lunes, 25 de noviembre de 2013

Doce de trece.

Doce de trece. Esos son los días en los cuales, la lluvia se ha asomado a mi vida, desde mi regreso de Afganistán. Al principio no dejaba de resultar anecdótico, después de los ciento noventa y muchos días secos y exentos de precipitaciones. En realidad, en Herat cayó un chaparrón y medio. Suficiente como para poder festejarlo jubilosamente, permitiendo que las finas gotas empaparan nuestros uniformes. El aroma resultante fue interpretado de forma variada. A algunos les evocaba, el olor a tierra mojada, la fragancia de  enormes pastos de sus tierras cántabras o galaicas.  A otros, el propio de los establos de pequeños pueblos o aldeas con presencia de todo tipo de ganado. De todos modos, en pocos minutos,  la seca tierra absorbió completamente el agua caída y solo quedó el aire, impregnado con esas esencias, como testigo mudo de su comparecencia.
 
El último mes comenzaron a bajar las temperaturas y a pesar de ello, el choque con las reinantes estos días en Mallorca ha resultado demasiado violento para mí. Tengo sensación de frío, más allá de lo normal, creo, al contemplar a mis hijas y mis sobrinas mucho más ligeras de ropa que yo. Dos factores resultan determinantes; mi edad, supongo, y el estar habituado a tolerar temperaturas superiores a los cuarenta grados durante buena parte de los días de misión.
 
Los días son muy cortos y la ruta escolar me tiene sujeto al volante. No obstante,  trato de aprovechar cualquier minuto "libre" para intentar apreciar sencillos placeres que mi aventura asiática dejó en excedencia. Abrir las ventanas para ventilar la casa, sentir el viento frio que nos azota desde hace unos días, el granizo que me ha sorprendido alguna tarde, son,  entre otras cosas y curiosamente, hechos que ahora me  resultan un tanto insólitos.
 
Ya tengo programado el viaje a la nieve. En enero, nos regalaremnos una semana completa de esquí familiar. Serán las verdaderas vacaciones y supondrá, espero, el broche final de mi regreso a la normalidad.
 
Ayer viví la emocion de poder saludar a Rafa, mandarle un sentido abrazo y constatar su entereza, una vez más. Lo que ha pasado este amigo en Afganistán sólo lo sabe él y unos pocos. Habría hecho lo imposible por tomar un avión y acercarme para poder acompañarle en los momentos más duros que puede vivir un hijo. Un fuerte abrazo, Rafa y gracias por tu ejemplo.

Mi lunes

No estoy muy seguro de que esta primera entrada llegue a tener continuidad. Tampoco estoy muy convencido de que vaya a tener periodicidad diaria, semanal o mensual. En cualquier caso,  voy a lanzar este proyecto por la necesidad de seguir manteniendo latente el pulso de una estrecha relación que, producto de mi permanencia en Afganistán, me ha mantenido unido a mi familia y a un montón de amigos que han seguido, todos los lunes, mi breve relato de misión.
 
Evidentemente se ha generado un cambio de escenario. Del entorno hostil y árido hemos pasado a un paisaje urbano occidental. El factor humano, tan próximo en Herat,  se ha diversificado al regresar a territorio nacional. Al margen de los destinatarios de esta crónica familiar y para mis buenos amigos, aparece el vecino,  el padre o la madre de otros niños del colegio, el vendedor de cada uno de los comercios que frecuento, los compañeros de trabajo y otros tantos ciudadanos anónimos, rostros habituales del día a día. A todos ellos  los  habría abrazado con efusividad el primer día de mi estancia en Palma de Mallorca, retomando el placer de compartir, con cada cual en su justa proporción, el tiempo que le corresponde en el devenir diario de mis ocupaciones y ocios.
 
Han transcurrido ya dos semanas desde que volví a pisar suelo español y desde entonces no ha dejado de llover. Albergaba esperanzas, los últimos días de misión, contemplando la información meteorológica que me proporcionaban los medios digitales, de zambullirme, por fin, en el mar e incluso dejarme llevar por el viento, aunque fuera suave, sobre mi vieja tabla de windsurf. Ha sido imposible. Día tras día, el amanecer, cada día más frio y oscuro, ha ido indefectiblemente acompañado por el tintineo de la lluvia contra las persianas de mi dormitorio y sobre el tejado. Habrá que esperar para poder captar las saladas sensaciones del agua de mar sobre mi piel.
 
 
 
 

Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...