Doce de trece. Esos son los días en los cuales, la lluvia se ha asomado a mi vida, desde mi regreso de Afganistán. Al principio no dejaba de resultar anecdótico, después de los ciento noventa y muchos días secos y exentos de precipitaciones. En realidad, en Herat cayó un chaparrón y medio. Suficiente como para poder festejarlo jubilosamente, permitiendo que las finas gotas empaparan nuestros uniformes. El aroma resultante fue interpretado de forma variada. A algunos les evocaba, el olor a tierra mojada, la fragancia de enormes pastos de sus tierras cántabras o galaicas. A otros, el propio de los establos de pequeños pueblos o aldeas con presencia de todo tipo de ganado. De todos modos, en pocos minutos, la seca tierra absorbió completamente el agua caída y solo quedó el aire, impregnado con esas esencias, como testigo mudo de su comparecencia.
El último mes comenzaron a bajar las temperaturas y a pesar de ello, el choque con las reinantes estos días en Mallorca ha resultado demasiado violento para mí. Tengo sensación de frío, más allá de lo normal, creo, al contemplar a mis hijas y mis sobrinas mucho más ligeras de ropa que yo. Dos factores resultan determinantes; mi edad, supongo, y el estar habituado a tolerar temperaturas superiores a los cuarenta grados durante buena parte de los días de misión.
Los días son muy cortos y la ruta escolar me tiene sujeto al volante. No obstante, trato de aprovechar cualquier minuto "libre" para intentar apreciar sencillos placeres que mi aventura asiática dejó en excedencia. Abrir las ventanas para ventilar la casa, sentir el viento frio que nos azota desde hace unos días, el granizo que me ha sorprendido alguna tarde, son, entre otras cosas y curiosamente, hechos que ahora me resultan un tanto insólitos.
Ya tengo programado el viaje a la nieve. En enero, nos regalaremnos una semana completa de esquí familiar. Serán las verdaderas vacaciones y supondrá, espero, el broche final de mi regreso a la normalidad.
Ayer viví la emocion de poder saludar a Rafa, mandarle un sentido abrazo y constatar su entereza, una vez más. Lo que ha pasado este amigo en Afganistán sólo lo sabe él y unos pocos. Habría hecho lo imposible por tomar un avión y acercarme para poder acompañarle en los momentos más duros que puede vivir un hijo. Un fuerte abrazo, Rafa y gracias por tu ejemplo.