Antes de iniciar nuestro viaje vacacional a Menorca, la madrugada del lejano ya, día tres de septiembre, dejé a Rafa Nadal con su primera ronda del U.S. Open encaminada. Eso sí, parecía el dependiente-reclamo de un puesto callejero de zumos de frutas de la Quinta Avenida. Pobre! Luego veo como visten a Roger Federer y pienso que a cada cual, lo suyo, supongo.
El madrugón para alcanzar la costa norte de Mallorca y poder tomar el ferry a Ciudadela era el primer escollo al que nos enfrentábamos. Con menores por medio eso siempre puede resultar áspero. En esta ocasión no hubo problemas y antes de las siete de la mañana la actividad en casa era frenética; todo funcionaba como un reloj de cuarzo. Nervios y carreras en zigzagueos imposibles por lo minúsculo del espacio. Ni Messi me tiraría un regate en tan pocos metros.
Salimos de Alcudia con un cielo entreverado de nubes blancas y nubarrones oscurísimos, amenaza de marejadilla en la mar y oleaje intenso en el canal de Menorca. Esto presagiaba una travesía incómoda par aquellos que se marean simplemente viendo una postal de Port Aventura. Única opción y por tanto, avance toda!
Nos recibe Menorca con una fina lluvia que nos acompaña en caudal creciente a partir de Mercadal hasta el mismísimo Mahón. A mediodía, entre San Clemente y Binibeca nos sorprende un aguacero descomunal y las escobillas limpiaparabrisas ya no dan abasto. La lluvia es torrencial y no logramos ni salir del coche; apenas para comer. Casi cien litros por metro cuadrado. Nos ha llovido más en las dos primeras horas de este viaje que en los diez septiembres que hemos veraneado en Galicia. Palabra.
La gastronomía de esta jornada inical- entre riadas, goteras, apagones de luz y algún que otro sobresalto- no nos acompaña en exceso, forzados, en parte, por la improvisación: Restaurante La Venta de Paco, en San Luis. Nos despachan un discreto arroz caldoso de marisco que nos deja indiferentes, excepto a nuestros dedos, que quedan impregnados de un amarillo indeleble, resistente, incluso, al agua de mar. Y buen bocado en la cartera. La tarde se vuelve algo más apacible y aprovechando al límite un rayo de sol acabamos inmersos en un mar verdoso propio de final de otoño, a merced del intenso oleaje en la playa de Sa Mesquida, en la zona norte de Mahón, devolviéndosenos de esta manera, parte del gasto del viaje en esta primera jornada, pasada por agua y olas, muchas y buenas olas.
Cala Fornells constituye uno de los más afamados enclaves para comer bien en Menorca. No lo pongo en duda pero cuando se acerca uno a los tablones donde se exponen cartas y precios, a pesar de llegar hasta él sabiamente advertidos y que estamos de vacaciones, qué caray, apetece volver al coche y buscar otra opción. Resistimos y nos acercamos a Can Burdó por recomendación expresa de un conocido. Efectivamente la calidad es buena pero las raciones duelen más en la cartera que en nuestros estómagos. El dueño, pagado sobradamente a estas alturas de temporada y con hechuras de campeón de rallys, recibe muy amablemente pero al llegar la comanda a nuestra mesa adviertes que te la meten bien doblada. Pescados del día hábilmente tratados y presentados en minúsculas raciones. Al final, a la hora de las despedidas, se lo reprocho. En Galicia, con la mitad del importe de su factura me levanto de la mesa gravemente enfermo, con mucha fatiguilla y no pruebo bocado hasta el dia siguiente. De aquí salgo indemne, ileso, menudeando con las migajas que quedaron sobre el mantel. A las seis de la tarde toca merendar. Lástima!
Nos desquitamos con una agitada tarde de olas en la playa de Caballería; una de las más bellas, salvajes y naturales que pueda encontrarse en Menorca. Las rachas de fuerte viento de norte levantan una mar embravecida que hace las delicias de los surfistas y de los bañistas que simplemente disfrutamos dejándonos arrastrar unos cuantos metros hasta una orilla de fina arena rojiza.
