La kale borroka lleva tiempo abrevando (no encuentro término más adecuado) también en el Congreso. Los insultos y descalificativos malsonantes han quedado pequeños y la indecencia más bochornosa tomó posesión de sus escaños. Era cuestión de tiempo que llegáramos a este punto porque se veía venir que las incipientes payasadas del inicio de las fallidas legislaturas anteriores iban a dejar abiertas de par en par las puertas de los leones para que pudieran entrar, a tropel, los peores y más desagradables instintos del salvajismo parlamentario. Falta de educación, básicamente y desafección de los más básicos valores. Y un pésimo ejemplo para nuestros hijos. Hemos sido testigos de tensos debates parlamentarios los últimos cuarenta años pero el nivel de degradación moral y estética de la actual composición de la cámara es insufrible.
Del insulto al escupitajo: no ha sido solo contra el Ministro Borrell, es contra su partido y contra el resto de los diputados de todos los partidos, pero sobre todo contra todos los ciudadanos o por lo menos contra quienes consideramos que esta actitud y esta conducta es indigna y creo que no nos lo merecemos. Es un escupitajo sonoro y violento contra la democracia. Y supongo, quiero creer, que contra algunos parlamentarios que deben sentirse igualmente abochornados por esa inexcusable inmoralidad y contra simpatizantes y afiliados incluso del propio partido del cual son representantes estos tipos de conductas indeseables.
Yo tengo mi teoría al respecto pero creo y asumo que puede reultar anacrónica. Como me importa un bledo lo que pueda importar a una inmensa mayoría de ciudadanos aborregados por la televasión (has leído bien) que atiborra la parrilla de basura y chatarra intelectual, puedo sostener que la causa de tanta degradación es la pérdida de valores. El sistema educativo actual omite la formación en valores morales, principios sobre los cuales se sustenta la sociedad. Ya no llevamos sombrero salvo en verano y por tanto no nos tenemos que llevar la mano al ala del mismo en ademán de descubrir nuestra cabeza cuando saludamos a un conocido (Jose Y. sí lo hace, yo soy testigo). No hace falta llegar tan lejos. Bastaría, por ejemplo, con observar un conducta respetuosa con el resto de nuestros semejantes, hablar con discreción en los lugares públicos, ceder el paso en la intersección de nuestros caminos, ayudar a los demás e levantarse o sentarse cuando tiene dificultades, ceder el asiento a los mayores, pedir permiso para entrar en despachos, comer y beber correctamente....en una palabra: educación, lo más valioso que podemos transmitir a nuestros hijos.
Para el resto de la sociedad hace ya mucho tiempo que dimití, intento mirar para otro lado cuando veo a esa inmensa mayoría de personas que consideran que una determinada manera de ser es antigua y cosa de viejos, aunque en un momento dado tendría que jugarme el pellejo porque hace muchos años juré que lo haría. Vaya negocio.
Yo tengo mi teoría al respecto pero creo y asumo que puede reultar anacrónica. Como me importa un bledo lo que pueda importar a una inmensa mayoría de ciudadanos aborregados por la televasión (has leído bien) que atiborra la parrilla de basura y chatarra intelectual, puedo sostener que la causa de tanta degradación es la pérdida de valores. El sistema educativo actual omite la formación en valores morales, principios sobre los cuales se sustenta la sociedad. Ya no llevamos sombrero salvo en verano y por tanto no nos tenemos que llevar la mano al ala del mismo en ademán de descubrir nuestra cabeza cuando saludamos a un conocido (Jose Y. sí lo hace, yo soy testigo). No hace falta llegar tan lejos. Bastaría, por ejemplo, con observar un conducta respetuosa con el resto de nuestros semejantes, hablar con discreción en los lugares públicos, ceder el paso en la intersección de nuestros caminos, ayudar a los demás e levantarse o sentarse cuando tiene dificultades, ceder el asiento a los mayores, pedir permiso para entrar en despachos, comer y beber correctamente....en una palabra: educación, lo más valioso que podemos transmitir a nuestros hijos.
Para el resto de la sociedad hace ya mucho tiempo que dimití, intento mirar para otro lado cuando veo a esa inmensa mayoría de personas que consideran que una determinada manera de ser es antigua y cosa de viejos, aunque en un momento dado tendría que jugarme el pellejo porque hace muchos años juré que lo haría. Vaya negocio.