martes, 14 de noviembre de 2023

El forofo

Fiel a los colores de la camiseta del club de sus sueños, el forofo se sienta para aplaudir al equipo de forma incondicional, juegue como juegue y dispuesto a negar la mayor, negarse a reconocer que no juega a nada, que no se lo pasa bien, que el equipo contrario -cuánto más, el eterno rival- juega con mayor sentido y, por supuesto, mejor. Y te va a ganar, por mucho que te enfundes la misma camiseta en cualquiera de sus versiones o equipaciones. Y va a negarse, ese forofo, a reconocer la diferencia. Y será capaz de aliarse con los más radicales de sus vecinos para hacer más ruido y para intentar que el rival llegue a sentirse insignificante. E imponer la infamia.

En el deporte pasa lo mismo. Ese forofo gritará hasta perder su voz, armará su brazo para reventar el tambor, tomará el megáfono para taladrar literalmente los oídos de cuantos le rodean. Justificará la entrada salvaje de su defensa central al virtuoso rival que ya lo había regateado, al que el propio forofo le deseará con toda su mala idea la peor de las lesiones  -una triple rotura de ligamentos, por ejemplo- para que jamás pueda volver a jugar ni amenazar su hegemonía.

El forofo es así, incapaz de reconocer que lo que hace su equipo es una bazofia infumable, por mucho que sus colegas radicales y supremacistas le empujen y le acompañen en esa errática ruta, enfundados en sus camisetas sin enterarse absolutamente de nada.

Yo, hermano forofo, te compadezco porque tiene que ser muy malo de llevar el afecto ciego y abnegado por tus colores frente a una realidad tozuda que deberías empezar a asumir, aunque te duela y especialmente si te duele. Debe ser muy malo de llevar vivir en una pura contradicción, jalándote como ruedas de molino los argumentos de la mentira, el uso y abuso de paráfrasis imposibles, incluso jurídicas, para ilustrar a los más necios, porque en la intimidad de tus reflexiones toda tu vida supiste lo que era esa realidad. De ese equipo y de ese "deporte" sí puede uno desvincularse y, sobre todo, antes de perder la cabeza. Te compadezco, hermano, porque solo un forofo, con una venda delante de sus  ojos, es capaz de engañarse a sí mismo y de seguir aplaudiendo la demolición de cuanto le rodea.

¿Quién hablaba de fútbol?


lunes, 6 de noviembre de 2023

No nos merecen

Días atrás le escuché decir a Julia Navarro,  en una entrevista radiofónica, lo que es una obviedad muy sonora y contundente: "los políticos son un reflejo de la sociedad actual, ni mejores ni peores".

En realidad podemos estar más o menos de acuerdo con tan gruesa aseveración pero muchos lo pensábamos mucho antes de que lo dijera ella y basta con ser moderadamente observador del entorno en el que nos relacionamos con nuestros semejantes para darse cuenta de ello. "Mirémonos a nosotros mismos",  continúa diciendo la escritora para confirmar su opinión. El resultado canta por sí solo. ¿Engañan las encuestas y los resultados electorales?

En la cola del súper, en el cine, en cualquier transporte urbano, en cualquier establecimiento de hostelería... a poco que uno se fije se advierte claramente el pelaje que predomina en la sociedad. No es solo el aspecto, Dios me libre de manifestar tal criterio de juicio, es la actitud, es el aseo, es la postura, es la manera de hablar, la manera de comportarse, los programas más vistos en la televisión... es el clima de indiferencia que transmite una sociedad asomada permanentemente al tiktok y al dictamen inapelable de los y las influencers.

Paradójicamente se da una especial contradicción: es lo que nos merecemos y sin embargo no nos merecen. Somos, en el fondo y en las formas, una sociedad dócil que vive en una permanente digestión. A cada marrón le sucede otro mayor y no basta un palé de bicarbonato para ayudarnos a pasar el primero (desde aquella moción de censura y las advertencias de las visiones apocalípicas, nos decían, de la que se nos avecinaba) y los siguientes bocados (pandemia con su confinamiento, vacunaciones con sus circunstancias, prelaciones y exclusiones, el precio de la luz, el de los combustibles, el disparado ipc, los impuestos, las paguitas de conveniencia...).... y no pasa nada. 

Y ahí seguimos, entre indignados e incrédulos, sin hacer más ruido que el que produce el tecleo y el pitido de recepción del guasap en nuestros chats íntimos, resignados por el regocijo que a algunos nos ha proporcionado, con el escaso orgullo que todavía nos queda, la solemnidad con la que la Corona ha despachado de un plumazo la vulgaridad e inanidad de buena parte de nuestra clase política. 

Creo que son ellos los que no nos merecen.

Verdinas con marisco.



Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...