El otoño se ha empeñado en barrer las aceras. Primero y auxiliado por las primeras rachas de viento duro, ha empezado a trasquilar con ímpetu el follaje caduco de los árboles convirtiéndolo en hojarasca. Aunque poéticamente se preste a descripciones más líricas, la realidad dista mucho de proporcionarme una contemplación amable. Salvo para algún sujeto con elevados rasgos de melancolía y de nostalgia, el aspecto de la calle resulta aparatosamente afeado por montones de hojas secas, sucias, pisadas por peatones, atropelladas por los coches y olfateadas por algún gato callejero esquivo al más mínimo contacto con los seres humanos.
El sonido, sin embargo, sí resulta sereno, como calderilla vegetal, que es lo que es al fin y al cabo. Calderilla de las vueltas de la factura de un verano extremadamente duro, nunca excesivamente largo, que parece rendirse, derrotado, por la ruda aspereza del calendario solar.
Ya sólo nos falta, como un tiro de gracia, el cambio de horario, el cambio de armarios y los niños pintarrajeados por culpa del puto jalogüin. Quedan desterrados y proscritos los felices hábitos estivales, la felicidad de vivir con todas las ventanas abiertas, de dormir despelotao encima de la cama y terracear contemplando, en las tardes y en sus noches, las lucecitas lejanas de un horizonte que se nos muestra, ahora, ya muy oscuro e inhóspito a muy temprana hora.
No es ni la melancolía ni la nostalgia, es sencillamente que me apetecía imprimir esta agridulce sensación de lo efímero que resulta el bienestar de vivir con ropa ligera y descalzo. Pues eso.
lunes, 23 de octubre de 2023
Está aquí el otoño, otra vez
lunes, 16 de octubre de 2023
Se ha ganado los galones
Nos han inundado los móviles y otros dispositivos docenas de fotos de ella, muchas de las cuales se han hecho virales (especialmente entre la gente buena, limpia y aseadita) y han circulado de chat en chat en muy pocos días. Es S.A.R. Dª Leonor (cobra especial belleza, ahora más, este nombre tan ligado a nuestra historia) solemnemente uniformada besando la Bandera de España (con mayúscula todo) en un acto que nos envuelve de dignidad, aunque solo sea a los que respetamos la Institución y sus símbolos y nos devuelve el orgullo de buen ciudadano.
Semanas atrás, en un ámbito doméstico, se me planteaba, entre signos interrogativos, qué necesidad tenía esa chica de meterse en esa Academia Militar, ponerse un uniforme y tirarse al barro entre alambres de espino con una pesada mochila y un fusil de guerra, o tener que levantarse a media noche para iniciar una larga marcha con la cara tiznada por maquillaje mimetizante o tener que estar expuesta todo el día a la orden de un superior, o...qué rollo! (cuánta falta hace y qué bien vendría un poquito de mili a nuestros/as jóvenes y sin necesariamente tener que empuñar un arma, no sea que....)
A estas alturas de democracia, lamentablemente, nadie puede asegurarnos que llegará un día en que Dª Leonor sea coronada, siquiera que pueda, en caso contrario, seguir residiendo en el país del que acaba de besar y jurar su bandera o si, por el contrario, tendrá que verse obligada a buscar residencia en algún país lejano.
Lo que sí es cierto es que, si al final llegase a reinar, llevará en la cabeza toda la dignidad y conocimiento de la realidad que cabe en el aprendizaje de su "oficio". Y, como no puede ser de otra manera, nada es mejor, entre otras virtudes y méritos de otros oficios que deberá aprender, que conocer por sí misma el barro en el que tienen que saber moverse los militares y haber asistido a formaciones, desfiles y Homenajes a los Caídos rodeados de jóvenes tan dignos y abnegados como ella misma y sentir que se le empañan los ojos mientras que, en primer tiempo de saludo, suena "La muerte no es el final".
Que nadie tenga que contárselo. Por mucho que uno lo vea, en directo o en televisión, nada es comparable en emotividad a escucharlo de uniforme y rodeado de sus compañeros, presentes unos y ausentes, dolorosamente recordados los de cada cual, otros.
Dª Leonor, ahora ya se ha ganado los galones.
A la orden, Alteza!
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