lunes, 28 de diciembre de 2020

Tengo un amigo...

A Rubén le gustan los perros
Tiene un setter de pelo claro
Le gusta  ponerse el tabardo
y pasearle  por el parque urbano.

Antes fumaba, aprovechando el paseo
Su médico le apartó del humo
Ahora  solo exhala  vaho del invierno
y el setter lo observa, a su lado.

Ni cuando llueve deja ese hábito
y mira un velo blanco al trasluz
El resplandor colorea el resto
y moldea un halo de luz y vapor.

El setter husmea el suelo, agitado
Rubén sonríe y le acaricia despacio
y se lleva al bolsillo la mano 
No hay galletas, tampoco tabaco.

Hace frío y está oscuro
No juegan los niños en el parque
Solo, junto a la luz de la farola
Silba Rubén y el perro mueve el rabo.

Concierto del Boss en la tele
Guitarras, bourbon y  canas
Western Stars, en el viejo granero
Rubén, feliz, acaricia a su perro.

Bruce desliza sus dedos
También, lenta y rota su voz 
Oscura y triste su mirada
Luces sin brillo en el escenario.

La triste amargura de Rubén,
la caricia al setter endulza;
las heridas de su corazón,
la canción de Bruce le oculta.


Rubén es un nombre ficticio. En realidad se llama José, Jaime, Enrique, Íñigo, Rafa, Alfredo, Basilio, Pedro, Joaquín, Ángel, Rafa, Miguel, Juanjo, Juan, Luis, Francisco, Iñaki, Fernando, Manuel, Javier, Antonio, Salvador.... Pero es un buen amigo, mi amigo. Él no lo sabe, pero lo tengo entre mis favoritos, aunque no siempre nos veamos, aunque no siempre hablemos, aunque fume, o si no fuma, aunque no tenga un setter, o porque lo tiene, aunque no le guste Bruce Springsteen. 

Este ha sido un año muy extraño para todos. Algunos lo han pasado realmente mal. El virus nos ha hurtado mucho de ese tiempo que necesitamos para compartirlo con nuestros amigos, para tomarnos un café, unas cañas, unas tapas, un tiempo de conversación, un viaje...


Es justo que, al menos, de esta manera, pueda demostrarte que sigo considerándote mi amigo.


Rubén es solo es mi amigo. Eres tú, es él, sois todos. Es solo mi amigo.


lunes, 21 de diciembre de 2020

El cesto de la ropa sucia

Se nos está acabando este 2020 tan extraño y echando la vista atrás solo soy capaz de ver un siniestro rastro de prendas tiradas por el suelo y al fondo, entre brumas y vapores malolientes, un gran cesto de ropa sucia desbordado por todos sus costados. Es la imagen de la desolación, del caos y del desorden. Es la sensación de una permanente huida hacia adelante dejando atrás, abandonadas, las ropas de un viaje a ninguna parte que está durando demasiado tiempo.

No parece que tengamos por delante un camino claro ni una ruta cierta. La Navidad nos ha pillado todavía con el paso cambiado y, por supuesto, con mascarilla. Pasarán las fiestas y el bichito seguirá habitando entre nosotros y posiblemente más virulento, si cabe.

La ropa sucia no es la propia. Es también la de todos los vecinos descuidados, ciudadanos irresponsables que lo fían todo a una vacuna que, a estas alturas, aún está pendiente de que verifique su eficacia. Son también los gayumbos de personajes nefastos que, como no teníamos suficiente sufrimiento con la epidemia por sí misma, han hecho lo imposible por enfrentarnos y distinguirnos entre fachas y rojos, blancos y negros, flacos y gordos, rubios y morenos, ellos y ellas, homos y heteros, culés y merengones, y así, un sinfín de cualidades (buenas o malas) que distinguen a los seres humanos. Por sus hechos les conoceréis, decía la Biblia. Por sus odios los reconoceremos, digo yo.

Si el afán por dividir se hubiera aplicado a la hora de imponer un liderazgo y encontrar -consensuadamente- medidas adecuadas para el tratamiento y gestión de la pandemia, tal vez otro gallo nos hubiera cantado y si, en el peor de los casos, todavía no la hubiéramos encontrado, por lo menos no nos encontraríamos tan divididos ni señalados recíprocamente. 

Me temo que, por desgracia, empezaremos el nuevo año y nadie se hará cargo del cesto de la ropa sucia que seguirá al fondo del siniestro pasillo, acumulando prendas sucias y malolientes.

Y así cuesta mucho quitarse la mascarilla para sonreír y desearnos unas felices fiestas.

A pesar de ello, te deseo una feliz Navidad y un nuevo año que nos permita vestir nuestras mejores prendas, limpias y planchadas.


lunes, 14 de diciembre de 2020

Adviento

Tercer domingo de adviento, tercera vela. Vivo muy confortablemente en una comunidad cristiana. Ojo: sin ataduras ni cilicios. Cada cual profesa su fe como mejor le conviene. No hay exigencias y nadie pasa factura. Lo dice Padre Toni con el tino que le caracteriza. Gracias.