Otra excelente opción es Cala Pregonda. En esta ocasión hemos preferido hacernos con unos generosos "pic-nics" proporcionados por nuestro lugar de alojamiento y alcanzamos en menos de veinte minutos la deseada orilla. El paisaje es espectacular. Enormes piedras cinceladas durante siglos por el duro viento de norte y extenso manto de espuma blanca. El temporal ha devuelto al ser humano y deja depositado sobre la orilla, un variado surtido de envases y bolsas de plástico. (No hay nada más deprimente que ver flotando en la orilla los restos de una cáscara de sandía). Es una lástima porque es difícil entender su procedencia. No hay rastro alguno de vivienda ni construcción en esta primera playa y es más difícil pensar que esto lo hayamos traido los excursionistas que visitamos esta playa. Me adentro en ese mar y la fuerte corriente explica un tanto ese indeseable fenómeno. En este punto se recoge todo cuanto flota unas cuantas millas más allá de donde alcanza la vista. Doy un salto a la siguiente playa, que recuerdo haber visitado hace algo más de treinta años y me quedo extasiado con su belleza y naturalidad. Existen tres edificaciones que imagino deshabitadas, ya, en esta época del año. Ante ellas siente uno un pellizco de sana envidia por el privilegio de poder presenciar cada día este hermoso espectáculo. Me ofrecería gratuitamente como guardés de cualquiera de ellas para todo el año -pensé-.
La jornada de playa la culminamos con la imprescindible visita al Faro del Cabo de Caballería donde llegamos a escasos minutos de una mágica puesta de sol.
Para el momento de la cena tenemos mesa reservada en uno de los restaurantes más sorprendentes que hay en Mahón; 23 Can Avelino, proyectado y ejecutado con sus propias manos por José Moll "Vinent", un ex-spanair emprendedor, luchador infatigable y sanamente ambicioso que un aciago día para muchos, de enero de 2012, decidió reinventarse a sí mismo. El local cuenta con una espectacular terraza alrededor de un asombroso estanque azul en el cual domina, desde el centro, un viejo llaut menorquín. La oferta es, aparentemente, muy sencilla; un menú de veinte euros con dos platos, a elegir a partir de una propuesta de cuatro primeros y cuatro segundos y un postre. Además de la originalidad y excelencia de las presentaciones -cuesta un montón decidirse- la calidad es digna de los mejores restaurantes gastronómicos conocidos y al final de los postres -exquisitos todos los que probamos- y de la consiguiente pomada menorquina, se levanta uno con la satisfacción de haber disfrutado de un generoso ágape. Absolutamente recomendable. Buen trabajo, José!
La siguiente etapa nos lleva a Cala En Porter, cuya playa, popular y de fácil acceso, permite un baño similar al que proporcionaría cualquier otra playa mediterránea. Mucha gente, mucha toalla, mucha arena, mar, chiringuito, palas, velomares....en fin; prescindible. La jornada, gastronómicamente hablando, la rematamos con una discreta fideuá en un "resort" de ocio infantil, El Tobogán, en Cala Galdana, ante el cual nos rendimos por la hora -casi las cuatro de la tarde- y la presión de la prole. No obstante el precio y su calidad la colocan en buena posición, mucho mejor, en cualquier caso, que la de nuestra aciaga primera jornada de la cual aún conservo las yemas de mis dedos coloreadas.
El punto final de nuestras incursiones en el variado litoral menorquín ha sido Cala Macarella. Ante la imposibilidad de acceder desde el mar por la indisponibilidad de embarcaciones de alquiler no quedó más remedio que hacer la ruta senderista desde Cala Galdana. Casí cincuenta minutos por trayecto y seiscientos sesenta escalones de subida y bajada para acceder a una cala bonita pero en la que, pese a su gran superficie, resultó imposible extender algo más de tres toallas juntas. Al final, hartos de pisar parcelas de otros playeros, sombras, sombrillas ajenas y la más variada gama de piercings, leones, dragones, nombres y versos en todo tipo de caligrafías y lenguas, y vírgenes y personajes impresos en pieles humanas*, al fondo de la playa, sí, bajo unos pinos, conseguimos alojar nuestras pertenencias. Si lo sé....ni me asomo a esta bonita cala de invierno.
Llegamos al final de nuestro viaje y el día de regreso, visitamos Ciudadela (su casco antiguo merece una serena visita). Hacemos esperar a nuestros estómagos a sabiendas de que la mesa está reservada en una de las más afamadas terrazas del Port Vell. El Café Balear no es una casa de comidas económica, pero no engañan. La carta de precios se dispara en cuanto se menciona el marisco rey: la langosta. En el resto, bebidas incluídas, tarifan mucho más económico que muchos restaurantes de pelo y medio (y de medio pelo, también). La ración de parrillada y marisco, por persona, es correcta; excelentes gambas y cigalas y bien tratados los dos cortes de pescado; rape y denton o lubina, pero el plato estrella lo constituye la langosta con patatas y huevos fritos. Aunque por el nombre pueda parecer una extravagancia, merece la pena probarlo. La textura de la langosta es perfecta, así como su sabor y punto de preparación. La combinación con una buena patata frita y unos huevos de corral más bien a la plancha convierten a este plato en una muy satisfactoria sorpresa.
