Me siento a desayunar y una mirada perdida colisiona con el calendario adherido a una pared de la cocina. Hoja a hoja han ido cayendo los meses y nos hemos plantado en diciembre. Un último tirón y quedará liquidado 2016. Un amargo y caliente trago de café con leche y un bocado de reflexión, no muy profunda, es cierto, pero muy tóxica para el estado de ánimo: ¡el tiempo vuela!
Tengo la sensación de que hace un instante acabábamos de mandar al trastero del sótano el árbol, las figuritas del belén y las guirnaldas navideñas y ya están subiendo otra vez por el ascensor; lo estoy oyendo. Nuevo domingo de Adviento, otro cirio encendido...Una frase que me quedó grabada el primero: Dios siempre está, a lo mejor somos nosotros los que nos ausentamos.
La sopladora de hojas secas, caídas en la calle, me despierta del ensimismamiento en el que me había sepultado mi reflexión. Al rato, pasa la otra maquinita del demonio; la cepilladora-barredora que va recogiendo toda esa hojarasca caduca. Los tipos van con protectores auriculares y parecen ensañarse con esa torturadora fábrica de sonidos desagradables y los vecinos a duras penas podemos ni escuchar la radio.
La sopladora de hojas secas, caídas en la calle, me despierta del ensimismamiento en el que me había sepultado mi reflexión. Al rato, pasa la otra maquinita del demonio; la cepilladora-barredora que va recogiendo toda esa hojarasca caduca. Los tipos van con protectores auriculares y parecen ensañarse con esa torturadora fábrica de sonidos desagradables y los vecinos a duras penas podemos ni escuchar la radio.
Me asomo al balcón. Luce un sol brillante y cierro la puerta corredera tras de mí. Barro con la mirada todo el entorno de mi ciudad y trato de entender cómo es posible que a estas alturas de diciembre la temperatura roce los veinte grados. Intentaría disfrutarlo con un chapuzón en el mar pero las toses y mocos de casa recomiendan quedarme en ella cautelarmente; no sea que haya que asistir a Urgencias de nuevo. Virus total. Un brote de gripe inoportuno, si es que alguna vez no lo es.
Me conformo con depositar mis esperanzas de un nuevo baño algún otro día y me refugio en la tableta. Repaso los digitales y una punzada de frustración recorre todo mi cuerpo; una sana envidia. Todo el mundo está de puente; hoteles de Barcelona, Madrid, San Sebastian, etc, con altísimas tasas de ocupación,. Además me han mostrado (yo no tengo ni una sola de las redes sociales que pululan por casa) fotos de amigos y conocidos en Londres, París, Roma.... hay algo que debemos estar haciendo mal, pienso con el tono hiriente de un autoreproche.
La vida, atendiendo a las necesidades principales y poco más se ha vuelto muy exigente y los meses finales del año marcan los picos más elevados. Y llegará la Navidad y querremos comer y beber y disfrutar excepcionalmente de los pequeños placeres mundanos, y la vida sube, sube, sube y los azules siguen evaporándose y pretenderemos acercarnos a la nieve y dejarnos caer desde las cumbres del Valle de Arán, ¡qué menos! Pues a dosificarse!
Recibimos en el puente a una vieja amiga ferrolana y a su hija (crecen...) y parece que el tiempo se ha detenido. Nos vemos con idéntica complicidad y hablamos como si lo que ayer ocurrió en las calles de Ferrol lo hubiéramos presenciado con nuestros propios ojos. Me lleva el recuerdo a la Plaza del Marqués de Amboage y a la Pastelería Ramos y su fantástica tarta Sácher que devoraba a bocados bajando hasta el Cantón, por la calle Real, y al viejo Arsenal. Y si apuro me veo circulado con el viejo Escort hasta mis arenales de Doniños. Y la tortilla paisana de El Gallo....
En cierto modo eso también es viajar y aprovechar el puente. Ya llegará la nieve.
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