lunes, 19 de diciembre de 2016

Navidad sí, pero...

Hace dos mil y pico años (a estas alturas todavía no parece que haya opinión unánime sobre la fecha exacta) nació Jesucristo, en un portal de Belén. Este es el hecho que desde pequeñitos nos han contado nuestros padres, nuestros abuelitos y las monjitas del Colegio, primero y después, superada la fase de los primeros pasos, hemos seguido creyendo, año tras año, navidad tras navidad, a medida de que nos hemos ido haciendo adultos. Ahora se lo contamos a nuestras hijas y a nuestras sobrinas y, además, también en casa, en representación de tal creencia, colocamos un portal en un lugar especial de nuestras casas para que los más pequeños crezcan en la celebración de esta bonita historia. Nos lo han recordado  en la Parroquia este pasado domingo y aunque, solo por unos días, hasta los más excépticos o descreídos hacen lo propio, tal vez por el afán de celebrarlo como siempre lo hicimos. Y no hay nada malo en ello.

El viernes pasado, después de compartir mesa y mantel con un montón de personas de orden, aseados y saludables en lo moral, aún con sus achaques en lo físico,  cada cual los suyos, porque había algunos compañeros octogenarios y septuagenarios, todos ellos veteranos servidores del Estado,  salí de la Comandancia con la sana sensación de haber culminado un año de mi trabajo con motivo suficiente para justificar un alto grado de satisfacción y orgullo. No es autocomplacencia, que dicho sea de paso, como ya dije anteriormente, como la vanidad y la ropa interior; la justa y en la intimidad. Después de cuatro años, dos proyectos, mil visitas, mil complicaciones, muchas horas de sueño y otros tantos desvelos, hemos logrado poner en funcionamiento las renovadas dependencias del viejo Cuartel. Si el agua nos respeta...

Saliendo por la rampa del aparcamiento se me vino abajo ese entusiasmo. Escuchaba las noticias de la radio y daban cuenta de que en Damasco, una niña de siete años había detonado un chaleco explosivo que ella misma llevaba adherido a su pequeño cuerpo, en una comisaría de Policía. Unas horas antes, en Alemania, la policía había detenido a un niño de 12 años cuando pretendía hacer lo propio en un mercado navideño. Y unos días antes, en un mercado de Nigeria, dos niñas habían hecho detonar sus cinturones explosivos. Fatal y desolador balance

Infancia y navidad son factores de combinación positiva y optimista pero que pueden alterar el sentido cuando añadimos valores negativos como pobreza, hambre, dolor y guerra. Desgraciadamente tenemos descontadas esas combinaciones porque pese al confort en el que habitamos, somos conscientes de que en muchos hogares y en otras latitudes la situación no es igual. Lo que no nos imaginábamos, hasta ahora, es que esa infancia aparezca en el escenario del crimen y con el papel de protagonista. ¿Qué mente y con cuánto odio es capaz de ajustar el chaleco o cinturón en un pequeño e inocente cuerpo de niña y darle un empujoncito en el hombro o en la espalda y mandarlo hacia su objetivo como quien despide a su hijo en la puerta del colegio, con la mochilita a sus espalda?

Ayer por la noche estuve viendo una buena película francesa Mayo de 1940 que narra la dramática marcha de un grupo de ciudadanos franceses huyendo de sus casas durante el  éxodo masivo (cerca de ocho millones de personas) que provocó la invasión de Francia por las tropas alemanas. La excelente música de Morricone ayuda a digerir algunas de las más duras escenas. 

Han pasado casi ochenta años y la humanidad no parece haber aprendido nada de nada.



 

 



 




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