Empieza a decaer el verano, con la perceptible mengua de las horas de sol de sus días, de sus tardes y va cambiando, poco a poco, la luz de las puestas. Se acerca ya el mes de septiembre y entra en el cuerpo, como si fuera una transfusión, pero por todos los poros de la piel, una amenaza de nostalgia por los últimos chapoteos en el mar que tardarán por lo menos un año en repetirse, por las meriendas junto a la orilla, -tengo muchísima hambre, papá-, por las cenas a la intemperie, por las estiradas tardes de los domingos junto a la piscina, por la chiquillería alterada y ruidosa, con sus bocas y manos tiznadas por el chocolate y la vainilla de los últimos cucuruchos.
Desde las rocas de Santa Ponsa, Mallorca
Amenaza tambien la publicidad y nos deja mal cuerpo la campaña de vuelta al cole, con todo lo que ello conlleva; recuperar del fondo del armario los uniformes -todavía de verano, a Dios gracias-, los calcetines, los zapatos, la ropa de gimnasia, las mochilas, los libros y su ceremonia de forrado y marcado, las propuestas y sugerencias de buenas intenciones desde el primer día, la elección de las actividades extraescolares y apuras las últimas y profundas inspiraciones de aire puro y libre de todas esas cargas.
Del paseo vespertino por el centro de la ciudad, viendo los escaparates de las tiendas, se advierte que van desapareciendo los grandes rótulos y anuncios de rebajas y sobre los blancos maniquís decapitados o pelones (dummies de la moda) aparece la ropa de "nueva temporada", los verdes y marrones que nos vestirán este próximo otoño y antes de que nos demos cuenta, el crudo invierno.
Del paseo vespertino por el centro de la ciudad, viendo los escaparates de las tiendas, se advierte que van desapareciendo los grandes rótulos y anuncios de rebajas y sobre los blancos maniquís decapitados o pelones (dummies de la moda) aparece la ropa de "nueva temporada", los verdes y marrones que nos vestirán este próximo otoño y antes de que nos demos cuenta, el crudo invierno.
Pero el colmo de la amenaza es la "inminencia" del sorteo de Lotería de Navidad, y nos apresuran a comprar ya los décimos, como si fueran a acabarse, para que los compremos en el mismo chiringuito donde quedó nuestra pasta este verano, en cañas y pinchos de tortillas sin huevo, en cafés con hielo y horchatas de chufa y helados para los niños.
Si faltara algún indicio que nos haga reflexionar sobre la decadencia del verano es que empieza la liga de fútbol y vuelven los carruseles, los tiempos de juego, los marcadores y toda su publicidad, sus pitidos, su gol en La Condomina o su penalti en Riazor (aúpa Depor!) y los gritos injustificadamente exagerados -como si supusiera un mundial- de un jubiloso periodista anónimo que nos informa de que ha marcado Pepín, del Móstoles o del Langreo, no sé, que más da, en el ultimo minuto de-la-pri-me-ra paaaaaaaaaaarteeeeeee.......cuando se iba de su marcaje y tras un rrrrrrechazo del portero visitante, maaaaaaaarca a puerta vacíaaaaaaaaaaa......
Afortunadamente, al tiempo que pasa todo esto, iré preparando mi ruta gastronómica por mis añoradas Rias Baixas para los primeros días de septiembre que me permitirán, entre otras cosas, recuperar casi una hora de luz solar, las meriendas junto a la orilla enarbolada con su bravo oleaje, alguna cena a la intemperie y la contemplación, bañada en buen albariño, de las mágicas puestas de sol atlánticas. Sucumbiré, creo, a la adquisición de mis décimos para el sorteo de Navidad, pero lo que es seguro es que no pediré ninguna horchata de chufas.