido agregándose a esta costumbre todos sus habitantes, a medida que han ido alcanzando edades que lo permitían e incluso mis hijas,  participando en las escenas de ballet, con su atrezzo, coreografía e  interpretación muy particular.

La supresión de la publicidad en la televisión pública española nos ha dado la oportunidad de seguir íntegramente la transmisión de la televisión austríaca. De esta manera hemos podido disfrutar, mejorando año tras año, de los exquisitos reportajes que ofrecen en el intermedio del concierto y nos ha abierto una ventana de cuarenta pulgadas en alta definición, al proceso de preparación de escenarios y planos exteriores, los ensayos de los músicos, de su director, la elección del diseñador encargado del vestuario, el trabajo de coreógrafos, de los bailarines, etc... No he disfrutado ningún año como este. La milimétrica y precisa instalación de los mecanismos televisivos, el detalle con el que colocan los raíles por los que deben circular los operadores de cámara, la colocación de los adornos florales, la elección de las telas para el cuerpo de ballet, valiente y arriesgado este año, y un sinfín de detalles más, dejan testimonio de la profesionalidad de todo el personal que trabaja para que,  al final, la transmisión constituya, a los pies del  árbol de nuestro salón, un gran regalo navideño.

Además, al final es lo que cuenta, el repertorio y calidad en ejecución de las obras elegidas proporcionan un placer y una emoción extraordinariamente satisfactorios, a poco que se tenga un mínimo de afición por la música. La dirección a cargo de un genial Daniel Baremboim, este año, ha estado cargada de calidez, elegancia y sentido del humor. Un espectáculo digno de volver a verse un montón de veces, como así haré.

Siempre he considerado que hay muchas maneras de acabar un año, pero, sin duda alguna, para mí, es la mejor manera de empezarlo. Ojalá un día, no pierdo la esperanza, pueda presenciarlo "in situ", aunque sea de pie, de puntillas. Es cuestión de probar suerte y no parece tan inasequible a bolsillos modestos. Tampoco pretendo compartir fila ni con Julia Andrews ni con Juan Roig.



Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...