Nos alejamos del puerto de Ciudadela con un mohín de nostalgia pintado en la cara. Dejamos atrás las vacaciones, muchos y agradables recuerdos y unos cientos de euros menos (algunos de ellos -no todos- justificadamente gastados).
Traemos grabadas las imágenes de una joya mediterránea con un litoral sorprendente y un campo muy bello que hay que saber descubrir.
Regreso para comprobar que Nadal cayó. Sé que volverá. Yo le espero y cantará como hizo Carlos Herrera desde la Cope a las seis de la mañana del día 1 de Septiembre: "He vuelto". Yo, también.
* Con absoluto respeto a quienes y por los motivos que conducen a cada cual, deciden pasar por esa "tortura".¿Quién seré yo para opinar al respecto? Recuerdo una frase de Alex Garland, autor del libro "The Beach". Hay que conocer mucho a una persona como para poder preguntarle acerca de sus tatuajes o de sus cicatrices. Y es cierto.
"Scars and tattoos. You need to know someone fairly well before asking questions".
Salimos de Alcudia con un cielo entreverado de nubes blancas y nubarrones oscurísimos, amenaza de marejadilla en la mar y oleaje intenso en el canal de Menorca. Esto presagiaba una travesía incómoda par aquellos que se marean simplemente viendo una postal de Port Aventura. Única opción y por tanto, avance toda!
Nos recibe Menorca con una fina lluvia que nos acompaña en caudal creciente a partir de Mercadal hasta el mismísimo Mahón. A mediodía, entre San Clemente y Binibeca nos sorprende un aguacero descomunal y las escobillas limpiaparabrisas ya no dan abasto. La lluvia es torrencial y no logramos ni salir del coche; apenas para comer. Casi cien litros por metro cuadrado. Nos ha llovido más en las dos primeras horas de este viaje que en los diez septiembres que hemos veraneado en Galicia. Palabra.
La gastronomía de esta jornada inical- entre riadas, goteras, apagones de luz y algún que otro sobresalto- no nos acompaña en exceso, forzados, en parte, por la improvisación: Restaurante La Venta de Paco, en San Luis. Nos despachan un discreto arroz caldoso de marisco que nos deja indiferentes, excepto a nuestros dedos, que quedan impregnados de un amarillo indeleble, resistente, incluso, al agua de mar. Y buen bocado en la cartera. La tarde se vuelve algo más apacible y aprovechando al límite un rayo de sol acabamos inmersos en un mar verdoso propio de final de otoño, a merced del intenso oleaje en la playa de Sa Mesquida, en la zona norte de Mahón, devolviéndosenos de esta manera, parte del gasto del viaje en esta primera jornada, pasada por agua y olas, muchas y buenas olas.
Cala Fornells constituye uno de los más afamados enclaves para comer bien en Menorca. No lo pongo en duda pero cuando se acerca uno a los tablones donde se exponen cartas y precios, a pesar de llegar hasta él sabiamente advertidos y que estamos de vacaciones, qué caray, apetece volver al coche y buscar otra opción. Resistimos y nos acercamos a Can Burdó por recomendación expresa de un conocido. Efectivamente la calidad es buena pero las raciones duelen más en la cartera que en nuestros estómagos. El dueño, pagado sobradamente a estas alturas de temporada y con hechuras de campeón de rallys, recibe muy amablemente pero al llegar la comanda a nuestra mesa adviertes que te la meten bien doblada. Pescados del día hábilmente tratados y presentados en minúsculas raciones. Al final, a la hora de las despedidas, se lo reprocho. En Galicia, con la mitad del importe de su factura me levanto de la mesa gravemente enfermo, con mucha fatiguilla y no pruebo bocado hasta el dia siguiente. De aquí salgo indemne, ileso, menudeando con las migajas que quedaron sobre el mantel. A las seis de la tarde toca merendar. Lástima!
Nos desquitamos con una agitada tarde de olas en la playa de Caballería; una de las más bellas, salvajes y naturales que pueda encontrarse en Menorca. Las rachas de fuerte viento de norte levantan una mar embravecida que hace las delicias de los surfistas y de los bañistas que simplemente disfrutamos dejándonos arrastrar unos cuantos metros hasta una orilla de fina arena rojiza.
