lunes, 12 de noviembre de 2018

Sin balón no hay paraíso

Algunos tenemos grabada en la memoria su imagen en plena carrera porque tuvimos la inmensa fortuna de presenciarlo in situ aquellas tardes de fútbol, de humo de farias y  de los pirulís de naranja que le compraba mi padre, para nosotros, a un tipo de chaquetilla blanca y botones dorados que se colaba entre las filas de asientos de la grada baja del Camp Nou con su gran cesta de mimbre en lo alto, vendiendo chocolatinas, caramelos y almendras garrapiñadas. Otros lo verían por televisión y años más tarde, cualquiera que pueda desearlo, en el yutúb. Con aquellas piernas delgadas que no aparentaban suficiente robustez siquiera para sustentar el leve peso de  su media melena ondeando al viento, recogía, a veces, el balón -blanco- que por el pase defectuoso de un compañero se le había quedado atrás; arrastrándolo con el pie lo adelantaba unos cuantos metros, en autopase, fintando así a su primer rival....seguía corriendo pegado a la cal de la banda y de repente, detenía el tiempo, erguía su escueto perfil y con el exterior del pie derecho bloqueaba el esférico -blanco-. Los defensas que le marcaban se echaban al suelo como perros de presa sorprendidos por la maniobra y, sin capacidad para frenar su propio impulso, se desplazaban erráticamente, resbalando hasta la línea de fondo. (Cruyff pedía que regaran el campo lo suficiente como para que ese balón -blanco- rodara a mayor velocidad). Para cuando los defensas hubieran llegado al banderín del corner, Johan había ya pisado el área y de fino y atinado golpeo con el interior del pie derecho, con efecto y raso, había alojado la pelota -blanca- en el fondo de la portería, por el palo largo del portero. Nada humillante para este último salir así -estirándose impotente-  en la foto en blanco y negro de aquel Mundo Deportivo o en el virado en sepia del Dicen de la época, todo lo contrario, todo un honor para él, supongo.

Luego, con el tiempo,  ya en su época de entrenador, dejó de lado su concepto de futbolista-velocista e impulsó un nuevo estilo en el cual fuera exclusivamente el balón el que se desplazara a gran velocidad y convirtió a su equipo en un grupo de  habilísimos peloteros que fueran capaces de controlar como un tesoro el dominio del juego y eso, en el fútbol, solo se consigue poseyendo el balón...y que corra el equipo contrario.

Conservar el balón, también en otros órdenes de la vida, equivale a controlar la situación y mantener el ritmo de los acontecimientos: MANDAR. El que no tiene el balón sufre mucho, va de acá para allá y, al final, se desordena de tal manera que se vuelve vulnerable y el resultado final, indefectiblemente, es una derrota.

Eso es. Yo en estos momentos, íntimamente derrotado, echo en falta la posesión del balón. Ni lo olemos y vamos corriendo de acá para allá intentando arrebatárselo a quienes, sin tener precisamente un exquisito control del juego, parecen alineados por un sólo objetivo; destruir todo, hasta su propia imagen si fuera necesario, con tal de seguir maltratando esférico y césped mientras una buena parte del país nos desgañitamos gritándonos unos a otros:

-Marca allá, Manolo...marca allá*


Expulsados de nuestro paraíso (como Cruyff por Melero Guaza, aquel frío 6 de febrero de 1977).  Si al menos hubiera sido por el juego de un buen equipo... No le vemos la auténtica cara a nuestros rivales ni cuando recogemos el balón -blanco- del fondo de la portería. No dejan de meternos goles. Cada día. Y esa foto, además, no es para sentirse muy orgulloso. Ningún honor,  lamentablemente.

*https://www.fcbarcelona.es/club/noticias/2014-2015/6-de-febrero-de-1977-el-escandalo-melero

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