Feliz semana también para ti. Me quedo con el cacho...( y varios emotibesos)
Sé de un portal en el que en esta Navidad ha faltado la figurita materna representada por la Virgen María. Y es que, a pesar de haber luchado muy duramente -especialmente los últimos meses- acaba de fallecer Maribel. Cayó enferma hace poco más de un año y medio. Hasta ese momento hablábamos unas cuantas veces al año; los respectivos santos y cumpleaños, en Navidad, en fin de año y en alguna otra ocasión, cuando a ella o a mí nos apetecía saber cómo nos iban las cosas, pues nos llamábamos. Eso era todo, pero era mucho. Había sido más; cosas de juventud.
Ese ritmo de contactos fue disminuyendo según avanzaba su enfermedad porque llegó el momento en que a mí no me salían las palabras adecuadas. Se atascaba mi mente y se me formaba un nudo en la garganta. No sabía qué decirle sin que se notara mi desánimo ante el fatal progreso de su dolencia ni mucho menos mi total incapacidad para sacar unas palabras de aliento que no sonaran a lata de conserva.
Le diagnosticaron la misma terrible enfermedad por la que había fallecido primero su madre y más tarde su hermana. En el servicio público de salud de su Comunidad Autónoma se topó con una excelente profesional pero que no dudó en descerrajarle el diagnóstico sin rodeos retóricos ni almibarados. No daba crédito y confió, según me contó ella misma, en que pudiera tratarse de un error. Ella solo se notaba cansada, aturdida y padecía continuas y dolorosas jaquecas.
Le recomendaron someterse inmediatamente a un tratamiento de choque previo a cualquier solución quirúrgica pero ella prefirió, en primer lugar, organizar la vida de su padre, de edad y estado mental muy delicado, y preparar a sus hijos de manera que pudieran encajar de la forma menos traumática ese pésimo diagnóstico.
Durante esos primeros días fue cuando más traté de hablar con ella e intentar infundirle mis modestísimos ánimos. Luego reconocí que poco más podía hacer y de muy poco le iban a servir ya mis mejores palabras.
Empezó su tratamiento, ingresó a su padre en una residencia, mandó a sus hijos de viaje, a colonias y campamentos y afrontó los primeras tandas de tratamiento con envidiable entereza y gran fortaleza moral. Siempre se reía de sí misma. Si me vieras -me decía- sentada en el sofá tranquilamente...¿pero cuando he estado yo sentada tanto rato en el sofá? Pasmá!, gritaba con su acento de San Fernando, Cai.
El tono de su voz comenzó a reflejar su deterioro físico a pesar de lo cual seguía haciendo planes y se sacudía los dolores y las náuseas como quien espanta una moscarda molesta. Al final ya hablaba con mayor dificultad, le prescribieron el uso de un corsé y empezó a circular por su propia casa en silla de ruedas y seguía padeciendo terribles dolores de espalda. Aún así echaba cuentas para volver a sus clases de pilates, de aerobic, a patear la calle, etc...
En mayo de 2015 escribí el post Pegado a tu dolor. Esa Maribel G.L a la que trataba de animar me contestaba todos los lunes con un madrugador whatsapp desde su móvil con las palabras que reproduzco al inicio de este otro post. Feliz semana también para ti. Y a continuación un montón de emoticonos de corazones palpitantes y besos. Lo hacía casi al instante de colgar yo mi entrada. Según su disponibilidad se extendía un poco más y establecíamos un fugaz intercambio de mensajes, regalándonos piropos y alabanzas.
El domingo 18, antes de las nueve de la mañana - demasiado temprano para que Maribel me mandara un wpp desde su móvil- sonó en el mío el pitidito fatal: Isabel ha fallecido.
Ya no volveré a recibir ni su wpp ni todos esos emoticonos. Descansa en paz, Maribel. Un beso.
Sé de un portal en el que en esta Navidad ha faltado la figurita materna representada por la Virgen María. Y es que, a pesar de haber luchado muy duramente -especialmente los últimos meses- acaba de fallecer Maribel. Cayó enferma hace poco más de un año y medio. Hasta ese momento hablábamos unas cuantas veces al año; los respectivos santos y cumpleaños, en Navidad, en fin de año y en alguna otra ocasión, cuando a ella o a mí nos apetecía saber cómo nos iban las cosas, pues nos llamábamos. Eso era todo, pero era mucho. Había sido más; cosas de juventud.
Ese ritmo de contactos fue disminuyendo según avanzaba su enfermedad porque llegó el momento en que a mí no me salían las palabras adecuadas. Se atascaba mi mente y se me formaba un nudo en la garganta. No sabía qué decirle sin que se notara mi desánimo ante el fatal progreso de su dolencia ni mucho menos mi total incapacidad para sacar unas palabras de aliento que no sonaran a lata de conserva.
Le diagnosticaron la misma terrible enfermedad por la que había fallecido primero su madre y más tarde su hermana. En el servicio público de salud de su Comunidad Autónoma se topó con una excelente profesional pero que no dudó en descerrajarle el diagnóstico sin rodeos retóricos ni almibarados. No daba crédito y confió, según me contó ella misma, en que pudiera tratarse de un error. Ella solo se notaba cansada, aturdida y padecía continuas y dolorosas jaquecas.
Le recomendaron someterse inmediatamente a un tratamiento de choque previo a cualquier solución quirúrgica pero ella prefirió, en primer lugar, organizar la vida de su padre, de edad y estado mental muy delicado, y preparar a sus hijos de manera que pudieran encajar de la forma menos traumática ese pésimo diagnóstico.
Durante esos primeros días fue cuando más traté de hablar con ella e intentar infundirle mis modestísimos ánimos. Luego reconocí que poco más podía hacer y de muy poco le iban a servir ya mis mejores palabras.
Empezó su tratamiento, ingresó a su padre en una residencia, mandó a sus hijos de viaje, a colonias y campamentos y afrontó los primeras tandas de tratamiento con envidiable entereza y gran fortaleza moral. Siempre se reía de sí misma. Si me vieras -me decía- sentada en el sofá tranquilamente...¿pero cuando he estado yo sentada tanto rato en el sofá? Pasmá!, gritaba con su acento de San Fernando, Cai.
El tono de su voz comenzó a reflejar su deterioro físico a pesar de lo cual seguía haciendo planes y se sacudía los dolores y las náuseas como quien espanta una moscarda molesta. Al final ya hablaba con mayor dificultad, le prescribieron el uso de un corsé y empezó a circular por su propia casa en silla de ruedas y seguía padeciendo terribles dolores de espalda. Aún así echaba cuentas para volver a sus clases de pilates, de aerobic, a patear la calle, etc...
En mayo de 2015 escribí el post Pegado a tu dolor. Esa Maribel G.L a la que trataba de animar me contestaba todos los lunes con un madrugador whatsapp desde su móvil con las palabras que reproduzco al inicio de este otro post. Feliz semana también para ti. Y a continuación un montón de emoticonos de corazones palpitantes y besos. Lo hacía casi al instante de colgar yo mi entrada. Según su disponibilidad se extendía un poco más y establecíamos un fugaz intercambio de mensajes, regalándonos piropos y alabanzas.
El domingo 18, antes de las nueve de la mañana - demasiado temprano para que Maribel me mandara un wpp desde su móvil- sonó en el mío el pitidito fatal: Isabel ha fallecido.
Ya no volveré a recibir ni su wpp ni todos esos emoticonos. Descansa en paz, Maribel. Un beso.