Otra excelente opción es Cala Pregonda. En esta ocasión hemos preferido hacernos con unos generosos "pic-nics" proporcionados por nuestro lugar de alojamiento y alcanzamos en menos de veinte minutos la deseada orilla. El paisaje es espectacular. Enormes piedras cinceladas durante siglos por el duro viento de norte y extenso manto de espuma blanca. El temporal ha devuelto al ser humano y deja depositado sobre la orilla, un variado surtido de envases y bolsas de plástico. (No hay nada más deprimente que ver flotando en la orilla los restos de una cáscara de sandía). Es una lástima porque es difícil entender su procedencia. No hay rastro alguno de vivienda ni construcción en esta primera playa y es más difícil pensar que esto lo hayamos traido los excursionistas que visitamos esta playa. Me adentro en ese mar y la fuerte corriente explica un tanto ese indeseable fenómeno. En este punto se recoge todo cuanto flota unas cuantas millas más allá de donde alcanza la vista. Doy un salto a la siguiente playa, que recuerdo haber visitado hace algo más de treinta años y me quedo extasiado con su belleza y naturalidad. Existen tres edificaciones que imagino deshabitadas, ya, en esta época del año. Ante ellas siente uno un pellizco de sana envidia por el privilegio de poder presenciar cada día este hermoso espectáculo. Me ofrecería gratuitamente como guardés de cualquiera de ellas para todo el año -pensé-.
La jornada de playa la culminamos con la imprescindible visita al Faro del Cabo de Caballería donde llegamos a escasos minutos de una mágica puesta de sol.
La siguiente etapa nos lleva a Cala En Porter, cuya playa, popular y de fácil acceso, permite un baño similar al que proporcionaría cualquier otra playa mediterránea. Mucha gente, mucha toalla, mucha arena, mar, chiringuito, palas, velomares....en fin; prescindible. La jornada, gastronómicamente hablando, la rematamos con una discreta fideuá en un "resort" de ocio infantil, El Tobogán, en Cala Galdana, ante el cual nos rendimos por la hora -casi las cuatro de la tarde- y la presión de la prole. No obstante el precio y su calidad la colocan en buena posición, mucho mejor, en cualquier caso, que la de nuestra aciaga primera jornada de la cual aún conservo las yemas de mis dedos coloreadas.
El punto final de nuestras incursiones en el variado litoral menorquín ha sido Cala Macarella. Ante la imposibilidad de acceder desde el mar por la indisponibilidad de embarcaciones de alquiler no quedó más remedio que hacer la ruta senderista desde Cala Galdana. Casí cincuenta minutos por trayecto y seiscientos sesenta escalones de subida y bajada para acceder a una cala bonita pero en la que, pese a su gran superficie, resultó imposible extender algo más de tres toallas juntas. Al final, hartos de pisar parcelas de otros playeros, sombras, sombrillas ajenas y la más variada gama de piercings, leones, dragones, nombres y versos en todo tipo de caligrafías y lenguas, y vírgenes y personajes impresos en pieles humanas*, al fondo de la playa, sí, bajo unos pinos, conseguimos alojar nuestras pertenencias. Si lo sé....ni me asomo a esta bonita cala de invierno.
Llegamos al final de nuestro viaje y el día de regreso, visitamos Ciudadela (su casco antiguo merece una serena visita). Hacemos esperar a nuestros estómagos a sabiendas de que la mesa está reservada en una de las más afamadas terrazas del Port Vell. El Café Balear no es una casa de comidas económica, pero no engañan. La carta de precios se dispara en cuanto se menciona el marisco rey: la langosta. En el resto, bebidas incluídas, tarifan mucho más económico que muchos restaurantes de pelo y medio (y de medio pelo, también). La ración de parrillada y marisco, por persona, es correcta; excelentes gambas y cigalas y bien tratados los dos cortes de pescado; rape y denton o lubina, pero el plato estrella lo constituye la langosta con patatas y huevos fritos. Aunque por el nombre pueda parecer una extravagancia, merece la pena probarlo. La textura de la langosta es perfecta, así como su sabor y punto de preparación. La combinación con una buena patata frita y unos huevos de corral más bien a la plancha convierten a este plato en una muy satisfactoria sorpresa.
Nos alejamos del puerto de Ciudadela con un mohín de nostalgia pintado en la cara. Dejamos atrás las vacaciones, muchos y agradables recuerdos y unos cientos de euros menos (algunos de ellos -no todos- justificadamente gastados).
Traemos grabadas las imágenes de una joya mediterránea con un litoral sorprendente y un campo muy bello que hay que saber descubrir.
Regreso para comprobar que Nadal cayó. Sé que volverá. Yo le espero y cantará como hizo Carlos Herrera desde la Cope a las seis de la mañana del día 1 de Septiembre: "He vuelto". Yo, también.
* Con absoluto respeto a quienes y por los motivos que conducen a cada cual, deciden pasar por esa "tortura".¿Quién seré yo para opinar al respecto? Recuerdo una frase de Alex Garland, autor del libro "The Beach". Hay que conocer mucho a una persona como para poder preguntarle acerca de sus tatuajes o de sus cicatrices. Y es cierto.
"Scars and tattoos. You need to know someone fairly well before asking questions".
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