Yo soy él. Soy ese padre que, hace cincuenta años, regresando un domingo por la tarde de una excursión o de un fin de semana en el apartamento de la costa, fumaba un ducados tras otro mientras escuchaba el "carrusel". Los pitidos de los goles en Las Gaunas y del penalti en el Villamarín venían adornados con la publicidad estruendosa del "marcador simultáneo Dardo" o de "Los zapatitos de La Corona".
Los hijos que fumaban el humo de su padre en el asiento trasero del Seat o del Simca y - especialmente las hijas- recuerdan con tedio aquel soniquete radiofónico que precedía al regreso a la normalidad del hogar la víspera de la vuelta al cole un lunes más, perfumada por la incómoda certeza de los deberes inacabados y de la endeble consistencia del conocimiento de la lección de latín que tocaba estudiar para primera hora.
A eso suena ese recuerdo y cincuenta o sesenta años más tarde, yo, papá que no fuma, sigo regresando a casa los domingos por la tarde con el inconfundible sonido del tiempo de juego; el de los goles, el de la emoción, el del espectáculo, el de siempre, el clásico, el único, el veterano y el del sonido im-pres-cin-di-ble!!!
Sigo viviendo, literalmente colgado, de una estación de radio que jamás abandoné y que albergó, en tiempos, angustias e inquietudes, insomnios y desvelos, desde mis primeros síntomas del uso de razón.
Prendidos de esos recuerdos suena también el eco de voces y sintonías que se hicieron familiares y que fueron apagándose definitivamente pero que ahora, a medida que nos vamos incorporando -por edad- a ese nutrido conjunto de ciudadanos mayores en todo, se convierten en balizas en un horizonte que ya no parece tan lejano.
En el asiento de atrás del Seat y del Simca, eran las voces de Joaquín Prats o de Vicente Marco. En mi coche era la voz de Pepe Domingo Castaño, capaz de hacer hablar a un tractor o de ponerle voz a una motosierra.
Otra voz que se apaga pero otra baliza en el horizonte.
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