Nos sale del horno un domingo tremendamente soleado. El gato y yo nos desperezamos al unísono en el balcón de casa con un panorama tremendamente sugerente. Como si no hubiera un mañana él extrae las cuchillas de sus garras en una impúdica exhibición de su capacidad de  fuego. Luego ronronea y restriega su lomo en mis pantalones. Yo extiendo mis brazos. Ni una ligera brisa. Rondaremos los quince grados y los rayos del sol llegan a cegar la vista. Al fondo, Palma. Una ciudad confinada a tiempo parcial. La inconsciencia de los tontos nos lleva a un encierro  entre las diez de la noche y las seis de la madrugada. Algo que no altera mi vida en lo más mínimo. Luego, lo que cada cual considere más oportuno le exigirá ser o no más riguroso. Debo pertenecer yo a una secta extremista: pues si no hay que salir, no se sale y punto. La fiesta, mejor en casa. Así, el fin de semana se convierte en un festival gastronómico premiado en el limitado círculo familiar. Qué rico, papá o buenísimo, amor, cariño, cosso (o lo que sea).

No hay cine - como si no existieran las salas de proyección- ni teatros, ni óperas. No hay conferencias ni salas de exposición. No hay ya ni bares ni terrazas. Por no haber no ha habido ni tenis en las dos últimas semanas porque se nos instaló un negro nubarrón que no dejó de descargar sus lluvias cada día de esas dos semanas. Las pistas anegadas y una punzada en mis lumbares. La inactividad pasa factura y no son años.

La playa llama y atendemos con sumo agrado. Echarse al mar un 13 de diciembre es algo más que un reto. Es apetecible. Cada vez, es cierto, hay menos visitantes pero no estamos solos. En el agua, sí. Sólo unos pocos. Algunos con traje, otros con camiseta térmica. Yo, a pelo. Un par de chapuzones, es cierto. Lo justo para evitar que la temperatura del agua llegue a entumecer los brazos. Cuesta hasta nadar pero cuando se alcanza la orilla tras una breve secuencia de brazadas el tono físico se recupera y desaparece la lumbalgia y los peores presagios. 

A sabiendas de que el placer gastronómico nos espera en casa, retornar a la paz interior al tibio sol de diciembre resulta placentero y terapéutico. Cuesta levantarse de la silla plegable. Algas, salitre y brisa marinera nos han pagado el importe de este domingo que recorta sus horas de sol a un ritmo desquiciante.

Ya en casa, un domingo por la tarde sin perezas ni asperezas. Paz social y el netflix en el salón. 

Ya mañana nos volveremos a enfrentar con el cesto de la ropa sucia de una actualidad tan densa como el poso de algas que okupa la orilla. Qué hartura!

lunes, 7 de diciembre de 2020

La cuchara de mayor

Asumo el riesgo de quedar viejuno -me importa un bledo- y de traer a la punta de la lengua silenciosa de algún lector de este blog cualquier epíteto adecuado a mi cotidiana rememoración de las batallitas del abuelo pero es que cada día que pasa me pesa un poquito más la fugacidad de la vida.

Casé tarde - con cuarenta años cumplidos y como muchas veces digo, no sé si me precipité- pero enseguida nos propusimos tratar de traer al mundo nuevos seres con los que repoblar nuestro viejo planeta y contribuir, en la medida de nuestras modestas posibilidades, al equilibrio demográfico de una sociedad retratada en franca retirada respecto de la natalidad.  

Primero una niña (hasta el momento de bajar al paritorio, el bebé que llevaba en su barriguita la madre gestante se llamaba Luis) y al cabo de un tiempo, otra niña (también, esta vez sí, llamada Luis hasta poco después de asomar su pequeña cabecita).

María y Ana eran muy pequeñitas y por exigencias del guion (la dedicación profesional de su madre) fueron muchas las tardes y las noches enchufados a biberones, pañales, cambiadores y toallitas. Tareas que hice de mil amores y que repetiría sin titubeos si, echando para atrás la película, tuviera que volver a revivirla. Asistir a las primeras expresiones de sorpresa y alegría, de los enojos también, a los primeros pasitos y, sobre todo, a las primeras muestras de estar en posesión de un criterio propio, constituye un verdadero regalo que ningún padre y ninguna madre debería perderse por nada en el mundo.

Lo que indudablemente marca un hito irreversible es el primer día en que  comparten mesa y mantel y se sientan, con cojines extra tal vez, en una silla normal y, a pesar de que la barbilla queda todavía por debajo del servicio, toman su cuchara y  comen por sí mismas con los cubiertos de mayor. Ese día, en el fondo del subconsciente de los padres, queda grabado para siempre. 

Un largo recorrido en permanente revisión -todo un tratado de usos sociales- sobre cómo se sienta uno en la mesa, cómo se toma la servilleta, cómo se usan los cubiertos, cómo se sirve y cómo se llevan los alimentos a la boca, cómo se trata a un invitado, cómo se levanta uno de la mesa, pidiendo siempre permiso al mayor de los comensales...(todo muy cursi y muy demodé, pensarán algunos) 

Como les dije a mis hijas una de las primeras veces en las que comíamos todos en la misma mesa: es improbable que lleguen a heredar coches de lujo, ni yates, ni segundas residencias, ni rolex: lo único que puedo ofrecerles en herencia es un poco de educación, llave absolutamente subestimada hoy en día con la que, a pesar de todo, se abren muchas puertas.

- Casi todo eso lo he entendido, papá, pero ¿qué es un rolex? preguntó Ana con los ojos bien abiertos, un enorme cucharón en su mano derecha y su barbilla que apenas rozaba el mantel de la mesa.

El viernes 4 de diciembre Ana cumplió dieciséis años. 

Felicidades Ana y recuerda siempre el primer día que te empeñaste en usar una cuchara de mayor.

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Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...